Pero no siempre nos ha parado la Luna los golpes. En tiempos históricos, de hecho en el siglo pasado, ocurrió el que es posiblemente el más famoso de todos ellos (aunque no necesariamente el más violento): el caso Tunguska. El 30 de junio de 1908, a las 7 y cuarto de la mañana, algo descomunal explotó en una despoblada zona de Siberia, sobre el río Tunguska. La explosión fue oída por los campesinos siberianos desde un radio de 500 km, apreciándose una especie de nube en forma de hongo desde donde provenía el sonido. Los testigos de poblaciones cercanas, como los de Kirensk, a unos 150 km, dijeron haber visto una bola de fuego cayendo desde el cielo, seguida de un trueno ensordecedor. Los habitantes más cercanos, a una distancia de 60 km, fueron lanzados al suelo por la onda de choque e incluso algunos quedaron inconscientes. A 1600 km de allí, el sismógrafo del observatorio de Irkutsk detectó claramente el sucesos. Cuando tiempo después una expedición rusa fue a reconocer el fenómeno, se encontraron una zona desolada tan grande como la ciudad de Londres, en la que todos los árboles estaban literalmente tumbados en el suelo, de manera radial desde el lugar de la explosión. Misteriosamente, no se encontró ningún cráter relacionado con el caso Tunguska. Todo parece indicar que en este caso el objeto impactante fue un núcleo cometario de hielo, de unos 30 metros de diámetro, que explotó a 6 km de altura, antes de tocar el suelo.
Árboles desolados en Tunguska.
Sismógrafo del observatorio de Irkutsk.
También fue un cometa lo que, en 1994, impactó de manera muchísimo más violenta contra el planeta Júpiter: el cometa Shoemaker-Levy 9, el noveno descubierto por la famosa pareja de cazadores de cometas Eugene Shoemaker y David Levy. Curiosamente este cometa no orbitaba en torno al Sol, sino que seguía una órbita bastante inestable alrededor de Júpiter. Tras un paso muy cercano a Júpiter en 1992, las fuerzas de marea de este planeta fragmentaron el cometa SL9, convirtiéndolo en un rosario de unos 20 cubitos de hielo de tamaños en torno a los 2 km. Dos años después, en su siguiente paso, Júpiter se hallaba justo en el camino del fragmentado cometa. Los observatorios de todo el mundo, así como el telescopio espacial Hubble, se prepararon con expectación para contemplar cómodamente ese espectáculo de la Naturaleza. No defraudó. Las negras huellas que dejaron en la atmósfera de Júpiter los impactos del SL9, zambulléndose a 60 km/s, tenían un tamaño comparable al de nuestro planeta. No cabe ni que decir que de haber impactado contra la Tierra, el resultado habría sido terrorífico.
Impactos del SL9 sobre Júpiter, vistos por el Hubble.