Novelas

Todo lejos

(Ed. Piel de Zapa. Barcelona 2014)

Todos hablan de los sueños porque cuando la realidad se hace polvo en nuestras manos, qué más nos queda. Alguien se lo pregunta, alguien mira atentamente a quien escribe y lo dice: qué hacemos con los sueños cuando los sueños fracasan. Cómo decirles que los sueños son un fracaso en sí mismos, que llegan cuando no existimos, en esa especie de muerte nocturna que nos atrapa cuando perdemos la consciencia y nos dormimos”. Es éste uno de los párrafos finales de Todo lejos, mi última novela. Como en las anteriores, regreso al territorio turbador, casi siempre hostil, de la memoria. En el verano de 1971 un grupo de jóvenes busca romper el cerco de una dictadura nada resignada al más mínimo signo de flaqueza. El tiempo es una mezcla de lo que pasó y de lo que nunca fue nada, de horizontes sin límites de sombra y amores fugaces como las viejas canciones que cantaban Los Taburos en la Terraza Tropical, de culpa y de silencio porque lo que somos es demasiadas veces lo que los demás quieren que seamos en vez de otra cosa diferente. En la escritura de esta historia surgen de nuevo esas obsesiones que regresan en una no sé si ya extraña persistencia: las numerosas voces que la cuentan, el paisaje de Los Yesares que de nuevo se convertirá en protagonista moral del relato, ese lirismo que recupera para la prosa el ritmo que la poesía me dejó antes de abandonarme para siempre, unos personajes que buscan una salida digna a las mentiras de un tiempo en bancarrota. Y como siempre, también, otra obsesión aclaratoria: la memoria habla de ahora mismo y nunca del pasado. De ahí, que esa memoria sea menos refugio que intemperie, menos seguridad que incertidumbre, más punto de partida que llegada a un final que -como dice Eliot- no sea el mismo principio que lo provoca. La suerte de las novelas, como en la vida la suerte de las gentes, es una incógnita. Por eso, lo que Todo lejos haya de ser a partir de este momento es cosa de la mirada que se acerque curiosamente a ver qué se cuenta en sus páginas. Y sobre todo: cómo se cuenta. Lo demás pertenece ya a la bola de cristal de esas adivinanzas, tan absurdas como inútiles, que intentan convertir la literatura en una barraca de feria donde demasiadas veces se truca la realidad con la desfachatez de la impostura.

Las voces fugitivas

(Ed. Piel de Zapa. Barcelona 2013)

La memoria no habla del pasado sino del presente. Indagar en lo que hubo antes es una manera de descubrir lo que nos pasa. Nadie puede vivir sin los recuerdos. Otra cosa es organizarlos, reflexionar sobre lo que esos recuerdos nos cuentan: aunque sólo sea para no mentir a quienes se los narremos en un libro o donde sea. En 1995 publiqué El color del crepúsculo. Era una novela que hablaba de la “memoria histórica” cuando la memoria histórica aún no tenía nombre en la literatura española de aquellos años. Después seguiría dando vueltas por el territorio de una memoria que ha sido clausurada, primero por el franquismo, luego por la transición y finalmente por una increíble capacidad de olvido que ha sido seña de identidad de una sociedad a la que han acostumbrado al silencio, no sólo cuando hablamos de memoria sino de casi todo. A aquella novela, que cuenta el tiempo de la infancia en los años cincuenta del pasado siglo XX, poco después de la posguerra más inmediata, siguieron otras cuatro que formarían el ciclo de la memoria, nombre con el que se las conoce aquí y también en Francia, donde esas novelas son ampliamente conocidas y estudiadas en los dos idiomas. Lo mismo sucede -esta vez en castellano- en algunas universidades alemanas, inglesas, noruegas, irlandesas y de EEUU. Está bien eso de correr por esos mundos con tus novelas bajo el brazo. Ahora se presentan en un único volumen esas cinco novelas: El color del crepúsculo, Maquis, La noche inmóvil, La sombra del cielo y Aquel invierno. El tiempo histórico se mide también con las dimensiones de la ficción. Y este libro es un buen ejemplo de esa afirmación. La memoria es el relato no de lo que pasó en este país cuando la II República, la guerra civil, la dictadura franquista y la transición a la democracia sino el relato de lo que nos está pasando en estos momentos en que la crisis económica ha supuesto -en la literatura y en muchos más espacios públicos y privados- el arrumbe de los valores más humanos y parejamente, como decía Antonio Machado en las lecciones del maestro Mairena, el triunfo del cinismo. El título -LAS VOCES FUGITIVAS- habla de esas huidas que siempre acabarán regresando al lugar de donde salieron. El silencio y el olvido son imposibles. Para eso escribimos. Por eso escribimos. Algunos pasajes han sido revisados para esta edición. Hay aquí cinco novelas, pero el sentido de totalidad lo encontrarán ustedes si las leen todas como una sola y única historia.

Tantas lágrimas han corrido desde entonces

Con ESAS VIDAS, Alfons Cervera quedó finalista del Premio Nacional de Narrativa 2010. En aquella ocasión, el escritor valenciano indagaba en ese territorio de extrañamiento que es la muerte. Entonces esa muerte era la de su madre. La realidad y la ficción ocupaban el punto de reflexión en que el autor insiste casi desde sus primeras novelas y sobre todo desde que abordara, en 1995 y con EL COLOR DEL CREPÚSCULO, ese tiempo que ahora se conoce como “de la memoria”.

Ahora nos llega TANTAS LÁGRIMAS HAN CORRIDO DESDE ENTONCES. Y de nuevo nos llegan las preocupaciones éticas y estéticas de un escritor que sólo concibe la escritura como intemperie. Por eso en esta última novela regresa al espacio físico y moral de su última novela. Aquella muerte familiar, el extrañamiento que supone a quien la sufre y a quienes la viven en sus alrededores, da pie a una nueva indagación: la que Alfons Cervera lleva a cabo en el territorio de la emigración económica a Francia que en los años sesenta del pasado siglo dejó vacíos muchos pueblos del interior. Muchos de aquellos emigrantes se quedaron en Francia y otros regresaron. En aquel nuevo espacio de acogida (siempre difícil, entonces como ahora y sea ese espacio el que sea) convivían -a ratos bien y otros no tanto- la emigración económica y el exilio que tanta gente sufrió durante la guerra y después de la victoria franquista en 1939.

El protagonista de esta novela que ahora anunciamos regresa desde Orange a Los Yesares (el territorio de siempre en las novelas del autor de MAQUIS) para asistir el entierro de Teresa, la protagonista de ESAS VIDAS. Un día, sólo un día, en que tendrá lugar el reencuentro con muchos de los hombres y mujeres de aquellos años, cuando niños y adultos vivían un tiempo aparentemente nuevo y feliz que al cabo no podría ser otro que el del desarraigo. Cuando alguien sale de su sitio de siempre ya son imposibles todos los regresos: se acaba siendo de ninguna parte. Ésa es la idea que flota en las páginas de esta novela que una vez más surge al margen de otras líneas de escritura que ocupan el panorama literario español de los últimos años. Escribir sobre nada -eso tan de moda hoy día- no es algo que vuelva loco a este escritor que va a su aire, que comulga poco con las modas literarias, que prefiere vivir lejos de las luces y alimentar con sombras lo que escribe.

Todo eso -y seguro que bastante más de lo que apunta este texto de presentación- encontrará quien lea TANTAS LÁGRIMAS HAN CORRIDO DESDE ENTONCES, la última novela de Alfons Cervera, publicada, como todas las suyas, en nuestra editorial.

Esas vidas

(Ed. Montesinos. Barcelona 2009)

Al final, siempre está la muerte. Agazapada. Al acecho. Esperando el momento del zarpazo definitivo. Pero no siempre actúa de improviso. A veces la muerte se deleita en una espera en la que quien va a morir lo va haciendo poco a poco, queriendo, al mismo tiempo y paradójicamente, acabar de una vez y aferrarse a la vida. Y lo hace ante los ojos de quienes, espectadores expectantes y conmovidos ante una muerte ajena y cercana, esperamos ese desenlace que va a aliviarnos y a herirnos, que nos llenará de dolor pero nos desembarazará de la pesada carga de observar, día tras día, cómo escapa la vida de un ser que ya no es él, pero que lo es todavía, haciéndonos sentir culpables por los contradictorios sentimientos que nos embargan y nos paralizan.

Aquí, Alfons Cervera narra la muerte de su madre, acontecida tras un deterioro progresivo que la lleva a recluirse en sí misma, a buscar la soledad del vacío, a sumergirse en la nada que aguarda en la antesala de la muerte. Pero Cervera no se limita a describir el proceso que conduce al fin de la vida; este es también un libro sobre el propio autor, sobre sus sentimientos, sus recuerdos y, sobre todo, sobre nuestra condición de humanos. Y lo hace con una prosa de una belleza terrible, una prosa que difícilmente admite parangón en la literatura contemporánea en lengua castellana.

La lentitud del espía

(Ed. Montesinos. Barcelona 2007)

 

Aquel invierno

(Ed. Montesinos. Barcelona 2005)

Aquel invierno es una historia sobre el dolor. Seguramente hay más cosas en las páginas de una novela que aborda, siguiendo lo que se contaba en otras anteriores del mismo autor, el tiempo de los años que siguieron a la victoria fascista frente a la República en 1939. Si antes Alfons Cervera se adentraba en las entrañas de unos personajes que buscaban desesperadamente un lugar donde sobrevivir sin moverse del sitio, ese lugar deviene ahora más moral que nunca, más rabioso, más definitivamente enganchado a las consecuencias del daño provocado por esa deleznable voluntad de exterminio que la dictadura franquista desencadenó sobre los hombres y mujeres que sufrieron la derrota. La mirada de esos hombres y mujeres se mezcla con la de una infancia que no entiende por qué hay padres que no regresan nunca a casa, ni las conversaciones a media voz entre las mujeres que siempre parecen amenazadas por algún peligro desconocido, ni las dedicatorias con caligrafía temblorosa escritas al pie de fotografías antiguas, ni los motivos del abuelo para cambiarle el nombre a un perro que antes de la guerra se llamaba Durruti y después Valiente, ni el misterio de una tarde en que un niño se convirtió en pájaro con los ojos perdidos en el cristal de la ventana... En esta cuarta entrega de su celebrado ciclo novelístico sobre la memoria (El color del crepúsculo, Maquis y La noche inmóvil), Alfons Cervera indaga una vez más en los territorios oscuros del silencio, en las trampas tendidas para perpetuarlo, en esa obscena vocación de olvido que cubre el relato de un tiempo devastado; y lo hace, como siempre, desde esa multitud de voces que se cruzan para contar cada una de ellas sus propias versiones de los hechos.

Fragmento

La sombra del cielo

(Ed.Montesinos. Barcelona 2003)

En su Trilogía de la Memoria, formada por las novelas El color del crepúsculo, Maquis y La noche inmóvil, Alfons Cervera profundizaba en las huellas de una época (la posguerra española) y un lugar (Los Yesares, topónimo figurado de los pueblos de la Serranía valenciana) que dejaron en los personajes que pueblan sus páginas las cicatrices de un tiempo devastado.

En La sombra del cielo Cervera rescata aquellos personajes (la mayoría de ellos, niños y niñas en los años cuarenta y primeros cincuenta) sólo que ahora viven los años noventa y en esas vidas confluyen dos circunstancias nada tranquilizadoras. De una parte, Los Yesares es un pueblo anclado en el pasado, con unos gobernantes absolutamente despegados de cualquier comportamiento acorde con los tiempos democráticos. Como en muchos lugares del interior de nuestro país, las relaciones viciadas que se heredaron de la guerra siguen vigentes. Y eso se da en Los Yesares con casi la misma y negativa intensidad que en los años cuarenta. De otra parte, en el pueblo, así como en los alrededores, se añade una circunstancia que violenta la convivencia: los montes son arrasados por las excavadoras, que extraerán la tierra de esas montañas para que en los pueblos ricos de la costa fabriquen cerámicas de lujo. Y a esa situación que viven las gentes del pueblo, se añade la aparición un buen día de un argentino, Walter Reyes Bazán, que llega a Los Yesares nadie sabe muy bien por qué ni con que intenciones. Quizá exiliado a causa de la dictadura argentina, será el personaje principal de esta historia, un personaje misterioso y contradictorio, cuyo desconocido pasado encierra en un silencio espeso y hosco.

La sombra del cielo, como antes la trilogía, indaga una vez más en el territorio vasto y complejo de la memoria individual y la colectiva, en las razones que unos tienen para la supervivencia y otros para dejar que la vida siga los derroteros de la fragilidad, de la desmemoria y finalmente de la muerte.

Fragmento

L'home mort (Ed. 3 i 4. Premi de novel.la Ciutat d'Elx 2001)

El hombre muerto

(Ed. Montesinos.Barcelona 2002)

Un hombre aparece muerto y castrado en los alrededores de una gran ciudad. Un hecho que fue publicado en las páginas de sucesos de los periódicos para desaparecer a los pocos días. Como ya hiciera antes en La risa del idiota, Alfons Cervera bordea el asunto, ignora los archivos policiales del caso y se dedica a inventar un universo propio donde los protagonistas son los de una novela negra arrojados a un paisaje imperturbablemente desolado. Una urbanización, un polígono industrial, la autopista que siempre es la frontera de ninguna parte, una gasolinera, la quietud de la huella de un cadáver entre la hierba: ése es el territorio narrativo (moral, como todo territorio) de este libro donde aparentemente nada sucede sino en el interior de sus protagonistas. Pero hay un crimen, cuyo autor nunca será descubierto, aunque el lector perspicaz sí averiguará quien es el asesino. Y también hay un perro que lo sabe todo. Y una historia de amor que dura una noche. Y las espirales de humo que se alzan al cielo desde las chimeneas de la muerte. Y el charco de agua y de literatura en que se diluyen los sueños perdidos de todos los personajes de El hombre muerto.

La risa del idiota

(Ed.Montesinos. Barcelona 2000)

Un hombre rico acude a una cita con una mujer, concertada a través de la línea erótica. La relación que se establece entre los dos descubre los instintos más perversos que enmascarala pasión y también la inaguantable propensión al horror que esos instintos esconden en los pliegues de sus diversos camuflajes. El hombre llama amor a lo que vive la mujer como una violencia que acabará matándola y ella sólo sabe que el crimen no cuadra, o cuadra mal, con el hecho de que su asesino la quiera con locura. No son estas páginas el acta policial de lo sucedido entre los amantes, mucho menos la reseña peridística del asesinato: antes al contrario, lo que se cuenta aquí es lo que nunca se dirá en ninguna parte, el estado de descomposición en que los cuerpos quedaron por dentro, los silencios que sustituyeron a la risa del asesino cuando le llegaba el orgasmo y se quedaron ahí, llenando las páginas de esta novela sorprendente. Esta última novela de Alfons Cervera regresa al mundo que le era propio antes del que abordó en su trilogía sobre la memoria y su tierra (El color del crepúsculo, Maquis y La noche inmóvil): ese mundo en que el lenguaje se convierte en personaje principal de la historia, como si fuera él, más que los otros, el protagonista de lo que se cuenta.

Esto se dijo de las últimas novelas de Alfons Cervera:

"Obra ambiciosa por lo que se propone lograr y logra, y humilde por la diáfana claridad de su escritura, es obra indispensable también por lo que de salubre ofrece a sus lectores, en una época, la nuestra, que aún se niega a mirar a los ojos su más reciente y dolorido pasado" (Ignacio Soldevila: La noche inmóvil); "Estupenda novela. Es un placer leer páginas escritas con tanta delicadeza y hondura" (Ricardo Senabre: La noche inmóvil); "Una obra sólid, comprometida, coherente y destinada a permanecer en el tiempo" (Manuel Talens: Maquis).

Fragmento

La noche inmóvil

(Ed. Montesinos. Barcelona 1999)

"Más allá de lo que recordamos no hay nada", le dice a Félix su nieta Sunta. Y en esa necesidad de recordar se juntan los personajes de esta novela, unos personajes que ya aparecían en El color del crepúsculo y Maquis, las dos novelas anteriores de Alfons Cervera. El protagonista, en esta ocasión, es el abuelo, la mirada quieta "como el paso milenario de las tortugas" hacia una muerte que tendrá el color azul de una memoria machacada por los desastres de la guerra española del 36. De nuevo, en las páginas de esta novela con la que este escritor valenciano cierra la trilogía sobre su tierra, aparecen los desgarros del tiempo y sobre todo esa mezcla de horror y de belleza que ha de nutrir siempre la mejor literatura. El tiempo que dura la noche inmóvil del viejo Félix es un tiempo alquilado a la derrota, y extranjero y sentado toda la vida a la puerta de su casa en Los Yesares verá pasar por allí a los vivos y a los muertos y escuchará sus voces como si formaran parte, ellos y las voces, de un mismo territorio desterrado. "Morir es cosa tuya porque eres más viejo que Matusalén y ya no te quedan años en las tripas", piensa el viejo cuando habla con su propia voz. Y también la vida es cosa suya. Y de esta novela, que se nutre, igual que las dos anteriores, de la memoria más nuestra y más imprescindible.

Estas son algunas de las cosas que se dijeron de Maquis: "Alfons Cervera reafirma con esta novela su capacidad para crear un mundo suyo, inconfundible, que atrapa la pasión del lector" (Ignacio Soldevila. Quimera). "Un nuevo ejemplo de la madurez narrativa del escritor" (Joan Álvarez. Levante). "Una lectura de difícil abandono, una buena historia, una buena novela" (Mª José Obiol. El País). "Maquis es un excelente relato, impregnado de un hondo y loable sentido moral" (Ricardo Senabre. ABC). "Una belleza de lenguaje, de personajes y de encuentros" (Eduardo Haro Tecglen. El País).

Maquis

(Ed. Montesinos. Barcelona 1997)

"Yo sé mucho del miedo. Soy un maestro del mierdo". Así arranca esta novela de Alfons Cervera que, como la anterior y todas las suyas, se urde en los territorios más profundos de la memoria. "A veces lo que recordamos es mentira", dice uno de los personajes de esta historia, una historia que nos descubre las claves que aparecían veladas en El color del crepúsculo, la anterior novela de un escritor que ha conseguido superar los límites que a veces el recuerdo impone a los libros de ficción. Si antes el silencio era la respuesta única que la infancia encontraba en el mundo de los adultos, será ahora el miedo, puesto en la boca y en las actitudes de aquel mundo, quien ocupe el lugar de esas respuestas. Y en sus pliegues, en los del miedo, irán dejándose la vida y el amor y la muerte los personajes de Maquis, unos personajes que se mueven siempre en la frontera, estrictamente literaria, eso sí, de la leyenda y de la historia.

Con excelentes referencias críticas a sus anteriores novelas, esto es algo de lo que se dijo en la última, El color del crepúsculo, "No importa que sea ficción o no lo que narra, el escritor consigue que al sonar una palabra, el lector evoque. Este escritor valenciano ha escrito su novela más sencilla, tal vez su mejor novela" (Mª José Obiol. El País). "Alfons Cervera consigue dibujar el daguerrotipo de época de un paisaje humano y natural al que se debe y en el que nos reconocemos" (Joan Álvarez. Levante). "Conecta con las preocupaciones existenciales de nuestro tiempo. Y eso lo logra Alfons Cervera de una manera tan entrañable y convincente que hubiera complacido, sin duda, a lectores tan sensibles como - y es el nombre que me acude inmediatamente al recuerdo - Albert Camus" (Ignacio Soldevila. Quimera).

Els paradisos artificials

(Ed. 3 i 4. Valencia 1995)

L'Hotel Verlaine existeix: és un edifici blanc amb un jardí i una estàtua que es veu des d'un autobús urbà a la ciutat de París. Un dia hi arribà un home estrany que escrivia textos d'allò més diversos igualment estranys: contes, poemes, assajos sobre literatura: tots plegats conformen l'itinerari sentimental dels carrers d'una ciutat que esdevindrà tan real com implacablement fantàstica. Un dia, l'home, que tenia alguna similitud amb léscriptor Gérard de Nerval, es penjà al jardí de l'hotel i deixà la seua paperassa a cura de Jean-Pierre, el conserge, que sentia una autèntica devoció per Lawrence Durrell i Borges.

Aquesta novel.la dón aquells papers més el descobriment dúna dona, Nadine, l'absència de la qual serà el fil conductor d'aquest laberint, un laberint que, com sol ser habitual en els textos d'Alfons Cervera, va més enllà (o més ençà) de la història mateixa i transcorre en els límits tantes vegades terrorífics de la literatura: només de la literatura.

El color del crepúsculo

(Ed. Montesinos. Barcelona 1995)

Una mujer que recuerda. Un pueblo donde, según uno de los personajes "sólo se quedan a vivir la pereza y los años". Una boda que está a punto de celebrarse. Un viejo que ya ha traspasado esa edad "en que sólo sentimos el miedo". Un canario que unas veces se llama Leopoldo y otras veces Trotsky. Un millón de personajes que llenan la memoria. "La gente que nos quedamos a vivir en Los Yesares sólo tenemos infancia y un televisor en color", escribe la protagonista de esta novela. Y en el espacio que va de un extremo a otro de su vida descubriremos que el tiempo no es sólo aquel que la fue alimentando de recuerdos sino también el que transcurrió en su conciencia, y que la memoria se nutre tanto de lo que sucedió como de lo que pudo haber sucedido, de lo que no pasó del simple chispazo del deseo y de todo lo que se obtuvo sin saber muy bien cómo ni a qué precio.

El color del crepúsculo supone la indagación más personal de Alfons Cervera en ese territorio que siempre le fue querido a un escritor: descubrir los efectos del tiempo en los pliegues, tantas veces extraños, de la memoria. Aquí regresa esa obsesión, y con ella esa otra que tiene que ver con el estilo: desnudo de toda ampulosidad, el lenguaje de esta novela bordea esa sencillez que vuelve grandes las pequeñas obsesiones.

Nos veremos en París, seguramente

(Ed. Montesinos. Barcelona 1993)

Algo sucede (un crimen, por ejemplo, o una muerte inexplicable: como todas las muertes). El espacio donde se sitúa el acontecimiento puede ser París, la circularidad de un sueño o los rincones más oscuros de la memoria. Y todo, lo sucedido y el espacio donde se desarrollan los hechos, está sujeto al marcaje implacable de la MIRADA: y ya se sabe que la mirada no admite interrogantes externos, que se agota en su propia fragmentariedad o en la globalidad del paisaje que abarca: pero que nadie la interrogue, que ningún policía, por ejemplo, le pregunte los detalles que significaron lo mirado: porque no existen, porque Nos veremos en París, seguramente es una historia donde la información (como ya sucedía en novelas anteriores del mismo autor, como De vampiros y otros asuntos amorosos y El domador de leones) no abunda y todo se reduce al ámbito estricto, a veces implacable, de la Literatura.

 

El domador de leones

(Ed. Montesinos. Barcelona 1989)

Hans M., domador de leones, deambula por la ciudad - tan desconocida para él como cualquier otra- tras haber perdido su trabajo. Hans se ha quedado sin leones. Su propietario, un cazador suizo, ha declinado la renovación del contrato de alquiler de los animales.

Solo, bajo la lluvia, hans advierte que su soledad es distinta a la de siempre. Antes era la de los desarraigados, de los nómadas. Ahora, esa soledad ha sido invadida por el miedo. Un miedo implacable, absoluto, terrible.

Para sobrevivir a ese miedo, Hans emprende un viaje de regreso hacia sí mismo. Ahondando en el recuerdo hallará las fuerzas que le permitan vencer al miedo que le paraliza y a su consecuencia inexorable: la Muerte.  

Nunca conocí un corazón tan solitario

(Ed. Libertarias. Madrid 1987)

 

La ciudad oscura

(Ed. Víctor Orenga. Valencia 1987)

Algunos textos:

Rata

Adelita Flowers

Lover

Limpia

Fragmentos de abril

(Ed. Víctor Orenga. Valencia 1985)

"El tiempo no nos pertenece", así comienza uno de los capítulos de Fragmentos de abril. Y a partir de esa rotunda afirmación / negación Alfons Cervera nos introduce en el itinerario de ida y vuelta a un único lugar: el del fracaso individual y colectivo de los personajes de esta historia.

Fragmentos de abril devendrá, pues, la crónica de una imposibilidad: la que descubren Jaime, Ana, Julia, Jordi y tantos otros para recuperar los mínimos rasgos de su identidad perdida, una identidad que se fue desgajando de sus historias personales y que luego, no muchos años más tarde, se ha de enfrentar a esos restos del naufragio que es la memoria y son, también, la inseguridad y el miedo ante un sentido del tiempo que se les escapa definitivamente. Ni siquiera la recurrente ironía de algunos pasajes consigue arrancarnos esa sensación de desesperanza que fluye del relato. En cualquier caso, Fragmentos de abril no es un inútil ejercicio de nostalgia, porque la nostalgia es siempre una vuelta atrás desde la desesperación. Y los personajes de esta novela, aun desde ese desencanto generacional que los aprisiona, siguen buscando la imposible posibilidad de vivir e incluso de llegar a ser felices.

De vampiros y otros asuntos amorosos

(Ed.Montesinos. Barcelona 1984)

Tómense unos cuantos amores y desamores, un puñado de seres arrebatados por un vértigo que sólo se detiene cuando se alcanza la muerte y mézclense con mucha ironía, bastante sexo, lucidez a raudales y unos toques de seducción. Añádanse a todo ello alusiones al cine, evocaciones surreales y buena música. Antes de agitar, introdúzcanse unos cuantos vampiros, preferentemente sedientos de sangre y de amor, algunas alimañas de refinada crueldad y una porción generosa de mar hecho de noches largas y espesas.

Lo que se obtiene así no es una novela, ni un conjunto de relatos, ni una colección de poemas. Lo que resulta es pura literatura, sometida sólo a reglas de la inteligencia y la imaginación.

Esa es la mezcla de lo que ha surgido De vampiros y otros asuntos amorosos, y esta es, pues, la única definición que le cuadra a este libro: literatura en estado puro. nada más y nada menos.

Fragmento