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No habría que descartar que un día salieran a la luz más versiones de Tristan, o un texto más amplio de Béroul. Probablemente asistiríamos a una pequeña revolución en los estudios tristanianos. Pero en el estado actual de las investigaciones, no tenemos más remedio que analizar su obra a partir de lo que nos ha sido conservado, y no a partir de lo que suponemos que Béroul pudo escribir.

 

 

Por eso, cuando se califica la historia de Tristán e Iseo como una bella, pero trágica historia de amor, por lo que respecta a Béroul no podemos estar de acuerdo. El mss. 1271 nos ha conservado una apasionante historia de amor. No estaríamos preocupados por su interpretación, nueve siglos después, si la historia hubiera sido simple o estuviera mal escrita. Béroul cautiva. Es un gran narrador, capaz de componer escenas complicadísimas y muy hábil para resolver las situaciones más irresolubles.

 

 

 

Pero su historia no es ni triste ni trágica. Su versión puede muy bien ser calificada de cortés, es decir, que deberíamos admitir que sigue conscientemente (serían demasiadas casualidades juntas) unas ideas plenamente acordes con la ética de la fin'amors. Ya hemos dicho, que a nuestro parecer, la ética que exponen los trovadores en la lírica occitana no debería ser considerada como un conjunto de reglas fijas o de tópicos. Para nosotros pueden ser tópicos, pero ellos estaban intentando encontrar una ética de consenso.

Son muy diversas las voces y las experiencias personales que aparecen detrás de los textos de los cancioneros. Y así como Thomas bien pudo encontrar modelos para su concepción de la leyenda, Béroul también pudo hacerlo. Las voces son muy variadas y los modelos numerosos. Pero en general, no hay nada en el texto de Béroul que vaya en contra de los postulados más admirados o admitidos por los trovadores.

Es más, creemos que en el relato de Béroul se ponen en escena algunas de las ideas más apreciadas de la fin'amors, como la necesidad de defender la candestinidad de la pasión adúltera, o como la dignidad de un amor, que los amantes y sus amigos, consideran superior a la de cualquiera que pretenda atentar contra una relación tan cortés, incluso si alega razones morales. Para desarrollar tales ideas, Béroul retoma la misma concepción que los trovadores tenían sobre el tema. También, su íntima relación con Dios: prueba de que los amantes corteses tienen razón. Evidencia, a nuestro entender, de que Béroul no se equivocaba cuando calificaba a sus protagonistas de "corteses" o cuando explicaba que actuaban por fine amor. 

 

 

 

Y tal y como nos ha llegado el texto, el final de Béroul es optimista. Decíamos que justo antes de que Tristán elimine al último de los felones (los enemigos de los amantes corteses, y ahora también de Marc), la situación no puede ser más positiva para Tristán e Iseo. Nos atreveríamos a decir que es incluso idílica. También para el marido, ya que tras el juramento de Iseo y el apoyo de Arturo, la paz parece definitiva en Cornualles.

 

 

El rey Marc ha recobrado el aprecio de sus súbditos, todos sus vasallos le temen y le respetan. Marc se hace acompañar en todas las diversiones por la reina Iseo, a la que llena de atenciones. Y los amantes siguen amándose clandestinamente:

Chascun s'en vient a son roiaume:

Li rois Artus vient a Durelme,

Rois Marc remest en Cornoualle.

Tristan sejorne, poi travalle.

Li rois a Cornoualle en pès.

Tuit le criement et luin et près.

En ses deduiz Yseut en meine:

De lié amer forment se paine. (v.4231-4238)

Todos los detalles confieren al final de Béroul un clima sosegado y tranquilo, idílico. Como sin duda le gustaba al público cortés. A pesar de los riesgos, las denuncias, las tretas y los engaños (o gracias a ellos), Tristán e Iseo han conseguido encontrar un equilibrio entre su deseo y su papel en la sociedad cortés.

Han sabido resolver el callejón sin salida al que podían verse abocados, dado el carácter adúltero de su amor, y dadas las complicaciones que eso implica. Béroul no es pesimista, su visión de la leyenda tranquiliza muchas conciencias a pesar de que nos pueda sorprender un status quo tan curioso. Quizá él no lo vea tan complicado, sólo hay que saber cuáles son las prioridades y confiar en la dignidad del amor cortés.

 

 

Y la prioridad de la fin'amors pasa por sortear algunas normas sociales, aunque sin entrar en contradicción con las religiosas, ya que, como los trovadores, Béroul confía en un Dios comprensivo, y no justiciero o moralista. Quienes moralizan quizá sean sus representantes en la tierra. Pero tampoco estamos hablando de ellos ahora.

 

 

 

Por muy inmoral o amoral que éstos últimos lo juzgaran, no parece que el público cortés se preocupara demasiado del papel que juega Dios en la versión de Béroul o en la de Thomas. De hecho, ambos coinciden en una cosa fundamental con los trovadores: el amor cortés no tiene por qué ser socialmente aceptable, es decir, deberá serlo para el círculo de amantes corteses, pero no para toda la sociedad. Al menos, no tiene por qué ser socialmente aceptable en el sentido que tomará la cortesía tras la influencia de Chrétien de Troyes. El amor de los Tristan en verso del siglo XII, como el amor que describen los trovadores, sólo aspira a ser socialmente viable.

Se trata de un detalle mucho más importante de lo que cabría pensar a primera vista y que podría servirnos de conclusión. Acabaremos con dos densas citas de Pierre Le Gentil que creemos que pueden ser matizadas en algunos aspectos. El autor concluye su estudio sobre Béroul y Thomas, comentando precisamente la poca sociabilidad del amor tal y como lo entendieron los dos narradores. Está hablando del fracaso de Thomas a la hora de aplicar las reglas corteses a una situación más o menos verosímil, pero al final su juicio se extiende a ambas versiones:

"Quoi de plus désolant, en effet, que de constater l'inanité des efforts tentés par les héros de son Tristan pour trouver, à force de courtoisie, l'impossible compromis qui sauvegarderait leur passion en la réconciliant avec la société, la morale et la foi? (...) Toutes ces œuvres, d'ailleurs, se heurtent à la difficulté qui a embarrassé notre poète; il était plus facile, en effet, d'adopter et de proclamer les dogmes de la courtoisie que de les adapter aux conditions de la vie, et aussi de les justifier en droit parallèlement aux impératifs de la morale et de la religion. (...) Il est, en effet, tout à l'honneur de la société chevaleresque médiévale qu'elle ait préféré au mythe de Tristan, l'histoire de Lancelot et de Guenièvre, car cette histoire, à coup sûr très romanesque et souvent bien peu délicate, est au fond plus humainement vraie, plus habilement sage, plus pratiquement efficace et plus largement exemplaire que l'autre -précisément parce que, remplaçant par un renoncement tardif une catastrophe prématurée, elle donne du destin de l'homme, être faible, mais libre, appelé en dépit de ses fautes et de ses erreurs à la rédemption, une image à la fois plus nuancée, plus tonique et plus réconfortante."(75)

Empecemos por el final de esta larga cita.

 

 

Estamos plenamente de acuerdo con Pierre Le Gentil en que, comparado con el final de Thomas, el de Lancelot puede ser más reconfortante o tónico, sobre todo si a uno le gustan los finales fáciles. El happy end, suele hacer atractivos los relatos más complicados. Sobre todo aquellos que más riesgo tienen de acabar inquietando a un público que no desea ser turbado. Ahora bien, que el público medieval prefiriera este tipo de final a uno más trágico, ya es más arriesgado de demostrar.

 

 

Si leemos, por ejemplo, la canción más famosa de Guillem de Cabestany, Lo Dous cossire, tendremos la impresión de seguir un texto acorde con la visión de Thomas. A Guillem también le gusta diseccionar el sufrimiento que produce un amor insatisfecho.

Iseo canta en el Tristan  de Thomas el Lai de Guiron, historia famosísima en la Edad Media, y muy trágica, incluso morbosa. Es la conocida leyenda sobre el marido celoso que asesina al amante de su mujer y le cocina, sin ella saberlo, el corazón de su amigo. Cuando haya acabado el suculento plato, el marido disfrutará revelándole la verdad. Ella muere, como Iseo, de pena por la muerte de su amante.

No hay que olvidar que la muerte de los amantes, tal y como Thomas la describe tiene notables parecidos con la historia ovidiana de Píramo y Thisbe. Romeo y Julieta puede ser considerado como una magnífica revisión de esta historia, que no deja de copiarse y de citarse durante toda la Edad Media. La Châtelaine de Vergy, que pone en escena el famoso tema del celar, también participa de estos finales trágicos. Los trovadores gustan de historias tristes y cautivadoras.

Guilhem de la Tor habla de una historia que podríamos calificar de prerromántica, sobre la vida de un trovador que no quiso convencerse de que su amada había muerto. En su desesperación, no entierra el cadáver ya que un "embaucador" le asegura que la resucitará si durante un año reza ante su cuerpo. Cuando el poeta descubrió la ineficacia de sus oraciones, se dejó morir de pena (Riquer, p.1073). La historia debe haber nacido de un debate entre Guillem de Cabestany con el trovador Sordel.

 

 

Ambos planteaban un tema que preocupó notablemente a los poetas occitanos: dos amantes se amaban tanto que el uno sin el otro no podía tener gozo, y si uno moría el otro lo haría también. Como Tristán e Iseo. No es extraño que a los románticos les fascinaran historias de este tipo y que "redescubrieran" numerosos textos de la Edad Media.

Y no está claro que el público medieval, como decía Le Gentil, prefiriera esos finales felices. Es muy posible, como se desprende de las citas que sus coetáneos realizaron de la leyenda de Tristán, que esta historia fuera incluso más apreciada que la de Chrétien de Troyes.

 

 

 

Pierre Le Gentil habla del compromiso imposible que presentan nuestros textos, entre la justificación del amor, la moral y la fe. Pero hemos visto que los esfuerzos de los amantes para justificar su amor y sortear una norma social como el matrimonio, no eran vanos. En cuanto a la fe, no insistiremos en su particular concepción, tan próxima a los trovadores. No hay conflicto, ni oposición con la religión, o al menos, ni Béroul, ni Thomas, ni los poetas líricos occitanos parecen ver el conflicto.

Para todos ellos, el compromiso es posible. No tiene por qué ser aceptado por todo el mundo, sólo por el público cortés y los amantes fis. Los esfuerzos de los amantes para buscar una solución de compromiso entre su deseo y su papel en la sociedad no son desoladores. Tienen éxito. Incluso el final de Thomas, con la muerte de Tristán e Iseo, no puede analizarse como el castigo lógico que se merecen unos amantes adúlteros.

El episodio es fundamentalmente profano: si con anterioridad no podíamos vislumbrar un arrepentimiento de los amantes, desde el punto de vista moral, el final tampoco ofrece esa posibilidad. La muerte se presenta como un "error", no como una condena. Los amantes mueren a causa de los celos y de la cólera de Iseo de las Blancas Manos, que miente a sabiendas sobre el color de las velas.

Pero ni Tristán ni Iseo se arrepienten de nada. Nunca se han sentido culpables ¿por qué lo iban a hacer ahora? Los amantes mueren de pena. Tristán porque cree que Iseo ya no vendrá; Iseo porque no ha podido llegar a tiempo de salvarlo. Thomas lo plantea, de nuevo, como un terrible malentendido, como una encadenación de casualidades desgraciadas. Pero no han dejado de amarse, ni han dejado de justificar su amor por encima de todo.

 

 

 

Por eso decíamos que para la fin'amors, el amor no tiene por qué ser socialmente aceptable, sino socialmente viable. Y eso se consigue en la clandestinidad, está claro. El matrimonio es un contrato en el que no puede darse el verdadero amor cortés. Pero este detalle no se opone a que todos consideren que su amor es de una calidad superior y de una dignidad excepcional.

 

 

Los héroes de Chrétien de Troyes sirven otro tipo de ideal, mucho más sociable, es decir, menos centrado en el adulterio y más acorde con la moral eclesiástica. Lancelot, por ejemplo, es un redentor, un héroe que ama a la reina Ginebra, pero que por su amor, llevará a cabo una labor social de primera magnitud. El amor al servicio del orden establecido.

Tristán e Iseo, como los trovadores, sólo pretenden vivir su amor en paz. ¿Se dirá que son unos egoístas, que no piensan en los demás? Puede ser, pero la concepción que tienen de su pasión no tiene nada que ver con un papel ejemplificador para tiernas doncellas o tímidos enamorados. Los amantes corteses no se arredran ante las dificultades y defienden con uñas y dientes su relación.

El amante cortés, como ocurre con Tristán e Iseo, no siente ningún tipo de deshonra o de vergüenza ante las situaciones extremas a las que le puede llevar la defensa de su amor. Si hay que disfrazarse de leproso, si hay que mentir sobre las reliquias o eliminar a los lauzengiers, se hace. Es cuestión de prioridades, y en función del origen cortés de las iniciativas, los comportamientos no pueden ser juzgados más que acordes con la ética de la fin'amor.

Por eso decíamos más arriba que no entendíamos cómo se puede realizar de Béroul una interpretación trágica, como la de Emmanuelle Baumgartner en Tristan et Iseut. De la légende aux récits en vers, París, 1987. La autora acaba  su análisis de Béroul con el capítulo titulado Le philtre, la lèpre (p.66-75). Se basa en el disfraz de Tristán para extraer una lectura pesimista de Béroul: la lepra sería, en última instancia, la metáfora que utiliza Béroul para definir el amor de Tristán e Iseo. Pero no se puede concluir de un rasgo así toda la interpretación de la novela. En todo caso, ni Béroul acaba su relato con esta imagen, ni Tristán parece preocupado lo más mínimo por su disfraz. Es parte del atrezzo imaginado por Iseo, para dar mayor verosimilitud al juramento público. Es fundamentalmente un recurso hábil y muy práctico, acorde con todo el espíritu de la obra, desde la escena del pino hasta la venganza sobre los felones, que cierra el relato de Béroul.

En los textos corteses no encontramos tampoco la huella de esa deshonra o vergüenza que implicaría la pasión amorosa. Al contrario, no es extraño que los trovadores tomen la palabra para manifestar su absoluto desprecio por el-que-dirán, o por las convenciones sociales. Veamos algunos testimonios. En general, los poetas occitanos consideran que un simple deseo de la dama se convierte en una orden que se ejecuta sin contemplaciones. El amante no repara en promesas: aunque lo que la dama pida parezca imposible de conseguir, el enamorado lo hará realidad por su amor. Incluso si eso entra en contradicción con cualquier otro imperativo, como le dice Guillem de Cabestany a su dama:

Ja no m'entenda

Dieus mest sos preyadors

s'ieu vuelh la renda

dels quatre reys majors

per qu'ab vos no…m valgues

merces e bona fes;

quar partir no•m puesc ges

de vos, en cuy s'es meza

m'amors, e si fos preza

em baizan, ni•us plagues,

ja no volgra•m solses.

Anc res qu'a vos plagues,

franca dompn'e corteza,

no m'estet tan defeza

qu'ieu ans non la fezes

que d'als me sovengues.

[No me escuche Dios entre los que le ruegan, si yo deseo la renta de los cuatro reyes mayores, a cambio de que con vos no me valgan la piedad y la buena fe. Pues en modo alguno puedo separarme de vos, en quien mi amor se ha situado, y si el amor fuera aceptado besando, y os agradara, nunca me quisiera libre. Franca señora y cortés, nunca nada que os plazca me será tan vedado que yo no me apresure a hacerlo sin acordarme de otra cosa.](77)

De chantar m'era laissatz es una bella canción de amor de Peire Vidal, en la que el trovador parece dirigirse  a una dama que encubre bajo el senhal de Bels Sembelis, Hermosa Cibelina. En su composición, Peire le habla de su amor por la Loba, que a pesar de lo que pudiera parecer no es otro senhal, sino un nombre propio atestiguado en la época.

 

 

Esta circunstancia favoreció sin duda la fantasiosa Razo que aparece antes de la poesía: entroncaba muy bien con la creencia en la licantropía y con numerosas leyendas sobre el tema. El hecho es que este nombre propio le permite a Peire identificarse con un lobo. Con un animal perseguido y temido, que todos desean ver muerto. Pero al amante le preocupa poco tal asimilación:

 

 

 

E sitot lop m'appellatz,

no m'o tenh a deshonor

ni se•m baton li pastor

ni se•m sui per lor cassatz;

et am mais bosc e boisso

no fatz palaitz ni maizo,

ni ab joi li er mos trieus

entre vent e gel e nieus. (...)

La Loba ditz que seus so

et a•n ben drech e razo,

que, per ma fe, mielhs sui sieus

que no sui d'autrui ni meus.

[Y aunque me llamáis lobo no lo tengo a deshonor, ni si los pastores me apalean y soy perseguido por ellos. Y prefiero bosque y zarzal a palacio o mansión, y con alegría me encaminaré hacia ella entre viento, hielo y nieve (...). La Loba dice que soy suyo y tiene buen derecho y razón, pues, a fe mía, soy más suyo que de otro o que mío.](78)

A Peire Vidal no le importa que le comparen con una fiera salvaje. No creemos que a Tristán le preocupe disfrazase de leproso, o de loco, como hacía en las Folies Tristan. Precisamente a un loco se compara el trovador Lanfranc Cigala, y él, acepta el símil con un orgullo difícil de disimular:

Ab franc vol et ab cor humil

sui totz sotz sa seignoria

ni ai cor qu'eu m'en desapil,

si•m dures mil anz ma via. (...)

Domna, de vos chant e d'amor,

de que•m tenon fol li pluzor;

mas ges per fol no•m tenria

qui sabia don mon chantar derriu;

mas eu am mais que•m teing'hom per auriu.

[Con franco querer y con corazón humilde estoy completamente bajo su señorío, del que no tengo intención de separarme aunque mi vida dure mil años. (...) Señora, canto de vos y de amor, por lo que los más me tienen por loco; pero no me tendría por loco quien supiese de dónde deriva mi cantar, aunque prefiero que se me tenga por demente.](79)

 

 

 

A veces, incluso, el trovador defiende unas opciones que podrían sorprender a primera vista. Raimon de Miraval sólo vive para su dama y para demostrárselo, le hace un elogio de la locura (follejar) y de los celos. No es que sea extraño en los trovadores: los celos en el marido no suelen ser apreciados en absoluto; pero en el amante, pueden agudizar y avivar el sentimiento amoroso.

 

Está claro que para Raimon, la pasión le consume, requiere toda su energía y está orgulloso de su egoísmo. Se trata de un sentimiento que le permite abstraerse de toda la sociedad y dedicarse exclusivamente a cultivar lo que más desea:

Ben aia qui prim fetz jelos,

qe tant cortes mestier saup far;

qe jelosia•m fai gardar

de mals parliers e d'enojos

e de jelosi'ai apres

so don mi eis tenc en defes

ad ops d'una, c'autra non deing,

neis de cortejar m'en esteing.

[Bien haya el primero que hizo de celoso, porque supo desempeñar tan cortés oficio; pues los celos me preservan de malos y fastidiosos habladores; y los celos me han enseñado a consagrarme a mí mismo al servicio de una sola dama, pues no quiero a ninguna otra e incluso me abstengo de cortejar.](80)

La relatividad de la convención cortés se pone en evidencia también, con esta apasionada declaración de Cercamon. La fin'amors por su dama justifica todas las conductas del amante, sean estas del agrado de la sociedad o no. Lo que importa es que lo que el trovador desea, coincida con lo que desea su amada:

Per lieys serai o fals o fis,

o drechuriers o ples d'enjan,

o totz vilas o toz cortes,

o trebalhos o de lezer.

Mas, cui que plass'o cui que pes,

elha•m pot, si•s vol, retener.

[Por ella seré falso o sincero, justo o lleno de engaño, o completamente rústico o completamente cortés, o afanoso o vago. Pero, plazca o pese a quien sea, ella puede, si quiere, retenerme.](81)

 

 

Oigamos por último a Peire Rogier en Al pareyssen de las flors. Es una canción inspirada en aforismos eróticos tomados de Amores y Ars Amandi, de Ovidio. Pero ahora lo traemos a colación porque, como señala Riquer, es notable su posición tolerante y su menosprecio por el honor. Su comportamiento entronca perfectamente con lo que conocemos de otros muchos trovadores:

 

 

 

Mais vuelh treta dezonors

q'un'onor, si lieys mi tuelh,

qu'ieu suy hom d'aital natura,

no vuelh l'onor que•l pro lays. (...)

Molt mi fera gen secors,

s'una vetz ab nueg escura

mi mezes lai o•s despuelha.

[Prefiero treinta deshonras a un honor que me la quitaría, pues soy persona de tal índole que no quiero honor que aparte el provecho (...). Gentilmente me socorrería en gran manera si una vez, en la noche oscura, me introdujese donde se desnuda.](82)

El público cortés, la élite que conformaba el auditorio de los trovadores, así como el de la leyenda de Tristán e Iseo, estaba pues acostumbrado a oír experiencias de todo tipo. En líneas generales, hemos intentado destacar las características más relevantes, es decir, aquellas que la mayoría de los poetas distinguen como las más propias de los amantes corteses.

En ningún momento hemos pretendido hacer un estudio sociológico o antropológico de las gentes que gustaban de oír esta literatura de ficción. Porque tanta ficción puede haber en una poesía de los trovadores, como en el Tristan, como en el Lancelot.  Hablamos de literatura, y aquí todo el campo está abierto a la imaginación. No es imposible que ciertas actitudes que hemos puesto de relieve tuvieran su explicación en comportamientos "reales" o aproximados a la realidad del siglo XII.

Así, un estudio, por ejemplo, sobre el sentimiento religioso (en esta época de convulsiones espirituales), bien podría ayudarnos a establecer los parámetros mentales de unos hombres que escribieron en una época tan distante y tan distinta de la nuestra. Pero hablamos de productos culturales de ficción. Permítasenos no obstante, aludir al público cortés y a sus gustos, porque nos parece que no eran tan estrictos ni tan reducidos como se puede pensar a primera vista. Y sobre todo, cuando se establecen como incompatibles con la leyenda de Tristán e Iseo:

"Une passion coupable et orageuse ne faisait, certes, pas peur au public courtois, qui venait d'accueillir si favorablement, au temps d'Aliénor d'Aquitaine et de Marie de Champagne, l'idéologie provençale. Mais, mondain et chevaleresque, ce public répugnait à attribuer une cause mystérieuse au sentiment qu'on lui enseignait si curieusement à raffiner. Il répugnait à faire de l'homme le jouet d'une force incontrôlable et totalement anti-sociale. Il croyait à la liberté et se refusait à prôner aussi bien un égoïsme à deux qu'une sensualité toute instinctive (...). Il y avait une mesure à garder, des contacts humains à maintenir, des activités à poursuivre: en un mot, il fallait embellir la vie, lui donner un rythme et des tonalités rares, mais aussi se soumettre à toutes les exigences propres à la rendre collectivement possible, agréable et utile.](83)

Aquí, creemos que se mezclan, precisamente, ficción y realidad.

 

 

Creemos que al público amante de la fin'amors no le importaba ver atribuir al amor una causa misteriosa. Estaban acostumbrados a todo tipo de comparaciones "mágicas" o fulminantes para explicar el flechazo, que era como creían que actuaba un filtro de amor. Seguramente había que guardar una cierta mesura ante la sociedad. Los contactos humanos y las actividades sociales ocuparían gran parte de su tiempo, como en todas las épocas.

 

Sin duda, una de sus aspiraciones, así, como colectivo, era la de embellecer la vida todo lo posible. Unos nobles, que podían permirirse el lujo de pagar los servicios de un trovador, que poseían los recursos suficientes y el interés como para hacerse, algunos de ellos, trovadores, debían hacer gala de un notable deseo de enriquecer la existencia. Incluso, ¿por qué no? de darle a la vida en la sociedad, algunas tonalidades exóticas, de vez en cuando(84).

Sin duda su labor de mecenas se manifiesta en un sentido lúdico de la existencia. Probablemente deseaban hacer de sus capacidades, algo agradable y útil. Para que casi cuatrocientos cincuenta trovadores, en casi dos siglos, escribieran la cantidad de poesías que poseemos (muy poco de lo que se debió componer), hace falta que hubiera unas condiciones muy particulares que favorecieran la celebración de fiestas.

Seguramente se celebraban con mucha frecuencia para conmemorar o hacer públicos toda suerte de eventos: reuniones familiares, enlaces matrimoniales, pactos políticos, etc., o simplemente, banquetes en honor del señor del lugar, que se desplazaba, como cada año, a comprobar el estado de su acuerdo con tal o cual vasallo. Sabemos que las mujeres eran un importante centro de interés, como en casi todas las fiestas. Los que cuentan historias, los que son capaces de hacer música y componer, además, bellas historias de amor, debían ser muy apreciados en toda clase de reuniones sociales.

Ahora bien, esas historias que se contaban y se cantaban, no eran la realidad: en ellas, como en toda obra de ficción, se podía hacer la vida más hermosa, más cómica, más terrible, más profunda o más complicada. En las obras "corteses", como las dos versiones sobre el Tristan que hemos analizado, se expone una visión ficcionada de un ideal amoroso. Del ideal que tenían aquellas gentes que tanto nos fascinan.

 

Ellos, el público cortés, aspiraba a un tipo de amor que se describe como una fuerza incontrolable. El Amor elige al amante, sus flechas no yerran. El Amor entra por los ojos ante la simple visión del cuerpo deseado; el amante no puede, o no quiere oponer ninguna resistencia a ese poderoso influjo, casi como lo haría un filtro de amor. Y un amor que surge de un filtro, que beben un hombre y una mujer, se vive egoístamente. Sólo han bebido ellos, ¿cómo iban a preocuparse por los demás?

 

 

 

Tanto si el amor nace de un bebedizo mágico, como si sólo se trata de un símbolo, los amantes viven su pasión con una sensualidad instintiva (¿alguna no lo es?). Pero ese amor no era en absoluto antisocial. Antisocial hubiera sido defender el adulterio atacando al matrimonio, o pretendiendo destruir la institución. Y ningún autor habla de eso. El matrimonio existe como un medio de establecer acuerdos familiares. Eso no es amor. El amor, si se da, tiene más posibilidades de darse fuera del matrimonio.

Sólo hay que sortear la prohibición, no subvertir la sociedad. De ahí, que para ellos el amor tampoco tenga que ser colectivamente posible, sólo viable en la clandestinidad. Como le decía Ovidio al cómplice del adulterio, no estamos planeando un crimen, no nos reunimos para hacer mezclas venenosas. Queremos poder amarnos gracias a ti sin sobresalto: ¿qué puede haber más inocente que nuestras súplicas?(85) El amor es cosa de dos. La sociedad se queda al margen.

No toda, es cierto, al club de los elegidos entran los que, como ellos, toman ese tipo de amor como modelo, como ideal. Para ellos sólo se trataba de ver representado un tipo de amor adúltero que no consideraban pecaminoso, y que pretendían que no fuera considerado como tal. En definitiva, querían que se dibujara la pasión amorosa sin sentimiento de culpabilidad.

No sólo eso, sino que lo consideraban superior a cualquier otro tipo: un amor perfecto, fis, ideal. Pero es un tipo de relación que con frecuencia sufre la persecución de los que no ven bien la relación. Los que, bajo el efecto de la cólera, de la envidia, la maldad, o de una moral diferente, pretenden destruir el equilibrio cortés. ¿Cómo? Descubriendo la relación al marido. Ese es precisamente el único grupo de personajes que recibe, de todos los escritores corteses, las más duras invectivas.

La fin'amors es en muchos aspectos un club selecto. Así solemos calificar al tipo de amor que se describe en la lírica occitana. Nosotros pensamos que tanto la obra de Béroul como la de Thomas son corteses, por muchos aspectos que ya se habían señalado, y por otros que hemos intentado poner de relieve, haciendo un paralelismo con la producción de los trovadores. Pero no creemos que la fin'amors sea un club tan selecto, tan rigorista, o de normas férreas ni excluyentes.

 

 

 

De hecho, todo tipo de amantes, todo tipo de público al que le gustaba oír hablar de amor (no del debitum conyugal), debía verse reconocido y admirado por una concepción de las relaciones heterosexuales, para nosotros tan laxa. Todo estaba permitido para los amantes corteses. Como ideal de comunicación hombre-mujer, debió ser atractivo.

 

 

La literatura occitana y los textos de Béroul y Thomas representan un tipo de literatura de ficción en la que se expone un ideal amoroso muy concreto: un ideal de libertad. Libertad para elegirse, para desearse sin sentirse culpable; libertad frente a la visión aplastante que sobre el tema propone la religión católica; libertad también para rechazar el servilismo que suele darse en el matrimonio, pero no con una intención especialmente perversa o subversiva. Si el amor es adúltero, es porque no existe otra posibilidad. Aún no ha llegado el momento de aspirar a que el amor se dé en el matrimonio: en ese sentido la fin'amors es mucho más "realista" de lo que cabe imaginar. Entre cónyuges no puede darse el amor cortés. No es que sea imposible, sólo poco probable.

También hablamos de literatura de ficción con respecto  al Lancelot, o a otras obras de Chrétien de Troyes. Pero creemos que estas novelas estan animadas por otro ideal y pretenden proponer un modelo distinto, acorde con la moral religiosa y el orden establecido. Será el modelo amoroso que triunfará en el imaginario sentimental occidental, pero sin duda el Tristan representó un problema. Chrétien de Troyes es uno de los autores medievales que más preocupado está por la influencia que en su época está teniendo la leyenda de Tristán e Iseo.

No descubrimos nada al decir que la historia de los amantes de Cornualles representa un continuo modelo negativo para el autor champañés. Es decir, que casi toda la producción de Chrétien de Troyes parece concebida como un verdadero tour de force: proponer un ideal alternativo al que presentaban Béroul y Thomas. Lo curioso es que en el proceso, el novelista rechaza de igual modo nuestra leyenda y la fin'amors de los trovadores occitanos (cf. sus críticas al Tristan).

 

Pero para nosotros, lo más curioso es que desde los primeros estudios tristanianos se haya erigido a Chrétien de Troyes como el máximo representante de la cortesía al cual comparar los textos de Béroul y Thomas.

Y lo más sorprendente es que se suele dar por sentado que trovadores y Chrétien exponen los mismos ideales. Pero nada más lejos de la realidad.

 

 

De ese modo, cuando los trovadores declaran su fascinación por Tristan e Iseo, es fácil encontrar juicios como que los occitanos no entendieron este tipo de amor tan bien como al norte del Loira. Si seguimos ese razonamiento tarde o temprano llegaremos a una conclusión paradójica: si la esencia de la cortesía es Chrétien, la mayoría de los trovadores no son corteses. Es probable que situar a Chrétien como máximo referente de la cortesía sea muy satisfactorio para una idea de literatura nacional (francesa) autosuficiente, pero no deja de ser un constructo arificial que los textos no respaldan. Y lo que es más problemático: enmaraña la interpretación de las obras medievales.

Clarificar conceptos como el de cortesía nos permitiría analizar el impacto que tuvo la fin'amors en la mentalidad del público europeo medieval, en sus gustos éticos y estéticos. Nos dotaría además de un instrumento de análisis operativo para determinar la influencia de los trovadores en la producción literaria occidental. Nos dejaría finalmente apreciar al norte del Loira la evolución o la transformación que sufrieron los temas y géneros literarios que ellos crearon y practicaron.

Porque no hay duda de que sus postulados provocaron debates apasionantes, entre ellos, cómo no, el debate sobre el Amor ¿Existe algún otro tema que capitalice en pleno siglo XII mayores energías y tan espléndidas obras de arte? En el centro de dichas reacciones, no hay duda, se sitúa la historia de Tristan e Iseo, tan acorde con la mentalidad cortés, tan idealizada por los poetas y por el público occitanos, tan fascinante nueve siglos después.

 

 

Texto extraído de mi tesis doctoral: "Los dos Tristan del siglo XII y la fin'amors", dirigida por la Dra. Dª Elena Real Ramos, y defendida en la Universitat de València en 1995

 

 

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Béroul pág.6

(aquí)

 

NOTAS

 

(75)"La légende de Tristan, vue par..." p.129

(77) Riquer, op.cit., p.1075, v.80-95

(78)Riquer, op.cit., p. 902, v.40-48; 53-56

(79)Riquer, op.cit., p.1363, v.51-54; 61-65

(80)Riquer, op.cit., p.985-986, nota nº 7

(81)Riquer, op.cit., p.225, v.51-56

(82)Riquer, op.cit., p.267-268, v.36-39; 47-49

(83)Le Gentil, op.cit., p.126

(84)No hay que olvidar el impacto que produjo en occidente el contacto con oriente, sobre todo a partir de las cruzadas. Los cristianos se sintieron especialmente impresionados por las maravillas de una civilización tan distinta, y en muchos aspectos, más refinada que la suya.

(85)Amores, II, 2.

 

 

 

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