MEMORIA

HISTORIA, NOVELA Y MEMORIA O EL CAMAROTE DE LOS HERMANOS MARX

TIEMPO DE DESHORA. Quimera nº 272, junio de 2006.

LAS VOCES, LAS SUYAS, LAS DE ANTES. Jornadas sobre el maquis en la Universidad de Pau. Octubre 2005.

LLEGAR A TIEMPO (Una breve reflexión sobre la escritura de la memoria)

LA MEMORIA HISTÓRICA : ENTRE LA DIGNIDAD MORAL DE LA DERROTA Y LA SUPERCHERÍA

CUANDO REGRESAR TODAVÍA ERA ÚTIL. UNA GEOLOGÍA DEL DESTIERRO CON MÚSICA EN VIVO DE JUANITO VALDERRAMA

EL NUEVO TRATADO DE PARÍS: UNA PREMONICIÓN AUBIANA DE LA TRANSICIÓN POLÍTICA ESPAÑOLA A LA DEMOCRACIA

AQUELLA DIGNIDAD DE RESISTENTES... Revista Laberintos. Con motivo del acto a favor de la II Repúbica celebrado en Benetússer en abril de 2005

 

 


 

 

 

 

 

 

LLEGAR A TIEMPO (Una breve reflexión sobre la escritura de la memoria)

Corren buenos tiempos para la memoria histórica. O como se llame eso de ahondar en el pasado más inmediato de nuestro país y sacarlo a la palestra del debate. Hace unos años, muy pocos, nadie quería saber nada de ese pasado. Era la terapia del olvido que la transición imponía para, entre otras cosas menos tristes, no levantar la liebre de las tropelías del franquismo. También era una manera de urdir según algunos las nuevas estrategias de un futuro basado en la reconciliación entre un bando y el otro. Como decía Max Aub muchos años antes, cuando escribía de una operación muy parecida que tuvo lugar en París: era un espectáculo eso de juntar en armonía oficial a los obispos, a los partidos de izquierdas, a los generales del ejército, a los políticos franquistas, al rey… Luego llegaron los sucesivos gobiernos socialistas y sentenciaron que destapar los boquetes morales de la guerra y la posguerra suponía provocar el enfrentamiento perpetuo entre los unos y los otros. Como si fueran lo mismo “los unos y los otros”. Como si fuera lo mismo luchar por la libertad que luchar por acabar con ella. La República , lo que significaba la República , era derrotada de nuevo por las armas de la renuncia institucional y el oportunismo de la política orgánica que definitivamente había apostado por la reforma y no por la ruptura. Así pasaron los años hasta que las cosas empezaron a cambiar. El PSOE perdió las elecciones del 96 y el PP, con Aznar a la cabeza, impuso un cerco implacable a la recuperación de la memoria a la vez que desvelaba de nuevo su vocación franquista de revivir los viejos fantasmas del rojerío comunista. Las miradas de la izquierda se buscaron unas a otras y descubrieron que había en el pasado republicano y en la resistencia antifranquista un punto de arranque para reconocerse en la dignidad de tanta derrota sufrida desde 1939.

Ahora la situación ha cambiado drásticamente. A ratos para bien. A ratos para mal. Libros, películas, documentales, testimonios, llenan los cines, las librerías, las televisiones. La memoria vende, da dinero, es negocio. Ya ven qué cosas. El mercado no tiene entrañas: sólo las de las cuentas bancarias. Sólo ésas. La búsqueda de la verdad histórica se está nutriendo de una mezcla infame de proyecto empresarial, oportunismo cultural y multinacional del consenso. Nunca es tarde si la dicha llega. Y la dicha llega unas veces desde un discurso facha sobre el pasado y otras desde el acuerdo entre las partes para que ese pasado no sangre y al final concluyamos que buenos y malos hubo en las dos partes, en la de la República y en la del fascismo. ¡Menuda tropa! Si la guerra fue un desastre de muertos a mansalva (muchos más en el bando republicano que en el de enfrente), la extraña paz de la dictadura provocó una lista de muertes que pone los pelos de punta. Sin embargo, el discurso del consenso ignora aposta ese detalle tan tremendo. Yo corrijo: no hablemos de la guerra (si quieren hablamos, claro), hablemos de la posguerra. Ahí está el detalle. Ahí escarba la escritura de la decencia, la que señala caminos rigurosos hacia la verdad y no hacia lo contrario de esa verdad presentada en la forma inclemente del olvido. La memoria nunca puede ser refugio de nada ni de nadie sino intemperie, bien que lo dijo ese gran novelista y amigo que es Rafael Chirbes.

Pero a pesar de eso, si he de ser algo delante de este panorama, lo digo bien claro: soy optimista. La escritura de la memoria ha resucitado el debate intelectual e ideológico, ha devuelto la vida a los hombres y mujeres que protagonizaron aquel tiempo que fue tan despreciado incluso por la propia izquierda, ha abierto caminos interesantes para que aquel tiempo republicano y su posterior invisibilidad pueda de una puñetera vez ser desvelado a la luz de la verdad y no a la del oportunismo de algunos y la misma vocación fascista, depredadora, que siempre demostraron los otros. Las generaciones a las que nadie contó nada quieren saber ahora lo que pasó entonces. Y eso es imparable. El silencio de tantos años ha sido sustituido por las voces que ocupan el espacio antes en blanco de un relato inacabable. Ahí estamos, pues, en esa escritura del pasado que tanta falta nos hacía. A pesar de la confusión que pueda generar su abrumadora presencia en los escaparates. A pesar de lo que sea: está bien eso de llegar a tiempo, de poder decir a los hombres y mujeres que vivieron a escondidas de su propio recuerdo que su tiempo no fue un tiempo inútil sino que lo tenemos aquí mismo, puesto al día, enseñándonos la mejor manera de lograr un mundo menos cerril, más justo, definitivamente menos enemigo de la dignidad y la decencia.

 

Para la librería Primado, de Valencia.

 

LA MEMORIA HISTÓRICA : ENTRE LA DIGNIDAD MORAL DE LA DERROTA Y LA SUPERCHERÍA

 

Hace apenas cuatro o cinco años, hablar de la memoria era nombrar una palabra desterrada. Los diccionarios, siempre tan estáticos, nunca demasiado dispuestos a remover la lista de sus contenidos parásitos, anacrónicos tantas veces, mantenían esa palabra sin que se le hubiera añadido en los últimos tiempos el alma semántica de su condición exiliada a los territorios del olvido, cuando no del desprecio más inexplicable.

La transición política se urdió sobre los cimientos de ese olvido y durante muchos años, casi hasta hoy mismo, fue difícil, si no imposible, recuperar el lenguaje que la victoria franquista en la guerra del 36 escamoteó a larguísimas generaciones surgidas de la derrota. Fueron inacabables años de silencio y luego, cuando ya casi todo lo creíamos posible, llegó la mala nueva: el pasado había que liquidarlo en los escaparates de la oportunidad democrática. Es como si de pronto memoria y democracia fueran palabras enemigas. Cuando Max Aub regresa por unos días a España de su exilio republicano se sorprende de que nadie se sorprenda de nada, ni de la falta de libertad ni de nada. Lo mismo, palmo arriba o abajo, sucede a la muerte de Franco. El tiempo del silencio, que relataba una novela moderna sobre las raíces literarias del costumbrismo social de los cincuenta, se alargaba sin medida en unas horas que parecían haber estado diseñadas para ahondar en la profunda geografía del recuerdo, un recuerdo que poco tenía de cosmética nostálgica y sí, y mucho, de recuperación moral de una dignidad machacada por la dictadura.

Pero lo dicho: no estaba el horno de la transición para incordiar el posibilismo pactado entre derechas e izquierdas con las “tonterías” del recuento histórico. Antes no podíamos hablar porque la guerra escoge a sus cronistas entre los vencedores y luego, cuando todos pensábamos que muerto el perro se acabó la rabia, nos decían que hablar demasiado era poco o nada conveniente. Los ojos de plato de Max Aub se repetían, clónicos, en el paisaje humano que era como una impostura cruel, absolutamente injusta con los tiempos del dolor y del compromiso que medio país había sufrido en nombre de la libertad y la República.

Ahora, sin embargo, asistimos a un panorama igualmente desolador: todo dios se apunta a hablar de la memoria. Todo dios. Y escogen, para esa operación de suturas imposibles, el punto de vista del empate histórico: no hubo nunca, ni en los tiempos más feroces de la guerra y la posguerra, ni buenos ni malos, ni vencedores ni vencidos. Había de todo en todas partes, aseguran. Más aún: muchos de los que escarban en los rincones clandestinos de la historia sólo lo hacen para sacar a la luz los aspectos más siniestros de la izquierda, que los hubo y ahí están para que sean analizados con todo lujo de detalles y sin recovecos oscuros. Pero hay en esas intenciones la segura vocación de perturbar, una vez más, la dignidad que hubo en esa parte de la historia que sólo a quien sufrió sus consecuencias pertenece. Ya sé que el dolor es intransferible, que no se trata de hacer un exorcismo chamán con las tripas al aire de un tiempo demediado: pero no es de recibo que el oportunismo ideológico, con la excusa de una revisitación científica y neutra a los hechos históricos y a los personajes que los protagonizaron, se ponga en primer plano de las novedades culturales que se ocupan de aquellos hechos y de los mismos protagonistas. El punto de vista, esa moral desde donde quien escribe o estudia o habla dice las cosas, no puede ser plano, como son planos los signos del corazón en una de esas líneas quebradas que señalan la vida o la muerte en los hospitales. El punto de vista no admite pasar de puntillas por el estudio de la historia y mucho menos por el espectáculo de su relato público en olor de más o menos multitudes. Y digo lo de las multitudes porque, gracias al márketing, hay imposturas que gozan hoy de una salud envidiable para contento de esos impostores y sus cuentas bancarias: películas de éxito, novelas muy leídas con el apoyo de grandes grupos editoriales, ensayos que dejan al aire las entrañas de una época hasta ahora apenas estudiada por su proximidad a nuestros días, todo ello en un conglomerado de oportunismos que dejan en nada las curvas poco amables de aquella transición olvidadiza de la que hablaba al principio de estas líneas.

Vivimos, pues, felizmente, tiempos de recuperación de la memoria histórica. Pero también, y por desgracia, vivimos tiempos de superchería intelectual que poco favor hace a que esa recuperación tenga en cuenta la dignidad de unas ideas y de una gente que no pudo, hasta ahora, decir en voz alta lo que les negó sin miramientos de ninguna clase una dictadura casi más implacable que ninguna otra de las de su ramo.

 

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