Delincuentes Serios (violentos y crónicos): una revisión sistemática  de la efectividad de la intervención correccional.  

Vicente Garrido Genovés - Luz Anyela Morales 

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Contenido

Presentación                                                 ¿Por qué este tema?   

¿Qué es una revisión sistemática?|   Tipo de estudios a incluir

Historia de las revisiones                        Referencias


¿Por qué una investigación en este tema?

1. La evidencia disponible apunta al hecho de que los jóvenes que cometen delitos violentos son el subgrupo delictivo más activo en términos de la frecuencia y seriedad de los delitos que cometen.

     En 1995, Thornberry, Huizinga and Loeber publicaron los resultados de un Programa de Investigación sobre las causas y correlatos de la delincuencia, que consistía en tres proyectos de investigación longitudinales: la encuesta juvenil de Denver, el estudio juvenil de Pittsburgh y el estudio de desarrollo juvenil de Rochester. La población total que participó en estos estudios estuvo conformada por 4,500 jóvenes de edades entre los 7 y 15 años. 

     En los estudios de Denver y Rochester, como se observa en la Tabla 1, a pesar de que el número de delincuentes crónicos y violentos fue inferior que el de violentos no crónicos, éstos fueron los responsables de la mayor parte de delitos violentos (Thornberry, Huizinga y Loeber, 1995).

Tabla 1. Proporción de delitos cometidos por delincuentes violentos y violentos crónicos en Denver y Rochester.

Comportamiento delictivo

Encuesta Juvenil de Denver

Estudio de Desarrollo Juvenil de Rochester

Violento y Crónico

14 %  de los delincuentes

Cometieron el 82 % de los delitos violentos. 

15 % de los delincuentes

Cometieron el 75 % de los delitos violentos.

Violento no crónico

36 % de los delincuentes

Cometieron el 18 % de los delitos violentos.

43 % de los delincuentes

 Cometieron el  25 % de los delitos vioelntos.

No violentos

49 %

42 %

     Los datos de los estudios de Rochester y Denver también indicaron la existencia de “versatilidad” en el comportamiento delictivo de quienes cometen delitos violentos, es decir, estos jóvenes cometen diferentes tipos de delitos que incluyen desde los menos serios hasta acciones graves. En conclusión los autores afirmaron: “si no logramos tratar de manera efectiva el pequeño grupo de jóvenes que cometen delitos violentos, dejaremos de lado gran parte del problema de la violencia” (p.220).  

     Otros estudios han llegado a conclusiones similares acerca de que los jóvenes responsables de delitos violentos están en alto riesgo de convertirse en delincuentes crónicos, que cometen diferentes tipos de delitos. Por ejemplo, en el estudio clásico de Cambridge, 55 de 65 hombres que habían sido sentenciados por delitos violentos también habían recibido sentencias por delitos no violentos. En gran medida, los delincuentes habituales fueron versátiles, de tal forma que tarde o temprano cometieron también delitos violentos. La probabilidad de cometer un delito violento se incrementa con el número de delitos cometidos desde el 18% en quienes sólo han cometido un delito, al 82% para quienes han recibido 12 o más sentencias.

     Farrington enfatiza la importancia de enfocarse en delincuentes crónicos para la prevención y tratamiento del crimen; dado que muchos jóvenes que cometen delitos violentos también son delincuentes crónicos/versátiles que reciben sentencias que conllevan su aislamiento en instituciones cerradas, la efectividad de este tipo de intervención es un tema de gran interés.

2. La mayor parte de los jóvenes que cometen delitos violentos o que presentan carreras delictivas persistentes permanecen institucionalizados algún tiempo como consecuencia de la comisión de delitos. La sanción más frecuente en estos casos es la privación de la libertad.

3. Los resultados de los meta-análisis  acerca de la efectividad del tratamiento de delincuentes han mostrado que el tratamiento es mejor opción que el no tratamiento. La comparación de las tasas de reincidencia entre los grupos de jóvenes tratados y los de jóvenes en los grupos controles no demuestra grandes diferencias, aunque si son positivas.

     Autores como Lipsey y wilson (1998) han señalado la poca disponibilidad o las escasas revisiones sistemáticas que se han realizado sobre las intervenciones con diferentes tipos de delincuentes, especialmente de aquellos más serios que se puede presumir que son los más resistentes al tratamiento.

     Un problema subyacente es la carencia de investigación primaria sobre intervención realizada específicamente con delincuentes juveniles serios. La mayoría de las muestras están constituidas por jóvenes que han cometido tanto delitos menores como graves, con lo cual no es posible discriminar y analizar el efecto de los programas aplicados específicamente a la población de jóvenes violentos y crónicos. En un intento por aclarar esta situación, Lipsey y Wilson (1998) realizaron un meta-análisis (no en el contexto de una revisión sistemática) enfocándose en dos preguntas básicas:

     ¿Indica la evidencia que los programas de intervención son capaces de reducir las tasas de reincidencia de delincuentes serios? Y de ser así, ¿qué tipo de programas son más efectivos?

     Lipsey y Wilson analizaron 200 estudios experimentales y cuasiexperimentales (publicados entre 1950 y 1995) que incluían en algún grado delincuentes juveniles serios en sus muestras. La mayoría de los jóvenes que participaron en estos estudios fueron hombres con edades entre los 14 y los 17 años, y con un historial de delitos contra la propiedad y contra las personas. Lipsey y Wilson clasificaron sus estudios en no institucionalizados (N=117) e institucionalizados (N=83). 

     Con los jóvenes no institucionalizados las intervenciones más efectivas fueron el entrenamiento de habilidades interpersonales, la asesoría individual y los programas conductuales. Las intervenciones menos efectivas fueron los programas de aventuras en el medio natural (wilderness/challenge), la libertad condicional anticipada, los programas de disuasión (por ejemplo la prisión de choque) y los programas vocacionales.

     En el caso de los jóvenes institucionalizados, las intervenciones que demostraron mayor efectividad con evidencia consistente de ello fueron las de entrenamiento en habilidades interpersonales y los programas de padres enseñantes (Achievement Place). Las intervenciones menos efectivas en este contexto fueron los programas de aventuras, la abstinencia de drogas y la terapia ambiental (mileu therapy). 

     La media de los tamaños del efecto fue similar para las intervenciones aplicadas en los dos contextos, con .10 para el de institucionalización y .14 para el no institucionalizado, sin mostrar diferencias estadísticamente significativas. Específicamente en la intervención con jóvenes institucionalizados (que se encontraban en instituciones cerradas en el momento de la intervención), los tamaños del efecto oscilaron entre .30 y .40 en las estrategias de intervención más efectivas. 

     Aunque Lipsey y Wilson categorizaron las intervenciones de acuerdo con el contexto en que eran aplicadas (institucional y no institucional), incluyeron en la categoría institucionalizados muchos programas que corresponden con intervenciones basadas en la comunidad, como es el caso de los programas de padres enseñantes (Achievement Place). 

     A pesar de estos resultados, aún no se ha demostrado qué estrategias específicas son realmente prometedoras en la rehabilitación de delincuentes juveniles encarcelados, y como subgrupo, los jóvenes que han cometido delitos violentos o que tienen carreras delictivas crónicas que se encuentran en instituciones cerradas. Actualmente, los resultados de la investigación en este tema sugieren que los programas dirigidos a personas jóvenes son más prometedores que los dirigidos a adultos; además, el tratamiento comunitario parece ser más efectivo que el tratamiento en prisión o en instituciones residenciales (ver Leschied, Bernfeld & Farrington, 2001; McGuire, 2001). Aún quedan muchos vacíos respecto a la efectividad del tratamiento correccional en instituciones cerradas como prisiones, centros, colegios de entrenamiento y otros contextos institucionales similares. 

     Finalmente, los datos sugieren que algunos delincuentes violentos son más sensibles al tratamiento que quienes han cometido delitos contra la propiedad y que tienen carreras delictivas crónicas (Redondo, Sánchez-Meca and Garrido, 1999). Sin embargo, aún estos resultados no permiten sacar conclusiones, especialmente en Europa, en gran parte por la poca disponibilidad de datos sobre programas que permitan analizar el papel de diferentes variables moderadoras como el tipo de programa, la duración, el diseño metodológico, las características específicas de los participantes, entre otras.

     Los resultados del primer meta-análisis europeo, realizado por Redondo et al. (1997), indican que en términos de la tipología de los delitos, las intervenciones fueron más efectivas (entendiendo efectividad como mejoramiento en general) cuando quienes las recibían eran delincuentes que habían cometido delitos contra las personas (r = .419), y las menos efectivas habían sido empleadas con personas que habían cometido delitos sexuales (r=.085). En este meta-análisis también se encontró que los centros juveniles (r=.257) y las prisiones juveniles (r=.193), fueron más efectivas que las prisiones adultas (r = .119). Los programas conductuales (r =.279) y cognitivo-conductuales (r = .273) fueron más efectivos; y los programas de retribución (r = .039) fueron los menos efectivos. Con respecto a la medida de reincidencia, la media del tamaño del efecto (TE) fue r = .12.

     En un segundo meta-análisis, Redondo, Sánchez-Meca y Garrido (1999) analizaron la influencia específica de 32 programas de tratamiento en Europa (aplicados durante los 80s) sobre la medida de reincidencia. Como en el primer análisis: 1). los programas cognitivos-conductuales fueron los más efectivos, 2). El tratamiento fue más efectivo con los delincuentes más jóvenes, 3). Los programas dirigidos a delincuentes violentos fueron más efectivos (sin incluir a quienes habían cometido delitos sexuales), con lo cual parece confirmarse el  principio de riesgo (Andrews et al., 1990). 

     En una actualización de los meta-análisis europeos, Redondo, Sánchez-Meca y Garrido (2002), encontraron mayores tamaños del efecto con adolescentes (r+ = 0.35), aunque todas las categorías de edad lograron resultados positivos significativos.  

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