La UV visibiliza en Chelva las “maderadas”, una actividad desaparecida y reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial

  • Servicio de Marketing y Comunicación
  • Maria Magdalena Ruiz Brox
  • 25 julio de 2025
 
Gravat antic que representa la conducció de fusta pel riu Blanc a l’altura d’Ademús.
Gravat antic que representa la conducció de fusta pel riu Blanc a l’altura d’Ademús.

La Universitat de València, a través del Vicerrectorado de Cultura y Sociedad, ha inaugurado el sábado 26 de julio, en el Palacio Vizcondal de la Fundación María Antonia Clavel de Chelva, la exposición ‘Maderadas y gancheros. Los caminos del agua’.

Comisariada por Juan Piqueras, catedrático de Geografía de la UV, la muestra recupera la memoria de un oficio hoy desaparecido, pero que fue esencial durante siglos para la economía: la conducción de madera por los ríos. Esta práctica tradicional fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2022.

La exposición nos sumerge en la historia de los gancheros, trabajadores que guiaban los troncos aguas abajo por los cauces del Cabriel, el Júcar y el Turia, entre otros, desde las sierras interiores hasta los centros de consumo. A su alrededor, se desplegaba toda una cultura ligada al bosque, al río y al transporte de un recurso vital como la madera.

La muestra inicia su itinerancia en Chelva, localidad emblemática de esta tradición, y recorrerá posteriormente diversas poblaciones del territorio valenciano, así como los campus de la Universitat de València. Con esta iniciativa, la UV reafirma su compromiso con el territorio. Actualmente es la institución académica con mayor presencia en la Comunidad Valenciana, con sede en 16 municipios de 10 comarcas y una red consolidada de universidades estacionales.

Juan Piqueras destaca el carácter humano y el homenaje realizado a este oficio a través de esta exposición: “La verdadera importancia de esta muestra reside en el reconocimiento a todos aquellos que, en tiempos pasados, arriesgaron sus vidas en la dura y peligrosa tarea de conducir madera por los ríos”. Los peligros -puntualiza-, eran numerosos: “Podían caer al agua, recibir golpes mortales de los troncos, o enfermar gravemente por la exposición al frío y la humedad. Las maderadas solían comenzar en enero, en condiciones climáticas extremas, con nieve y heladas en las sierras de Cuenca y Albarracín. La neumonía era una amenaza constante y, en aquella época, sin cura. Cada año, varios gancheros no regresaban a casa o volvían gravemente enfermos”.

Pese a conocer estos riesgos, muchos aceptaban el trabajo por pura necesidad. La mayoría eran jornaleros que combinaban esta labor, entre enero y mayo, con otras tareas agrícolas como la siega o la vendimia. El principal aliciente era un salario diario estable durante varios meses y el suministro de alimentos básicos (pan, vino, aceite y sal), extensible a toda la familia, incluidos los niños que, desde muy pequeños, acompañaban a sus padres en esta dura tarea. Así, la carrera del ganchero comenzaba en la infancia y finalizaba cuando la edad ya no permitía continuar.

Estas maderas eran conducidas hasta ciudades como València, donde se empleaban como materia prima para la construcción de edificios, muebles, barcos, ferrocarriles o postes telegráficos. Su labor fue, por tanto, clave para el desarrollo de la sociedad. Solo unos pocos de estos hombres lograban ascender a cargos de mayor responsabilidad —como maestros de río o jefes de expedición— o convertirse en empresarios destacados del sector, como Juan Correcher Pardo, de Cofrentes, o Gil Roger Duval, de Chelva.

Juan Piqueras recuerda que actualmente la actividad tiene connotaciones románticas: “Son muchas las localidades que rememoran aquellas maderadas con celebraciones festivas o folclóricas. Sin embargo, es importante no olvidar el sacrificio y las condiciones extremas a las que se enfrentaban quienes las protagonizaban, verdaderos trabajadores de fuerza y resistencia”.

La exposición combina paneles gráficos, mapas y fotografías históricas para ofrecer una mirada completa a una actividad ya desaparecida, que dejó una profunda huella en el paisaje y la vida de muchas comunidades rurales del interior valenciano.

La muestra podrá visitarse en Chelva hasta el 14 de septiembre, gracias a la colaboración de la Fundación María Antonia Clavel, la Mancomunidad del Alto Turia, la Diputación de Valencia y Caixa Popular.

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