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Si el título de este monográfico es "Formación planetaria", ¿por qué hemos hablado hasta el momento sólo de formación estelar y supernovas? Pues porque, por lo que sabemos, la formación de los planetas se halla íntimamente ligada a la formación y muerte de las estrellas. No es posible hablar de una sin hablar de la otra. Los planetas vienen a ser algo así como los posos, los deshechos que quedan de la formación de las estrellas. Pero no sólo eso, sino que como hemos visto, parece necesario que una estrella tenga que morir en forma de una supernova para que nuevas estrellas puedan empezar a formarse. Más aún, es de hecho necesario que varias generaciones de estrellas hayan nacido y muerto para que un planeta como la Tierra, con rocas, montañas, metales y seres vivos pueda haber llegado a existir, ya que las supernovas son el principal motor de evolución química del Universo. Las supernovas juegan por tanto un papel clave en la formación planetaria.
Antes de las primeras explosiones de supernovas, el medio interestelar estaba compuesto exclusivamente por hidrógeno y helio. A medida que las generaciones de estrellas fueron muriendo, el medio interestelar se fue enriqueciendo con elementos químicos más pesados provenientes de estas estrellas, hasta llegar a su composición actual. Hoy día, en nuestra Galaxia el medio interestelar ocupa prácticamente todo su volumen. El 99% está formado por gas, hidrógeno en un 75% y casi el 25% restante es helio, con pequeñas trazas de otros átomos distintos. El otro 1% del medio interestelar es polvo mezclado con ese gas. Se trata de minúsculas partículas hechas de silicato, carbono, agua helada, compuestos de hierro... con formas irregulares y un tamaño menor a una micra. Se le podría considerar más bien una especie de hollín, y se debe al material eyectado por las estrellas en las últimas fases de su vida. Este gas expulsado, rico en metales y elementos pesados, se condensa al enfrentarse al frío del espacio para formar granos de polvo, que más adelante desempeñan un papel determinante en la construcción de los planetas.
Foto: En
la nebulosa de la Hélice, la onda expansiva producida por la explosión
de una estrella (que se situaría arriba a la derecha, fuera del campo
de visión) comprime y arrastra la materia, formando glóbulos de gas,
que darán lugar a nuevas estrellas.
Además, en
el interior de estas nebulosas, enriquecidas con material de supernova,
tienen lugar exóticas reacciones químicas mediante las que se forman moléculas complejas. Estos procesos de formación molecular comienzan cuando los rayos cósmicos y la radiación,
producidos por las estrellas que nacen en el interior de la nube,
inciden en el gas y lo ionizan. Estos iones reaccionan con los átomos
de su entorno para formar moléculas. Pero es necesaria la existencia de
polvo en la nebulosa: la superficie de los granos de polvo actúa como
catalizador de las reacciones y como superficie de sostén para los
reactivos, que condensan sobre ella. El resultado de estas reacciones
es una sorprendente cantidad de moléculas complejas,
incluyendo moléculas orgánicas, que han sido detectadas mediante
espectroscopia: agua, alcoholes, esteres, cetonas, hidrocarburos,
aminas, aldehídos y aminoácidos, entre otros. Es decir, la nube
molecular, en la que pueden formarse nuevos sistemas planetarios, es
además una factoría que produce al por mayor los constituyentes de los
seres vivos, las moléculas de la vida tal y como la conocemos en
nuestro mundo.