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De l'Hort dels Simples al Jardí Botànic

De l'Hort dels Simples al Jardí Botànic

Al flâneur que pasea por la acera de la calle Quart, a lo largo del edificio de investigación del Jardí Botànic, tal vez le resultaría sorprendente saber que aquel lugar ya tiene a sus espaldas más de dos siglos de historia. Y eso si contamos su edad a partir de su ubicación actual, datada en 1802; porque, en realidad, la instauración del primer espacio universitario dedicado al estudio de las plantas es mucho más lejana en el tiempo: se remonta al año 1567. Hace unos cuantos meses, por tanto, ha cumplido cuatro siglos y medio.

En efecto, el 16 de mayo de 1567, los jurados de la ciudad, reunidos con el racional y otros cargos municipales de la cámara del Consell Secret, acordaron [la ortografía es la del documento que aún se conserva en el archivo municipal] “que la càthedra de simples se done al magnífich Joan Plaça, doctor en medicina, ab cinquanta lliures moneda real de València de salari ordinari e altres cinquanta lliures de dita moneda de aiuda de costa cascun any, ab que haja de seguir l’orde que per los magnífichs Jurats se li donarà en lo legir”.

En la cátedra de simples, también conocida como “cadira d’herbes” en otros documentos de la época, se enseñaba a los futuros maestros valencianos todo aquello referente a los llamados simples medicinales, es decir, los elementos de los tres reinos de la naturaleza (animal, mineral pero sobre todo, vegetal) que tenían propiedades medicinales, según las teorías médicas de la época, basadas en las doctrinas hipocráticas y galénicas. La enseñanza de esta materia desde una cátedra específicamente dedicada era relativamente reciente; de hecho, las primeras cátedras de hierbas y los primeros huertos de simples medicinales se habían creado una veintena de años atrás en algunas universidades italianas (Pisa, Padua, Bolonia), poco después en Montpelier (aunque la fundación de su jardín fue más tarde) y, finalmente, también en París y Valencia.

[imagen 1: Orto botanico de Pàdua, fundadado en 1545. El plano es de Girolamo Porro, 1591]

 

Los acuerdos tomados por el gobierno municipal valenciano relativos a la enseñanza de las plantas medicinales iban más allá del nombramiento de un profesor y de la fijación de un salario, bastante generoso, todo sea dicho. Así, el documento citado anteriormente continuaba estableciendo que entre las obligaciones de la Plaça estaba la “d’anar trenta dies fora la present ciutat per les muntanyes e altres parts en lo temps e vegades que li parexerà per a mostrar als estudiants e altres persones que anar volran la cognició de les erbes”.

Este mandato significaba dotar a la enseñanza médica valenciana de una vertiente práctica más interesante e innovadora, dado que hasta aquel momento los métodos didácticos de la universidad habían sido casi exclusivamente teóricos, muy basados en la lectura, comentario y glosa de textos clásicos y poco orientada –si exceptuamos el territorio de la disección anatómica– a valorar la experiencia práctica como una generadora de conocimiento. Por otro lado, resulta muy interesante ver como la ciudad abría la posibilidad de adquirir este conocimiento a otras personas, más allá del público estrictamente universitario; cosa que también hacía con aquello relativo a la disección anatómica. Sin duda alguna, los aprendices de cirugía y de boticario, tanto en el caso de las disecciones como en el de las excursiones herborizadoras por los alrededores de la ciudad, hasta las montañas, eran los primeros colectivos beneficiados por la apertura a nuevos públicos de estas actividades universitarias.

Llegamos así al tercer acuerdo tomado por los jurados valencianos aquella mañana primaveral de 1567; siempre refiriéndose a las obligaciones del nuevo catedrático de simples, se ordenaba “que tinga compte ab hun ort en lo qual se planten les erbes que adquell parexeran necessàries donant-li loch opportú hon se fasa dit ort e ortolà que tinga càrrech de cultivar aquell e porte compte de les botigues de apothecaris”.

Todo hace pensar, por tanto, que esta es la primera provisión para la creación de un jardín botánico universitario en la ciudad de Valencia. Mientras no aparezca ningún documento, hasta ahora desconocido, es también la prueba documental más antigua referida a una ciudad de la península Ibérica. Esta preminencia valenciana no es para nada extraña si consideramos la larga tradición de la ciudad –y desde sus estudios universitarios– por lo que respecta al cultivo y al estudio de las plantas medicinales. Hay bastante con recordar las herbolizaciones de Pere Jaume Esteve (1500-1556) por Penyagolosa, o la presencia de hortelanos y herboristas valencianos a las cortes de Carles V y de otros miembros de la dinastía de los Habsburg.

Conviene, además, pararse un poco a considerar los términos y la singularidad de estos nuevos espacios de ciencia.

En primer lugar, queda bien claro que su estrecha relación con el enseñamiento de la materia médica, es decir, de los simples medicinales. De hecho, la denominación de “jardi” y el adjetivo “botànic” no aparecen ni aparecerán documentalmente, hasta mucho más tarde. Lo que interesaba a la enseñanza universitaria de aquellos tiempos era un conocimiento de las plantas orientado hacia la terapéutica medicinal; ni la Botánica (así, con mayúsculas como disciplina científica), ni los botánicos (como profesión científica) existían en el siglo XVI, a pesar de que muchas veces –con un anacronismo que habría que evitar siempre que fuese posible– utilizamos estos términos para definir saberes, prácticas o personas dedicadas al estudio del mundo natural en épocas pasadas donde realmente no existían como tales.

En segundo lugar, resulta muy interesante ver como el gobierno municipal da al catedrático un amplio margen de decisión sobre lo que se ha de hacer y cómo se ha de hacer este “ort”, qué es lo que hay que plantar, qué es lo que ese “ortolà” que se supone que hay que contratar debe hacer y cómo se debe controlar el dinero empleado para adquirir semillas o muestras de las tiendas de los boticarios. Y es que la pericia y los conocimientos de Joan Plaça (ca. 1520-1603) el año 1567 ya eran bien conocidas por los gobernantes de la ciudad. Y no solo por ellos. Tres años antes de su nombramiento, había pasado por Valencia el botánico flamenco Charles per l’Ecluse (más conocido por su apellido latinizado Clusius, 1525- 1609), quien convirtió a Plaça en su corresponsal y en un colaborador fundamental para la flora ibérica que preparó durante su recorrido por la península en 1564 y 1565, obra que finalmente Clusius publicaría en 1576. En este libro, titulado Historia de varias plantas raras observadas a las Españas [Rariorum aliquot stirpium per Hispanias observatorum historia], se encuentran hasta siete especies que llevan el “apellido” de Valentinum o Valentina en su denominación científica otorgada por Clusius, fruto de su reconocimiento del origen valenciano de las especies, la mayor parte suministrado por Plaça, junto con otras especies, que le llegaron gracias a los envíos de Joan Plaça, como el propio Clusius reconoce en su libro.

[imagen 2: Grabados del Chrysanthemum Valentinum y de l’Hemerocallis Valentina, publicados en el Per Hispanias, de Carolus Clusius en 1576]

 

Plaça continuó al frente de la cátedra y del huerto de hierbas medicinales hasta el año 1583, cuando pasó a ocupar la cátedra de práctica médica. Pero continuó como una autoridad indiscutible en la materia, hasta su muerte en 1603, como demuestra la aprobación oficial que hizo a la Officina medicamentorum, la primera farmacopea valenciana, publicada en 1601 por el Colegio de Boticarios de la Ciudad, fruto de los conocimientos y la práctica acumulada durante décadas en el entorno de los boticarios valencianos y de la enseñanza de la botánica médica en el Estudio General y en su “hort”.

Sin embargo, no conocemos mucho sobre el desarrollo concreto de este espacio durante sus primeros decenios de vida. Hasta puede ser que el primer huerto, el de tiempos de Joan Plaça, quedase fuera de servicio en algún momento, porque a las Constitucions del Estudi General, publicadas el año 1611, a pesar de que especifican claramente las particularidades de la enseñanza de hierbas y mencionan “els horts”, no hacen una referencia específica clara a un huerto universitario. Después de establecer los contenidos teóricos de las clases en el aula (“Lo catedràtic de simples o herbes llegirà com es costum de dos a tres, y llegirà la Methodo universal i lo quart i quint llibre de simplicium medicamentorum facultatibus”, aludiendo a los dos tratados terapéuticos de Galeno de Pérgamo), cartografía el entorno natural de la ciudad, señalando unos espacios naturales estrechamente vinculados al espacio “artificial” del huerto y muestra la vinculación estrecha de la huerta valenciana con la ciudad y el conocimiento que circulaba por ella, cuando señala que continua obligado a salir con los estudiantes a herborizar “per los llocs acostumats” y enumera el orden de estas excursiones científicas: “que la primera exida sia per los horts, la segona per diverses parts de l’horta, la tercera al barranc de Carraixet, la quarta al barranc de Torrent, la quinta a la Murta”.

Una documentación hasta ahora exhumada por los estudiosos nos ha permitido conocer otro capítulo de la historia de los espacios de la ciudad dedicados a la enseñanza y la investigación de las plantas, de unos 20 años más tarde, el año 1631. En estos nuevos episodios, el catedrático de hierbas era Gaspar Pons, que, junto con otros profesores de medicina, pero también (y estos aspectos hay que resaltarlos especialmente, por lo que respecta a la acción conjunta de los colectivos ciudadanos interesados en este tipo de conocimiento) cirujanos y boticarios de la ciudad, pidieron el alquiler de unos huertos para poder cultivar y enseñar las plantas medicinales. Así se hizo, y en 1633 la ciudad alquilaba dos huertos situados en el rabal al otro lado del río, pasado el puente de Serrans. Ubicado al lado del convento de monjas agustinas de Sant Julià, en el camino de Morvedre (actualmente, la calle de Sangunt), la documentación dada a conocer por Amparo Felipo relaciona la propiedad de estos huertos con el Hospital de Sant Llàtzer, situado en la misma calle.

[imagen 3: El camíno de Morvedre, según el dibujo que Anton van den Wijngarde hizo de la ciudad durante su viaje en 1563]

 

Sabemos que los huertos eran, en realidad, dos; que las actividades que se desarrollaban quedaron a cargo de una junta presidida por el síndico de la ciudad e integrada por el catedrático de hierbas de l’Estudi General, el clavario del Col·legi de Cirugians y el síndico del Colegio de Boticarios; y se contrató a un hortelano y se le dotó de un habitáculo construido al lado de la sala de mujeres del Hospital de Sant Llàtzer, que dependía del Hospital General de la ciudad. Por eso fueron los administradores del Hospital los que, el 17 de marzo de 1633, proveyeron la instalación de “l’habitació per a l’ortolà en un quarto que hi ha en dit Hospital General de Sant Llàtzer, dit la quadra de les dones, hon  hi ha dos aposentos i una cuina, en la paret dels quals, que ix al segon ort que va a la prota del camí de Morvedre, se haja de fer i es fasa una porteta, de manera que puga eixir i entrar a l’altre ort, que esta dessús dit carrer de Morvedre”.

Medio siglo después parece que aquellos huertos en los terrenos de Sant Llàtzer ya no eran útiles o viables. No obstante, el lugar ideal para continuar el cultivo de los simples y su enseñanza a los estudiantes universitarios de medicina, boticarios y cirujanos, continuó siendo el rabal construido alrededor del camino de Morvedre, porque un huerto y una nueva casa para el hortelano fueron comprados, esta vez a la altura del Col·legi de Sant Pere Nolasc, confrontado con el huerto que ya tenía el doctor Lluís Agramunt. En efecto, el año 1684, de nuevo en primavera, las autoridades del Consell Municipal, junto con las de los colegios de cirujanos y boticarios, habían decidido dotar “facultats d’unich administrador” a Gaudenci Senach, catedrático de hiberbas de l’Estudi General para la compra o el alquiler de “una casa i hort o horts, en lo puesto on li paregués més a propòsit”, “per a dit effecte de renovar dit hort de les herbes medicinals”.

Por ahora no sabemos mucho más sobre la evolución de los huertos de simples universitarios del camino de Morvedre. En las Constituciones de la Universitat, publicadas el año 1733, se insistía en la necesidad de disponer de un huerto para la enseñanza de los simples medicinales, cosa que ha hecho pensar a los historiadores que algún suceso lo había interrumpido. Tal vez, los eventos posteriores a 1707, aunque durante la enseñanza de Antonio García Cervera, del 1721 al 1732, parece que “l’hort d’herbes” se mantuvo en su cargo. De momento, documentalmente hablando, cabe esperar en la reforma universitaria del rector Vicent Blasco para conocer un nuevo episodio alrededor de este tipo de instalación universitaria. Aun así, en el año 1787 –año de publicación del plan de estudios de la reforma de Blasco– sus características habían mutado considerablemente.

A medida que el movimiento ilustrado fue adquiriendo poder para impulsar y poner en marcha empresas científicas y culturales inspiradas para las nuevas corrientes filosóficas, económicas y políticas, la enseñanza de las ciencias fue cambiando de forma considerable. Por lo que respecta a los viejos huertos de hierbas medicinales orientados a la formación de los médicos, cirujanos y boticarios fueron transformándose de forma muy notable. Fue entonces, a finales del siglo XVIII, cuando se empieza a hablar propiamente de los jardines botánicos como tales.

Nacían así nuevos espacios más orientados al cultivo y al estudio de todas las especies vegetales, tanto de la flora autóctona como de aquella exótica y lejana, pieza fundamental para el mantenimiento y la explotación de los imperios coloniales europeos, entre ellos el español, que aún era el más extenso de todos. La dedicación de una parte de estos nuevos jardines botánicos a las hierbas medicinales no desapareció nunca del todo, pero el objetivo fundamental pasó a ser el de poseer y exhibir el número más grande posible de familias, géneros y especies de plantas; además de controlar y ejemplificar los conocimientos de especies con gran potencialidad económica provenientes de las colonias.

La gran revolución taxonómica que supuso la aceptación –no sin un buen puñado de años de controversias– de la propuesta clasificatoria de Carl von Linné (1707- 1778) ayudó a remodelar la mayor parte de los jardines universitarios preexistentes y a diseñar unos nuevos, dentro y fuera del estricto marco de la institución universitaria.

En Valencia, el plan de estudios de Blasco ya hablaba de disponer de un jardín para el estudio global de la botánica. El intento más claro en este sentido fue el del proyecto de colaboración entre la Universitat y la Reial Societat Econòmica d’Amics del País Valencià, creada un tiempo antes, en 1776. La ciudad cedió unos terrenos cercanos a la Albereda, aunque todo hace pensar que el jardín no acabó de desarrollar todas sus funciones, por problemas y tensiones entre las instituciones implicadas en el proyecto.

[imagen 4: Lámina que representa –con algo de imaginación– el jardí botànic a prop de l’Albereda]

 

Llegamos así al año 1802, cuando el aún rector Blasco, definitivamente convencido de la inviabilidad del jardín al lado de la Albereda, encargó a Francesc Gil, que más tarde sería “catedrático regente de botánica” de la Universitat valenciana (observad el sintomático cambio experimentado por la denominación de la cátedra), el diseño de un nuevo jardín botánico en los terrenos del conocido Huerto de Tramoieres, situados en la zona noroccidental del camino de Quart.

[imagen 5: Fragmento del plano de Valencia del padre Tosca, donde es bien visible l’Hort de Tramoieres, al principio del camí de Quart]

 

Hacía justo un año que el valenciano Antoni Josep Cavanilles (1745- 1804) ocupaba la dirección del Real Jardín Botánico de Madrid, razón por la cual no es extraño encontrar que él asesoró a Blasco y quiso volver a participar activamente en el proyecto. En l’Hort de Tramoieres se trasladaron plantas del Jardín de l’Albereda y también del jardín que el arzobispo de València Fabián y Fuero (1719- 1801) había creado en Puçol en 1777, el cual desde entonces era un espacio importante para la alimentación de las plantas exóticas en las tierras valencianas (Fabián había sido obispo de Puebla, en México, antes de ser nombrado arzobispo de Valencia de 1773).

Las características del nuevo jardín botánico valenciano representaban plenamente, de la mano del diseño de Gil, el influjo de Cavanilles y la dirección desde el 1805 de Vicente Alfonso Lorente (1758- 1813), la nueva visión de este clásico espacio de enseñanza y de creación de conocimiento científico sobre el mundo vegetal. Desde una concepción fuertemente taxonómica de la Botánica, se trataba de ilustrar los parterres con una disposición y distribución espacial geométricas, la mayor parte posible de familias, géneros y especies; sin rechazar las farmacológicamente importantes, pero no haciendo de estas el centro de la investigación y la ocupación del espacio del jardín.

Por eso, los modernos jardines botánicos del siglo XIX requerían de una importante inversión en la construcción de las infraestructuras dedicadas al cultivo de plantas no aptas para el clima o los suelos locales, como los umbracles, las estufas, los invernaderos, etc. En el caso valenciano, todo eso tendría que esperar unos años, porque la ciudad, la Universitat y Lorente (condenado a muerte por los ocupantes franceses) superarían las consecuencias de los ataques bélicos primero y de la revolución liberal después. La recuperación y el plan de construcciones de las nuevas infraestructuras se desarrollarían sobre todo durante la larga dirección de Josep Pizcueta (1792-1870), que duró desde 1829 hasta el año 1863, periodo durante el cual el Jardí llegó, sin duda alguna, a su época dorada. La continuación hasta la actualidad, la puedes seguir en la web del propio Jardí Botànic de la Universitat de València.

[imagen 6: imagen actual del Jardí Botànic de la Universitat de València]

 

Para saber más:

  • Manuel Costa, Jaime Güemes (ed.), El Jardí Botànic de la Universitat de València. València, Universitat de València, 2001.
  • Josep M. Camarasa i Jesús I. Català, Els nostres naturalistes. València, Universitat de València, 2007.
  • José M. López Piñero, La escuela botánica valenciana del Renacimiento. València, Consell Valencià de Cultura, 2010.

 

José Pardo-Tomás

Institució Milà i Fontanals, Barcelona

Consejo Superior de Investigaciones Científicas

 

Personajes y espacios de ciencia es un proyecto de la Unitat de Cultura Científica i de la Innovació de la Universitat de València, que cuenta con la colaboración del Institut d'Història de la Medicina i de la Ciència "López Piñero" y con el apoyo de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología y del Ministerio de Economía, Industria y Comptetitividad.

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