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La ciencia y la ley en acción
El filósofo Friedrich Nietzsche pensaba que su genio residía en su
nariz. Escribió uno de los pocos elogios del sentido del olfato: "Esa
nariz, de la que ningún filósofo ha hablado todavía con veneración y
gratitud, es hasta este momento el más delicado de los instrumentos que
están a nuestra disposición. Es capaz de registrar incluso diferencias
mínimas de movimiento que ni siquiera el espectroscopio registra". Las
huellas de sangre fueron detectadas en el siglo XIX tanto mediante el
olfato como con microscopios y espectroscopios. ¿Aceptaron los jueces
las opiniones de Nietzsche acerca de las potencialidades epistemológicas
del olfato? ¿O prefirieron la objetividad mecánica ofrecida por
instrumentos científicos y protocolos estandarizados? Un juicio famoso
de 1851 provocó una situación singular para pensar esta cuestión.
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