
La Universitat de València activó sus protocolos de emergencia y adoptó medidas, a través del comité de emergencias, activado el 28 de octubre, para garantizar la seguridad y la continuidad de la actividad académica
El 28 de octubre de 2024, la Universitat de València activó su Comité de Emergencias ante las primeras alertas emitidas por la Agencia Estatal de Meteorología y el 112 de la Generalitat Valenciana. Este órgano, creado en 2019 para coordinar la respuesta institucional ante situaciones de riesgo, se reunió por primera vez ese mismo día para analizar los informes meteorológicos. “Constituimos el Comité tomando en consideración las informaciones que llegaban sobre posibles lluvias y situaciones climatológicas muy adversas”, explicaba el vicerrector de Economía e Infraestructuras, Justo Herrera, quien subrayaba que al día siguiente, el 29 por la mañana, se reanudaron los trabajos de seguimiento.
A medida que avanzaba la mañana, las previsiones se volvían más graves. “Recibíamos información cada vez más clara sobre el serio peligro que se aproximaba”, recordaba Elena Mut, decana de la Facultad de Ciencias Sociales y del campus de Tarongers. A las 10:30 horas, la AEMET declaraba la alerta roja en buena parte de la provincia de Valencia. Pocos minutos después, a las 11:20, la Universitat activaba el nivel 3 de emergencia, el máximo contemplado en sus protocolos internos, que implicaba la suspensión inmediata de toda actividad académica, cultural, deportiva, administrativa y de investigación.
“En primera instancia suspendimos las clases atendiendo a las alertas del 112 y de la AEMET, bajo la premisa de que perder un día no afectaría significativamente a la docencia”, recordaba Antonio Alberola, jefe del Servicio de Prevención y Medio Ambiente. Pero ante el empeoramiento de la situación, la decisión se extendió a toda la institución. “Hubo críticas, tanto internas como externas; incluso se nos tildó de alarmistas, pero visto lo ocurrido, nadie lo duda: fue la decisión correcta”.
El propio Herrera lo confirma: “Gracias a aquella medida, prácticamente toda nuestra comunidad universitaria estaba ya en sus lugares de residencia a mediodía, antes de que comenzaran los efectos más graves de la DANA”. Desde los campus, la aplicación de las medidas se desarrolló con serenidad. “A pesar de la sorpresa inicial, conseguimos un cierre tranquilo y ordenado”, afirmaba Manuel Lomas, decano de la Facultad de Geografía e Historia y recientemente nombrado decano del campus de Blasco Ibáñez, quien reconocía que “mucha gente no entendía por qué se cerraban las facultades cuando aún no llovía”.
Las horas posteriores confirmaron la gravedad de la situación. “Estamos seguras de que aquella decisión salvó muchas vidas, porque evitó el peligro en las carreteras y en el transporte público”, señalaba Mut, subrayando el valor preventivo de la coordinación institucional. La experiencia acumulada, añadía, “nos ha servido para mejorar protocolos y tomar decisiones más ágiles”.
En los días posteriores, la Universitat centró sus esfuerzos en acompañar a la comunidad afectada y, más adelante, en garantizar la continuidad de la docencia. “El primer paso fue interesarnos por la situación del personal, del profesorado y del estudiantado, para ver si había personas afectadas y ofrecerles apoyo”, explicaba Ernest Cano, vicerrector de Ordenación Académica y de Profesorado. Días después, el 11 de noviembre, la Universitat adoptó un modelo de docencia online temporal, ante las dificultades de desplazamiento y a petición de la Generalitat, que buscaba reducir los movimientos por unas carreteras todavía dañadas.
Esa transición fue posible gracias a la experiencia adquirida durante la pandemia. “Nuestros sistemas de docencia online y nuestro profesorado ya se habían adaptado a un sistema no presencial que ahora recuperamos de inmediato”, afirmaba Isabel Vázquez, vicerrectora de Estudios. Pero la institución también fue consciente de las desigualdades derivadas de la catástrofe: “Había estudiantado sin medios materiales o en situaciones anímicas difíciles. Se actuó con comprensión y flexibilidad, y con acciones específicas por parte de los distintos servicios”, destacaba.
En este contexto, la Universitat puso en marcha un servicio de préstamo de equipamiento tecnológico para el estudiantado, coordinado por varios servicios universitarios. “El servicio se activó con la colaboración de los servicios de Bibliotecas y Documentación, Informática y de Marketing y Comunicación, con el objetivo de facilitar que el estudiantado pudiera continuar con sus actividades académicas a pesar de las dificultades materiales”, explicaba Beatriz Gómez, vicegerenta de Coordinación Económica y de Servicios. “Era una respuesta urgente de préstamo de ordenadores portátiles, módems, teléfonos o cualquier otro equipamiento necesario. Este programa ya había nacido durante la crisis sanitaria de la COVID, pero ahora funcionó con mucha más agilidad gracias a la experiencia acumulada”.
Además, Gómez subrayaba que “aunque en muchos casos las necesidades eran materiales, en otros se detectaron situaciones emocionales graves, de estudiantado que no podía retomar sus estudios durante semanas o meses”. De esta experiencia, añadía, “hemos aprendido a reforzar y reconfigurar el servicio de salud mental de la Universitat, para ofrecer una atención más personalizada y empática, que combine apoyo emocional y recursos materiales”.
La Universitat activó también una convocatoria extraordinaria de ayudas directas para el estudiantado afectado, con un importe superior a 1,2 millones de euros, para cubrir pérdidas de vivienda, de actividad económica o situaciones de enfermedad e incapacidad. A estas medidas se sumaron el préstamo de equipamiento informático y la disponibilidad de los servicios de apoyo psicológico, jurídico y sanitario.
“En los días y meses posteriores a la catástrofe, la Universitat estuvo al lado de la población ayudando y apoyando con todos los medios que tenía a su alcance”, concluía Vázquez.
La DANA del 29 de octubre de 2024 dejó una huella profunda, pero también consolidó la capacidad de respuesta de la Universitat de València ante emergencias futuras. Como recordaba Herrera, “ha sido una catástrofe que, al menos, nos ha servido para aprender la importancia de la comunicación, la alerta y la toma de decisiones orientadas al bienestar y a la vida de las personas”.











