Las Fallas de 1937, en plena Guerra Civil, son una creación de La Aliança d´Inte.lectuals per a la Defensa de la Cultura y del Sindicat d´Art Popular (CNT) con el objetivo de utilizar como soporte propagandístico el monumento fallero.
La publicación de un número extraordinario de la revista Nueva Cultura con el nombre de Els enemics del poble a l´infern explica la temática fallera del 37. Emili Gómez Nadal, Francesc Almela i Vives, Gori Muñoz y Josep Renau participan en esta publicación.
Aunque las fallas no llegaron a quemarse los ninots , sin embargo, se expusieron en la Lonja en el mes de abril de 1937. Las cuatro fallas plantadas eran críticas con la sublevación fascista y llevaban como nombres: Coses d´Ara, La Catedral, El Belem d´engany y La Balança del Mon.

 

La Gaceta de la Republica editará un decreto por el que se autoriza la subveción correspondiente para las fallas de 1937 y tambien da muestras de la voluntad del gobierno del frente popular:


 

Josep Renau en la revista Nueva Cultura publicó un artículo titulado "Sentido popular y revolucionario de la fiesta de las fallas" del que transcribimos algunos párrafos:

Y fueron estas mismos Gremios—el de la madera concretamente—quienes transformaron su fiesta sindical en el instrumento qüe encauzaba el desahogo del pueblo en la tragicomedía de vestir los leños rituales—el «parot» o madero encrucijado en que los carpinteros colgaban el candil de sus vigilias fabriles—con el aspecto y efigie de los odiados o de su encarnación inmediata: el comerciante ladrón, el alguacil déspota, el edil aprovechado... Las llamas cumplen después su misión litúxgica de purificación. El aquelarre maldito se consume en contorsiones, mientras el pueblo ríe satisfecho en danza simbólica de liberación.
Y la jornada festiva va cobrando trascendencia, raíz y finalidad en el alma del pueblo. Y sobrevive a la descomposición de los Gremios, acusando en creciente medida su perfil de expresión legítima del pueblo valenciano.
Los barrios populares, pequeños universos artesanos con vida propia, recogen la herencia legítima de los Gremios y desarrollan la falla como cartel afirmativo de su vitalidad social, naciendo del hecho ese sentido universal del arte que hace de la improvisación popular una realidad gloriosa y original de Valencia.
La fiesta comienza en el seno mismo del pueblo, que una vez al año resume sus días pasados poniendo en la picota los hechos, las cosas o personas que provocaron su crítica. En las conversaciones callejeras, en las horas de tertulia se presiente ya la falla, se determina, en corriente espontánea y colectiva de opinión, lo que debe ser inexorablemente destruído por el fuego popular. El barrio, día tras día, va gestando laboriosamente su propia falla, y el artista popular, cuya vida e intereses son consubstanciales con el barrio mismo, no tiene más misión que dar relieve de realidad al sentir maduro de las gentes.
A través de esta larga evoluvión San José va quedando a un lado, extraño al desarrollo de la fiesta, más lejos cada vez el mito católico del pueblo, que consolida la fiesta arraigando su sentido sensual y crítico, es decir, materialista y revolucionario -
El contenido critico de las fallas iba adquiriendo, a través de su desarrollo, un cierto cariz político, cuyo alcance rebasaba ya los límites de la crítica local, de la política municipal, para dirigir su sátira envenenada hacia la esferas de la política.
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La fiesta de las fallas, por este sentido dramático que recogen e irradian, juega un papel de capital importancia en la psicología de las masas. Por eso la historia de las fallas es la historia del desarrollo de su propia conciencia crítica, con sus altos y sus bajos, con sus grandes defectos sus frescas virtudes. Su razón de ser está vinculada a la propia línea de esa gloriosa tradición liberal del pueblo, que, arrancando de aquellas jornadas épicas de las Germanías, conduce a la Valencia antifascista de hoy, que lucha contra los enemigos de España.
...
encontrar el cauce para su proceso ulterior, la razón de su continuidad, en el desarrollo y transformación dialéctica de sus formas nacionales de expresión, adaptándolas al sentir de las nuevas masas que maduran su conciencia histórica y. política. Y la potencia funcional de las fallas, como instrumento para reforzar este proceso creciente, es de primer ordén en la lucha revolucionaria de estos tiempos. Mayormente. eficaz que cualquier otro medio de propaganda gráfica, porque habla a un pueblo con lengua de su propio temperamento, con palabras plásticas de regusto familiar, de tradición auténtica, cargadas de razón...
Por eso ahora, precisamente ahora y no más tarde, en la coyuntura trágica de estos momentos en que España lucha con más razón que nunca en defensa de sus destinos, amenazados por los eternos salteadores de nuestra historia, el pueblo valenciano debe movilizar sus mejores potencias, süs más eficaces armas de lucha para ayudar a la realización de la victoria antifascista.
Que este año histórico las llamas populares de Valencia reivindiquen su sentido de antaño.
Que, el fuego simbólico aniquile lo que la crítica del pueblo condena con sufallo inapelable.
Y si las pavesas de nuestras fallas contribuyen a acelerar la victoria española, del montón de todo lo destruído, de todo lo negativo y antipopular abrasado, surgirá el milagro de nuestra libertad consolidada, la realidad tangible de nuestra cultura nacional salvada para siempre.

 

 

Testimonio de Peter Weis

....Habían dirigido sus miradas hacia nosotros, el Empecinado, Espoz y Mina y el cura Merino, los precombatientes de la época heroica de la guerra de ocho años contra los ejércitos de Napoleón, figuras gigantescas de cartón piedra transportadas en andas sobre carros llenos de flores secas, cuando atravesamos el patio de la Casa Consistorial de Valencia. No habían salido a las fallas, el diecinueve de marzo de este año, habitualmente la gran fiesta de ese día, que encendía la ciudad bajo el sonar de los timbales y los tambores, las flautas y las gaitas, los petardos correcalles, las ruedas de artificio y los cohetes. Todos esos muñecos grotescos que se construían tras los muros de las casas, en las angostas callejuelas, no habían podido ser transportados ese año en ruidosa procesión de antorchas, meciéndolos por las calles, hasta la Plaza de Castelar donde debían acabar consumidos por las llamas mientras la multitud cantaba y bailaba. Pero otros fuegos no artificiales sino bélicos y otras detonaciones dominaron la noche Por esa razón las figuras de las fallas que aún se alzaban serias y drásticas, con grandes ojos muy abiertos e inmóviles, las espadas y los estandartes en alto, nos parecieron magníficos y huecos y también burlones cuando, desengañados, salimos de la sala barroca y llegamos al vestíbulo rechazados por la comisión militar, pues ya no podían ser alistados, o reenganchados, los voluntarios extranjeros. No había tiempo para la instrucción militar, pues en el plazo de un mes las Brigadas Internacionales debían abandonar el país. De nuevo adquirimos conciencia de hasta qué punto nos resultaba inimaginable el final de la guerra sin nuestra victoria. Ahora, de repente, en ese día agitado convulso de la segunda semana de septiembre ya no éramos necesarios. Habíamos perdido toda función y teníamos que pensar de en dedicarnos a otra tarea.

España, antesala de la tragedia. La estética de la resistencia.
Peter Weis (1916-1982). Novelista y dramaturgo autor de Marat-Sade. Participó en la Guerra Civil formando parte de las Brigadas Internacionales.