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“Una educación para la emancipación”

Los autores del artículo analizan la importancia de la Educación Superior para las personas mayores. Para ellos,  el “envejecimiento constructivo” se trata de un concepto específico de los procesos de enseñanza y aprendizaje que no tiene por qué limitarse a los años de vida laboral. En este sentido, abogan por introducir un cambio sociocultural acerca de la educación como herramienta para desarrollar un buen envejecimiento. 

15 de julio de 2016

Dentro de todos los factores que juegan un papel clave en el proceso de envejecimiento, la Educación Superior es uno de los menos estudiados. Pese a que el sistema educativo español cuenta con una cierta tradición académica para personas adultas, la apertura de universidades específicas para este segmento de la población se ha llevado a cabo recientemente. Tal y como aseguran José Arnay, Javier Marrero e Inmaculada Fernández de la Universidad de la Laguna  en su trabajo: “Educación y envejecimiento: el envejecimiento constructivo”, publicado durante el 2012 en el monográfico Información psicológica.

Pese a que el sistema educativo español cuenta con una cierta tradición académica para personas adultas, la apertura de universidades específicas para este segmento de la población se ha llevado a cabo recientemente

Estas universidades, que no buscan preparar de cara a un futuro profesional, se dirigen a personas mayores de 50 años y llegan a integrar a mayores de 80 o más; que buscan a través de esta educación una mayor satisfacción personal, intelectual o emocional.

Los autores describen a un sector de la población poco visible en los medios de comunicación, cuya estigmatización es más que palpable. Dado que esta etapa de la vida siempre es representada desde una perspectiva negativa. De hecho, uno de los muchos estereotipos asociados a la vejez es el psicológico, que considera esta etapa como un proceso de deterioro de las capacidades humanas; concluyendo que las personas mayores son más proclives a padecer enfermedades como depresión y ansiedad; sin haber una relación directa entre el factor edad y la depresión.

Uno de los muchos estereotipos asociados a la vejez es el psicológico, que considera esta etapa como un proceso de deterioro de las capacidades humanas

Por tanto, los autores instan a obviar los prejuicios que tenemos, puesto que estos no se corresponden ni con la realidad ni con el día a día de las personas mayores; dado que son fruto del desconocimiento generalizado. “Los 65 años no son sino una especie de frontera burocrática, y por tanto arbitraria que, hasta hace muy poco, señalaba que la vida como persona mayor comienza oficialmente cuando se abandona el mercado de trabajo”, señalan.

Los autores instan a obviar los prejuicios que tenemos, puesto que estos no se corresponden ni con la realidad ni con el día a día de las personas mayores; dado que son fruto del desconocimiento generalizado

Acerca de la etapa de jubilación existen dos visiones contrapuestas: por una parte, aquella que la considera el final del ciclo vital, en el que las personas se convierten en “improductivas”. Por otra parte, existe una opinión contraria a la anterior que considera a las personas mayores más sabias y expertas. Sin embargo, en este sentido hay una paradoja ya que esta concepción más positiva se extiende en sociedades mayoritariamente envejecidas, en las que se tiende a pensar que esta característica demográfica pone en peligro al Estado de Bienestar.

Esto suele llevar a los jóvenes a rechazar a la gente mayor al considerar que por “su culpa” tiene que asumir mayores riesgos sociales, e incluso que son sus competidores en el mercado laboral. Parece difícil, de esta forma, mantener latente el valor que se le otorgaba a la sabiduría. Al contrario de lo que a priori debería ocurrir, cuantas más personas mayores hay, menor parece ser su peso en la sociedad. Según los autores, esta realidad se debería al concepto mercantil que tenemos de la existencia humana, es decir, la división entre los que trabajan y aportan dinero y los que representan, injustamente, una carga al no ser “productivos”.

Esto suele llevar a los jóvenes a rechazar a la gente mayor al considerar que por “su culpa” tiene que asumir mayores riesgos sociales

Así, se incrementa peligrosamente el riesgo de marginación y exclusión social de este segmento de la población, lo que conlleva a la inadaptación de estas personas a la hora de hacer frente a los nuevos retos que se le plantean tanto a nivel político, social y económico.

De esta forma, para evitar que lo anterior se produzca, si el envejecimiento no supone un proceso estático, podemos entender, tal y como explican los autores que su relación con la educación puede ayudar a garantizar una autoconstrucción personal, que facilite una mejora de las capacidades cognitivas, físicas y emocionales. Ayudando a la gente a asimilar de un modo positivo su envejecimiento.

Si el envejecimiento no supone un proceso estático, podemos entender, tal y como explican los autores que su relación con la educación puede ayudar a garantizar una autoconstrucción personal

Es necesario que la educación ayude a construir, junto a la visión personal, otras visiones sociales del envejecimiento”, destacan Arnay, Marrero y Fernández. Según estos, mejorar estas visiones supone allanar el camino a la generación viniente que desconoce hasta qué punto van a estar sus vidas mucho más marcadas por el fenómeno del envejecimiento, que en la actualidad.

De ahí la necesidad de desarrollar una educación para el envejecimiento, que ayude a este sector de la sociedad a considerar abiertas todas las posibilidades de interpretación de la realidad, con independencia de la edad. En este sentido, la educación debería ser la puerta a la emancipación de la persona, que consiga romper con los límites predeterminados por la biología.