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Recordó al Sol no, de su espuma cana, | 705 |
la dulce
de las aves armonía, sino los dos topacios que batía, orientales aldabas, Himeneo. Del carro, pues, febeo el luminoso tiro |
710 |
mordiendo
oro,
el eclíptico zafiro pisar quería, cuando el populoso lugarillo el serrano con su huésped, que admira cortesano, a pesar del estambre y de la seda |
715 |
el que
tapiz frondoso tejió de verdes hojas la arboleda, y los que por las calles espaciosas fabrican arcos rosas: oblicuos, nuevos, pénsiles jardines, |
720 |
de tantos como víolas jazmines. |
Observemos la alusión a los versos 176-181, en los que son las aves las que despiertan al Sol. Este día no son las aves, sino Himeneo quien se encarga de ello. De este modo, Góngora describe eficazmente algo tan abstracto como la impaciencia y la expectación que genera la boda entre los aldeanos. Igualmente, la imagen de los caballos del Sol ansiosos de iniciar su viaje contribuye a dibujar la ansiedad que lleva a todos a levantarse antes del amanecer.
Como se había anunciado en los versos 520-524, los hombres han dormido al raso en la alameda, mientras que es de suponer que las mujeres se han alojado en la aldea.
Cabe destacar la forma en que Góngora refuerza la descripción de
los complejos adornos florales con una sintaxis compleja y
enrevesada, llena de hipérbatos complicados.