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Uno entre millones
A día de hoy todavía no entiendo por qué
tuve que ser yo el elegido para ver la maravilla y el horror.
¿Predestinación? ... espero que no. Me hago perfectamente
cargo de que la naturaleza de los hechos que voy a narrar no
alienta a que se me otorgue crédito, pero confío en
que al menos alguien permita que la duda se instale en su
corazón. Ahora, cuando ya se ha revelado lo que debería
haber permanecido misericordiosamente oculto, ya no es posible esconder
la cabeza o mirar para otro lado. Una vez que el mal se ha hecho hay
que procurar reducir al mínimo sus efectos. Si no se hubiera
cometido la irresponsabilidad de enseñar lo que no se
debería jamás haber puesto en conocimiento de nadie, al
menos nos hubiéramos ahorrado el horror de sentirnos a nosotros
mismos. Es el momento de afrontar el pánico y de intentar,
con la ayuda de Dios, cambiar nuestro porvenir.
Me llamó
Ramón Figuerola, y soy profesor de Botánica de la
Universidad de Valencia (España). En el mes de octubre del
año 1986, me
desplacé hasta Barcelona con el objeto de participar en un
congreso de Fitosociología que se celebró en las
instalaciones de la Facultad de Farmacia. La verdad es que, en los
cuatro días que duró el congreso, apenas si asistí
a un par de ponencias, en parte debido a que la Fitosociología
ya me empezaba a parecer entonces un fraude a la inteligencia,
pero sobre todo debido a mi encuentro con Víctor Kharkov.
El azar, o lo que fuera,
aliado con el aburrimiento que sentía en Barcelona, me condujo
hasta la Facultad de Física una mañana en la que
deambulaba por el campus. Allí mi mirada se
posó en un cartel que estaba junto a la puerta de entrada en
el que se anunciaba la celebración durante aquellos
días de un congreso de Cosmología y Mecánica
Cuántica. Me aproximé y leí con
atención el programa de actos. La Cosmología es una
ciencia que me resulta en extremo atractiva, lo mismo que la
inquietante Mecánica Cuántica, repleta de sugerentes
paradojas, y en aquel 1986 ya me había iniciado en la lectura de
libros sobre estas materias. Ví el cielo abierto y, sin pensarlo
más, entré en la Facultad de Física y me
encaminé a la sala donde se estaban celebrando las ponencias.
Nadie requirió mi identidad, como ya sabía que iba a
ocurrir, y sin problema alguno me senté hacia el final de la
sala. Según parecía, acababa de iniciar su
exposición uno de los ponentes, por lo que me dispuse a
escuchar. Como me temía, el orador se expresaba en
inglés, lengua que más o menos entiendo escrita pero que
no comprendo ni siquiera medianamente cuando se expresa oralmente.
Afortunadamente para mí, reparé en que algunos de los
asistentes llevaban puestos unos auriculares, por lo que supuse que la
conferencia se estaba traduciendo simultáneamente.
Rápidamente rebusqué a mi alrededor y encontré
frente a mí unos pequeños auriculares colgados del
respaldo del asiento delantero. Me los puse y, ¡Dios!, me
llegó por ellos una voz femenina que se expresaba ¡en
catalán! No tuve paciencia para comprobar si se
podía seleccionar el idioma castellano y, meditando
todavía acerca de las excelencias de las Autonomías, me
enfrasqué en la conferencia. Eché un rápido
vistazo al programa que había cogido en la entrada y leí
que el ponente se llamaba Víctor Kharkov, investigador del CERN.
La ponencia acaparó
mi atencián desde el primer momento. Aquél hombre, que
tendría entonces alrededor de los 40 años y que era de
porte elegante y aspecto afable, hablaba en un
tono mesurado pero, al tiempo, enérgico y convincente. Durante
unos 45 minutos desarrolló una brillante charla que versaba
sobre la posibilidad de los Universos Paralelos. Dejando aparte el
apartado matemático, que no entendí, me atrajo
sobremanera la idea de que, junto a nuestra realidad actual, pudieran,
tal vez, existir infinitas realidades paralelas. Pero lo que más
me atrapó no fue esta sorprendente tesis, que Víctor
Kharkov defendía con argumentos muy convincentes, sino la
sugerencia de que podría ser posible el viaje entre estas
realidades paralelas. Pasé el resto de la conferencia
escuchando anhelante y, al término, me sumí en
reflexiones que no sé cuanto tiempo me mantuvieron desconectado
del entorno. Cuando tomé de nuevo conciencia del sitio en el que
me encontraba, ví a una mujer regordeta que estaba hablando en
la tribuna de oradores. Eché un rápido vistazo al reloj y
ví que eran casi las 13,30 h. Me levanté procurando
no entorpecer a quienes me rodeaban y, todavía con los Universos
Paralelos bullendo en mi cabeza, salí de la sala.
Como no me atraía
en absoluto la idea de volver a mi simposio, resolví quedarme a
comer en la Facultad de Física. Siguiendo unas indicaciones que
estaban bien colocadas, cosa que no siempre ocurre en el mundo de los
congresos, llegué al autoservicio y me puse en cola. Poco
después, con la bandeja entre las manos, me senté al
extremo de una larga mesa y me dispuse a comer. Mientras lo
hacía, recuerdo que miraba indolentemente a mi alrededor
reflexionando acerca de que, a la hora de la comida, todos los
congresos son idénticos. Terminé con rapidez, como lo
suelo hacer casi siempre, y después de dejar la bandeja y de
pedir un café me dispuse a leer, en el Libro de Actas que tuve
la oportunidad de recoger a la salida del salón de
ponencias, el resumen de la conferencia que poco antes tanto me
había interesado. De nuevo, aquel sugerente tema acaparó
toda mi atención y me desconecté del entorno hasta que,
en un momento, algo me sacó de aquella suerte de ensimismamiento
en la que me había instalado. Noté de repente esa
sensación familiar, difícil de describir no obstante, que
se advierte cuando alguien está fijando su atención
en uno. Levanté la mirada del libro y medio me
sobresalté al ver junto a mí a un hombre que me
contemplaba con mirada entre escrutadora y divertida. Al instante
reconocí en aquella persona a Víctor Kharkov.
Cuando
se dió cuenta de que yo me había percatado de su
presencia, me sonrió amablemente y me dijo:
- Le veo muy interesado en
mi charla de hace un rato.
Me sorprendió que aquel hombre
se hubiera dirigido a mí en un castellano perfecto en el que
apenas se notaba un ligero acento. Como si él hubiera adivinado
lo que yo pensaba, matizó:
- No le sorprenda a usted
que hable español. Mi madre es española.
Aquel hombre seguía
sonriéndome amablemente y yo, apresuradamente, le tendí
la mano al tiempo que me presentaba.
- ¡Ah, y encima no
es usted Físico! -dijo- pues tiene mérito su
interés por estas cosas.
Le respondí que me
atraía mucho la Mecánica Cuántica y que procuraba
leer todo lo que podía sobre Cosmología. Como mi
interlocutor no parecía tener prisa ni tampoco aparentaba tener
ganas de juntarse con sus colegas, me aventuré a verter algunas
opiniones sobre el tema de su conferencia. Al poco rato, caí en
la cuenta de que lo más probable era que estuviera diciendo
obviedades, cuando no haciendo directamente el ridículo, y me
callé balbuciendo una disculpa.Víctor Kharkov estaba
ahora serio, y me respondió enseguida:
- No, no, siga usted. No
está diciendo usted ninguna tontería.
Pero ya no me atreví a continuar
y me quedé mirando inquisitivamente a mi compañero de
mesa. Éste continuó serio durante algunos segundos
más, al cabo de los cuales, tras echar una rápida ojeada
en derredor, me dijo simplemente.
- Se puede hacer ... es
más, ya se ha hecho.
Sus palabras me produjeron una
auténtica conmoción. ¿Me estaba diciendo aquel
hombre que los viajes interdimensionales no eran únicamente una
posibilidad matemática, sino que se habían llevado a la
práctica? Dejé que mi interlocutor siguiera hablando.
-
Sí, digo eso que a usted le
resulta tan difícil de asimilar, y no se lo reprocho. Por
cierto, ¿le importaría a usted que nos tuteáramos?
me parece lo más natural entre compañeros universitarios,
si no le incomoda ...
Respondí con rapidez que tal
cosa no me molestaba en absoluto, y Víctor Kharkov
continuó hablando en tono bajo y confidencial.
- Dado que las matemáticas no
oponen ninguna resistencia a la posibilidad del viaje a dimensiones
paralelas, sólo era cuestión técnica
el que tal
cosa se pudiera realizar en la práctica. Yo solventé hace
tres años esas dificultades técnicas e hice un viaje a
uno de esos mundos paralelos.
Lo dijo tranquilamente, como quien no
quiere la cosa, y se me quedó mirando durante unos breves
instantes.
- No te reprocho que no me creas
-añadió enseguida- este asunto no es para contarlo sino
para comprobarlo. ¿Te interesaría ver lo que he llamado El Portal, por el que se puede
acceder a otra dimensión?
Bueno, aquello ya me empezaba a parecer
excesivo , y debí de hacer algún gesto suficientemente
explícito porque mi acompañante se levantó
de repente y se marchó con rapidez tras musitar unas breves
palabras de despedida y de estrecharme la mano. Me quedé mirando
cómo se alejaba al tiempo que sentía en mi interior una
sensación extraña, como mezcla de irritación y de
ansiedad.
Al poco rato me levanté y
volví paseando con lentitud a la Facultad de Farmacia, donde
pasé el resto de la tarde deambulando ante los paneles en los
que se exponían diversos trabajos de Fitosociología. Tras
cenar en compañía de un par de colegas, que estaban tan
aburridos como yo, resolví ir de inmediato al hotel en el que me
alojaba. De camino evoqué la curiosa experiencia que
había tenido en la Facultad de Física, pero no me
entretuve apenas en ello. - ¡Qué absurdo! -
pensé.
Ya en el hotel, y al ir a
pedir la llave de mi habitación, me encontré con la
sorpresa de que el recepcionista me entregaba un sobre que,
según me dijo, lo había traído un hombre no
haría más de una hora. En el sobre tan sólo
figuraba mi nombre escrito a mano. No había indicación
alguna sobre la identidad del remitente. Extrañado me
dirigí al salón y abrí el sobre; contenía
un par de fotografías y una corta misiva. Ví al
término de la misma el nombre de Víctor Kharkov y,
dejando las fotos sobre la mesa que había ante mí,
leí con rapidez el contenido de la carta. En unas pocas
líneas, Víctor Kharkov me aseguraba que no había
pretendido burlarse de mí aquella tarde y que todo lo que me
había contado era cierto. Como prueba, decía, me mandaba
aquellas fotografías. que habían sido tomadas,
según él, durante el viaje que había realizado al
misterioso mundo paralelo. Me instaba finalmente a que le tomara en
serio, y concluía la carta con una súplica que
llegó a conmoverme: -
Por favor, necesito compartir esto.
Necesito que vengas conmigo más allá del Portal -
Rápidamente,
tomé las fotos y las miré. Me quedé estupefacto, y
durante varios minutos las contemplé intentando furiosamente
encontrar algo que me asegurara de que estaba ante una
manipulación. Pero no lo conseguí. Ante mí
se encontraba plasmado un mundo que no era este mundo. ¡Dios,
aquellas plantas ...! Esto fue lo que ví:

- He seleccionado estas
porque eres
Botánico.
Dí un respingo al
escuchar junto a mí a Víctor Kharkov. Este me miró
durante unos breves segundos y tomó asiento junto a mí.
Miré con atención a mi acompañante y pude advertir
que apenas si conseguía disimular su ansiedad.
- ¿Te resultan
familiares esas plantas?
Dudé unos momentos,
y respondí:
- No las he visto en mi
vida, pero no entiendo por qué no me resultan del todo
extrañas.
De repente, y como si ya
hubiera admitido yo que aquellas fotografías habían sido
tomadas en un mundo extraño al nuestro, añadí que
suponía que todos los vegetales superiores deberían de
tener una semejanza estructural básica. Y a partir de este
momento todo se desarrolló con una asombrosa naturalidad.
Víctor Kharkov me dijo que tenía
que volver allí, y que necesitaba que yo le acompañara
esta vez para que le confirmara o no en una suposición que, me
aseguró con toda solemnidad, podría tener consecuencias
imprevisibles para el destino de la humanidad.
Como he dicho, a partir
del momento en que otorgué tácitamente crédito a
Víctor Kharkov, los acontecimientos se sucedieron sin
dificultad, y al día siguiente, bien de mañana,
subía yo al coche que conducía Víctor Kharkov y me
dirigía en su compañía a Ginebra. Durante el
camino me puso al corriente de todo aquello que él supuso que me
interesaría conocer. Recuerdo en especial lo que me dijo en
relación al dispositivo que él denominaba "El Rastreador".
- Se trata de algo
así como un selector automático de objetivos. Casi ni yo
mismo sé como funciona, pero el caso es que "El Rastreador"
busca un mundo que resulte, digamos, posible y atractivo.
Descartaría mundos en los que nosotros no pudiéramos
desenvolvernos, por ejemplo mundos sin oxígeno, y también
descartaría aquellos otros en los que no existiera nada que ver.
Víctor Kharkov
dejó de hablar unos segundos, como si estuviera buscando las
palabras más adecuadas, y al poco continuó:
-
Quiero decir, que "El
Rastreador" busca mundos en los que exista vida.
Tras estas palabras hubo
un largo silencio por su parte, que yo no interrumpí. Cuando
reanudó su parlamento parecía aliviado por el hecho de
que yo no le hubiera interrogado en aquel momento por la naturaleza de
la vida a la que aludía.
- Una cosa sí que
me intrigó entonces -dijo- y todavía hoy no he conseguido
encontrar una respuesta satistactoria al hecho de que "El Rastreador"
encontrara un mundo adecuado en tan poco tiempo como lo hizo. De hecho,
la selección fue instantánea. Me dió entonces la
sensación que aquél mundo estaba aquí.
El resto
del viaje transcurrió sin sobresaltos, y un día de la
última decena de Octubre de aquel año 1986 llegamos al
atardecer a Ginebra. Víctor Kharkov condujo el automóvil
hasta lo que me pareció un vasto complejo industrial a las
afueras de la ciudad, y sin dudarlo se introdujo en un aparcamiento
subterráneo. Cuano bajé del coche, y mientras me
desentumecía los músculos, caí en la cuenta de que
no habíamos visto a ninguna persona desde que llegamos a
aquel lugar. Se lo hice notar a Víctor Kharkov, y este me
respondió con una enigmática sonrisa:
- Esta parte del CERN no
está concurrida, la verdad, pero ten la seguridad de que nos han
localizado las cámaras automáticas. Ahora mismo, en
algún lugar de por ahí - y Víctor
Kharkov hizo un ademán impreciso - estamos siendo
registrados.
Siguiendo a mi
acompañante franqueamos una puerta y, tras caminar un par de
minutos por un pasillo desolado, accedimos a una gran sala desprovista
de cualquier clase de mobiliario. Escuché un zumbido a mis
espaldas y, al girarme, no pude ver la puerta por la que
acabábamos de entrar. En el lugar que estimé que
debía de haberse encontrado tan sólo se veía un
espejo que llegaba desde el suelo hasta el techo. Mi alarma
creció cuando pude comprobar que el espejo crecía hacia
los lados, e iba extendiéndose hasta que al poco rato ocupaba
todo el perímetro de la sala. Miré a Víctor y me
alivió no encontrarle nervioso en absoluto; algo contrariado, en
todo caso.
Permanecimos en silencio
durante un tiempo que se me antojó excesivo, y de repente una
voz nos llegó de algún lugar. Hablaba un inglés
con acento muy acusado, y apenas si entendí la frase.
- ¡Vamos, Hart,
sé educado con mi amigo y usa el español!
De algún lugar
llegó una breve risa, y acto seguido la misma voz se
expresó en un castellano perfecto.
- Discúlpeme, Dr.
Figuerola, ha sido una pequeña broma que solemos gastarnos
Víctor y yo.
- Déjanos
entrar ya y deja de escanearnos que terminaremos con un cáncer
-comentó en tono jocoso Víctor-
Al cabo de unos pocos
segundos, noté que el suelo vibraba y ví que el espejo
que nos rodeaba desaparecía rápidamente como engullido
por el techo. Tardé un rato en darme cuenta de que la
habitación a la que habíamos entrado era un ascensor y
que estábamos descendiendo con rapidez. Me pareció que
transcurría toda una eternidad hasta que desapareció la
vibración que delataba el movimiento de aquel inmenso ascensor.
Ni Víctor ni yo habíamos hablado durante el trayecto, y
yo no pude aguantar más rato la incertidumbre.
- ¿Dónde
estamos ahora? - dije-
- A unos 500 m por debajo
de la superficie. Nos encontramos en el complejo alpha, que acoge el acelerador
lineal más largo del mundo.
Pero
no es este nuestro destino. Todavía deberemos caminar durante un
rato.
Al girar sobre nosotros
mismos, ví ante nosotros una puerta que se abrió al
acercarnos a ella. Salimos a un pasillo fuertemente iluminado y que se
perdía en la lejanía.
- Por aquí
accederemos al complejo delta,
que hace algunos años ha quedado clausurado en beneficuio de las
nuevas instalaciones de
alpha
- me explicó Víctor.
- Pero,
¿dónde está la gente? Hasta ahora sólo
hemos escuchado una voz humana.
Víctor me
sonrió brevemente mientras seguíamos caminando por aquel
interminable pasillo, y me respondió en tono divertido:
- Y no era humana. La voz
que escuchaste en el ascensor era el sintetizador fonético
de nuestro computador central Hart 9000. Pero no
te
preocupes -prosiguió- que pronto verás a algún ser
humano.
Víctor
parecía ahora comunicativo, y continuó hablándome.
- En realidad en estas
profundidades trabajan miles de personas, y unos cuantos centenares de
ellas incluso viven aquí. Naturalmente,
hay
establecidos turnos. Estos pasillos suelen estar poco concurridos
porque no son la vía habitual que emplean los investigadores
para
desplazarse por el complejo. Por aquí únicamente se ve de
vez en cuando a algún técnico de mantenimiento.
- Creo haberte oído
decir antes que el complejo al que nos dirigimos fue clausurado ...
Víctor no me
dejó terminar. Ahora estaba casi locuaz.
- Sí, sí, en
efecto. El complejo delta se
clausuró cuando se inauguraron las nuevas instalaciones del
complejo alpha, y a
éste se trasladó
todo
el personal de investigación y de servicios. Delta fue abandonado porque hubiera
sido costosísimo mantener en funcionamiento
ambas instalaciones. Hasta hace poco menos de un año
todavía había en Delta
un pequeño grupo de técnicos, e incluso algún
investi -
gador se dejaba caer por allí de vez en cuando. Ahora ya no
queda nadie allí.
- Pero, entonces,
¿por qué vamos allí? - le pregunté -
- Porque allí se
encuentra El Portal.
Lo dijo con tanta
naturalidad que los últimos restos de incredulidad que
todavía pudiera tener yo desaparecieron por completo. La
certidumbre de que íbamos hacia algo que podría exceder
los límites de la imaginación más desbocada, me
atemorizaron más de lo que yo hubiera querido. Víctor
pareció darse cuenta y, deteniéndose y
mirándome con simpatía, me dijo:
- El tránsito en
sí no representa problema alguno. No te oculto que si una vez
allí El Portal sufriera algún daño serio,
podríamos quedar
varados sin posibilidad de regreso. Pero, tranquilo, que eso es
altamente improbable. Lo que no te oculto es que nuestra
excursión, lla-
mémosla así, puede convertirse en peligrosa en
algún momento, pero para ello iremos preparados. Lo que es
seguro es que tú no po -
drás mirar al mundo con los mismos ojos cuando regreses. Debes
estar preparado para ello.
Tras estas palabras,
Víctor me dió una palmada cariñosa en la espalda y
me invitó a continuar caminando por aquel casi interminable
pasillo. Al cabo de un buen rato, mi compañero se detuvo y
cogiéndome del brazo hizo que me volviera hacia la pared situada
a nuestra derecha. Entonces aplicó sobre ella una ligera
presión, y de repente me encontré mirando fascinado a
cientos de personas que se afanaban en tareas diversas en el interior
de una gran sala circular. Víctor, sin vacilar un momento, me
condujo por entre aquellas personas hasta que abordamos a un
hombre que estaba contemplando atentamente un terminal de ordenador. Le
tocó en el hombro y aquél hombre levantó la
vista hacia nosotros. Reconoció a Víctor al instante y su
rostro se iluminó con una sonrisa amigable. Víctor me
presentó escuetamente y acto seguido tomó aparte a
aquél hombre separándose unos metros de donde yo me
encontraba. y entabló con él una conversación en
voz baja. No pude escuchar nada, pero reparé al instante
en que la sonrisa que aquella persona había ostentado momentos
antes había dejado paso a una mueca de profundo desagrado. Al
poco, ví que negaba con la cabeza y que se dirigía a
Víctor con ademanes enérgicos. Víctor le
respondió de manera semejante y así estuvieron durante
varios minutos, durante los cuales nadie en aquella gran estancia
pareció reparar en mi presencia. En un momento dado,
Víctor y el hombre se aproximaron hasta mí y
Víctor me dijo:
- Vamos ya. He asegurado a
Robert -y miró hacia el hombre, que permanecía serio- que
será la última vez. Definitivamente la última.
Sin decir palabra,
abandonamos la gran sala y, por un conjunto de laberínticos y
estrechos pasillos, llegamos a las instalaciones Delta. Efectivamente, aquel
complejo había sido clausurado. No había nadie y en
él se respiraba esa atmósfera pesada y opresiva que
caracteriza a los lugares inhabitados. Llegamos hasta una
habitación y Víctor se sentó amte una
terminal . Durante poco más de un par de minutos tecleó
rápidamente en ella y luego se levantó encarándose
conmigo.
- Voy a ir primero yo para
explorar brevemente el terreno. Volveré enseguida a por
tí.
Y dicho esto pulsó
un botón que se encontraba detrás del terminal y a
nuestra espalda los paneles de la pared se retiraron mostrando lo que
en principio me pareció una ventana semitraslúcida.
- ¿Es ... es ...?
- En efecto, esto es el
Portal -me dijo Víctor mientras me daba un golpe cariñoso
en la espalda.
Víctor miró
brevemente a su colega del CERN, y dirigiéndose sin vacilar
hacia aquella ventana la traspasó y desapareció de
nuestra vista. Me quedé unos instantes en suspenso, y antes de
tener tiempo de decidir qué hacer o qué decir,
Víctor reapareció saliendo por donde momentos antes
había desaparecido. A mi lado escuché un suspiro de
alivio cuando Víctor se plantó ante nosotros,
aparentemente sin novedad.
- Hasta donde he podido
ver, todo está como la última vez -nos dijjo- y ...
- Víctor, debo
advertirte que a la menor señal de que algo pueda salir mal,
clausuraré definitivamente el Portal. Y esto debe constarle
igualmente a usted.
El investigador del CERN,
que Víctor me había presentado como Robert, nos
había dicho esto con absoluta firmeza, y aún se
creyó en la obligación de recalcarlo para mí,
porque añadió:
- ¿Sabe Vd. lo que
eso significaría?
- Víctor me lo ha
dicho. No podríamos volver.
Me sorprendí a
mí mismo por la firmeza con que había respondido, que no
era tal realmente. Cuando me volví hacia Víctor le
ví con dos escopetas automáticas entre las manos. Me
entregó una de ellas, así como un cinturón con
cartuchos de repuesto y una pequeña bolsa plastificada. Y
sin más me dijo:
- Vamos.
Como la otra vez, se
dirigió hacia aquella ventana, que parecía hecha de
un material energético ondulante o vibratorio, y
desapareció tras ella. Sin pensarlo más, pues
temía arrepentirme, le seguí.
2
Dos
tras el Portal
Momentos
antes de traspasar el Portal me pregunté qué
sentiría. No tuve tiempo para reflexionar porque todo
ocurrió muy rápidamente. Apenes si noté como la
carne se me ponía de gallina y los pelos se me erizaban,
seguramente por la influencia de un potente campo
electromagnético, y de repente me encontré junto a
Víctor Kharkov en un lugar al aire libre. Era de noche, pero una
potente luminosidad nacarada permitía distinguir sin dificultad
las características del entorno. Respiré profundamente y
miré ansioso a mi alrededor.
- Tranquilo, todo va bien.
¿Notas algo raro?
La voz de Víctor me
tranquilizó, y casi me hizo ver con naturalidad
encontrarme donde me encontraba.
- No, nada. Es todo tan
normal ...
Víctor no
contestó, pero reparé en que sonrió de una menera
un tanto enigmática.
- Sígueme y
verás la primera de las maravillas que te aguardan - dijo-
Y comenzó a caminar
rodeando un pequeño montículo que se encontraba a nuestra
izquierda. De repente, me detuve alarmado y dije a Víctor:
- El portal está a
la vista y al aire libre, ¿no podría algo dañarlo
... o alguien?
Víctor me
miró tranquilamente, como si lo que yo había preguntado
ya lo hubiera resuelto.
- No podemos hacer nada al
respecto, nada en absoluto. Lo único que puedo decirte es que
espero que no tardemos demasiado en
volver.
No dije nada más y
le seguí dando por buena su respuesta. Unos metros más
allá una de las laderas del montículo terminaba un tanto
abruptamente en una inmensa planicie, y al dejar la protección
de la pequeña montaña me quedé anonadado mirando
al cielo, en el que brillaba esplendoroso un inmenso satélite.
- ¡Es enorme,
extraordinario!
Miré a
Víctor, que no parecía asombrado. Caí entonces en
la cuenta de que ya lo debía haber visto en su viaje anterior.
- Verdaderamente es
espectacular -respondió Víctor- pero no es su
tamaño lo que le hace parecer tan abrumador, sino más
bien la
exigua distancia que lo separa del planeta. Esta luna no es más
grande que la nuestra, pero se encuentra a una distancia tres veces
menor.
Tras una breve pausa,
continuó:
- La vez anterior hice unas
cuantas mediciones.
Yo no tenía ojos
más que para aquel satélite inmenso que rociaba de luz el
paisaje, y apenas reparé en que Víctor continuaba
hablándome.
- ... y se encuentra a muy
poco más de 100.000 Km. Desde luego, es una luna espectacular.
Pero, ¡vamos ya!, tenemos mucho que ver todavía.
Como en sueños,
pues yo aún no había conseguido asimilar el hecho de que
me encontraba en un mundo extraño, Víctor me condujo
hasta un paredón distante unos 500 metros del Portal, en
el que se abría una caverna de techo bajo. Al llegar frente a
ella, Víctor me dijo que esperase un momento y acto seguido
entró en la caverna despareciendo de mi vista. No me dió
tiempo a intranquilizarme, pues reapareció casi inmediatamente.
Ví alivio en su rostro.
- ¡Excelente! -me
dijo- las armas y la munición que dejé aquí en mi
anterior viaje se encuentran aparentemente en buenas condiciones.
Esperemos que no haya necesidad de recurrir a ellas.
Durante un
largo minuto mantuvimos silencio contemplando ambos el paisaje que nos
rodeaba. A unos 300 metros a nuestra izquierda se divisaba una amplia
zona boscosa, que se destacaba espectralmente a la luz del esplendoroso
satélite.
- Iremos hacia
allí -dijo Víctor señalando hacia el bosque- Se
trata de un pantano muy extenso, que tuve oportunidad de visitar en mi
viaje anterior. Allí cerca tomé las fotografías
que te enseñé.
Mientras caminábamos hacia el bosque pantanoso ví que
Victor se ceñía el cinturón de los cartuchos y le
imité. Observándole de reojo, me tranquilicé al no
notarle alarmado, si bien era evidente que escrutaba alerta el entorno.
Cuando alcanzamos la orla del bosque, Víctor me dijo en boz baja:
- Camina tras de mí y procura tantear bien el terreno.
Durante unos 10 minutos anduvimos entre malezas de
altura superior a la normal humana, y de repente caí en la
cuenta de que yo era un botánico al que se ofrecían
especies jamas vistas por el ojo humano. Por un momento la curiosidad
se sobrepuso a la sensación abrumadora que me había
sobrecogido desde que atravesamos el Portal y me detuve para examinar
los arbustos que nos rodeaban. Pero Víctor me urgió:
- Ahora no,
espera un poco y reconocerás el paisaje del que te
enseñé las fotografías.
En efecto, al
poco rato salimos a una zona abierta y enseguida pude ver los
árboles que apenas dos días antes había
contemplado atónito en las fotografías contenidas en
aquel sobre. Sin mirar si Víctor me seguía me
acequé absorto al más próximo de aquellos
magníficos ejemplares. Debí de estar un buen rato
mirándolos porque de repente escuché la voz de mi amigo,
que me hablaba amistosamente:
- ¿Y
bien, cual es la opinión del experto? -le oí decir-
- Es ... es
... ¡asombroso! -conseguí replicar- me recuerdan a
láminas que he visto en obras de paleobotánica ...
- ¿Y
...?
Ví que
Víctor me miraba con curiosidad.
- Pues, ya
sé que no es posible pero me recuerdan a Sigilarias -repuse al
fin-
La sonrisa de
Víctor se agrandó, y creo que no interpreté bien
su gesto cuando respondí con alguna brusquedad:
-
¡Bueno, no pretenderás que entienda la flora de uno de tus
mundos paralelos!
Me
asombró, al tiempo que me intrigó, ver que mi amigo
se reía francamente complacido.
- Veo que no
me he equivocado contigo -dijo- eres muy buen observador.
No me
dió tiempo a interpretar esta enigmática frase, porque
Víctor me instó a continuar la marcha.
Caminamos sin interrupción durante más de una hora sin
que nada anormal, dentro de lo anormal del conjunto, nos sobresaltara.
Nunca podré olvidar aquella caminata a través del pantano
bañado por la intensa luz nacarada de aquel colosal
satélite. ¿En qué dimensión o mundo nos
encontrábamos? Preferí entonces no profundizar en ello
porque no estaba seguro de encontrar una respuesta que conviniera a mi
alterado estado de ánimo. ¡Increíble, dos seres
humanos en un mundo completamente ajeno al propio! De repente,
noté que Víctor se detenía y me agarraba del
brazo. Al interrogarle con la mirada, me dijo:
- Ahora empieza la aventura de verdad, ¡mira!
Miré en la dirección que me señalaba y pude ver no
muy lejos, semioculto entre los grandes arbustos, lo que me
pareció una especie de castillo medieval. No daba
crédito a lo que veían mis ojos.
- Parece ... parece -balbuceaba yo-
- Es lo que parece -repuso Víctor en un tono tranquilo que no
pude determinar si era del todo sincero- es una fortaleza. La
visité muy por encima la vez anterior, pero pude ver lo
suficiente. Ahora la exploraremos con mayor detenimiento.
Y echó a andar con decisión hacia aquella
construcción. Le seguí sin dudar, y al poco rato nos
detuvimos ante un inmenso portalón.
Aquella construcción era obra de seres inteligentes, eso se
antojaba evidente. Pero, ¿qué seres fueron, o eran,
aquellos? Observé, echando la mirada hacia arriba, que la
fachada principal remataba en unas almenas a cosa de unos 15 metros de
altura. El conjunto daba una pavorosa sensación de
antigüedad infinita a pesar de que se conservaba bastante bien.
- Por aquí no podremos entrar, sígueme.
Y dicho esto Víctor se encaminó hacia la izquierda. Le
seguí sin decir nada y al doblar la fachada principal nos
encontramos con un boquete que se abría en la muralla. Sin decir
nada, Víctor encendió una pqueña linterna que
sacó de uno de sus bolsillos y se adentró con
resolución por aquel agujero. Le seguí sin dudar y
enseguida, a la luz de la linterna, pude distinguir que nos
encontrábamos en una pequeña estancia absolutamente
desprovista de cualquier clase de mobiliario. Frente a nosotros
arrancaba un lóbrego pasillo. Miré dubitativamente a mi
amigo, y este me dijo:
- No hay otro camino. Hasta donde sé el trayecto es seguro.
Y nos introdujimos por el pasadizo. Tendría éste unos 3
metros de anchura, por lo que caminábamos juntos con comodidad.
La altura la estimé en al menos 5 metros. Durante lo que me
pareció una eternidad anduvimos envueltos en la oscuridad
sólo despejada por el fino haz de la linterna de Víctor,
hasta que al fin el pasadizo desembocó en una estancia. Al
llegar lo primero en que reparé es que existía
allí algo de iluminación. Al levantar la cabeza pude
apreciar que en las paredes laterales, cerca del techo, había
una serie de troneras por las que entraba una débil luminosidad.
Ví que Víctor consultaba su reloj y que asentía.
- Está amaneciendo, a partir de ahora la luz del sol nos
facilitará las cosas -explicó-
En efecto, comprobé que la luz que se filtraba por las troneras
iba en aumento y prontó pude darme idea de las dimensiones de la
habitación a la que habíamos llegado. Era bastante
grande. En el centro, sobre tres pedestales contiguos, había lo
que me pareciéron tres sarcófagos de piedra.
- Son lo que parecen -musitó Víctor- y están
ocupados.
33
Tres
horrores enterrados
Durante más de 1 minuto permanecimos en silencio. Yo me notaba
helado, sin respuestas ni reacciones. Al fin, Víctor me dijo
hablando quedamente:
- Escucha, ya estuve aquí la otra vez ... y lo ví. Tienes
que estar preparado. Es ... anormal ... pero se puede soportar.
Abrí uno de los tres sarcófagos, ignoro lo que hay en los
otros dos.
Me quedé mirando a mi amigo, entre horrorizado y admirado.
Una persona sola, aventurándose en un mundo desconocido,
entrando en una tumba y abriendo un sarcófago a la luz de una
linterna. Increible. Despacio nos acercamos al sarcófago
abierto. Víctor iba delante y con un ademán me
indicó
que me detuviera. Así lo hice mientras que él se
aproximaba y enfocaba la linterna al interior del pétreo
féretro. Ví que contenía la respiración y
que con un asentimiento de cabeza me invitaba a que me acercara.
Miré.
La sangre se me enfrió en las venas y sentí perder un
latido. Dentro de aquel sarcófago yacía un cuerpo que
pese a su estado de momificación se revelaba enorme y robusto.
Por lo que pude apreciar, sus extremidades inferiores se asemejaban a
pezuñas y del cráneo brotaban dos potentes
apéndices córneos.
- ¿Qué ... qué es ... eso? -logre al fin articular-
- No lo sé. No es humano, evidentemente.
Transcurridos unos segundos ví que Víctor se
dirigía hacia otro de los sarcófagos y que me miraba.
Para economizar en esta horrenda descripción, que me daña
incluso a la hora de redactarla, baste decir que abrimos con gran
trabajo los dos féretros restantes y que en ellos encontramos
sendos seres semejantes al que habíamos visto antes.
- ¿Y ahora? -pregunté a mi amigo-
- Ahora intentaremos
encontrar las respuestas que no pude encontrar en
mi primer viaje -respondió serenamente Víctor-
Llegué
hasta aquí entonces, ahora continuaremos.
Y miró hacia un estrecho pasadizo que se abría más
o menos enfrente del túnel por el que habíamos llegado a
aquella sala de la muerte.
- Entonces, ¿crees que esto es una tumba? -pregunté-
- Eso es lo que parece, pero sospecho que este sitio no es sólo
eso. Quiero averiguar qué es y confirmar, si puedo, determinada
sospecha que tengo.
- ¿Puedo saber ....
- Te ruego que esperes un
poco -apremió Víctor- debo
asegurarme antes de ciertas cosas. Confía en mí.
Y sonriéndome con afabilidad me señaló el
túnel que se abría ante nosotros. Miré en derredor
y comprobé que aquél era el único camino, y
asentí.
- Vamos -dije con una resolución que estaba lejos de sentir-
Y entramos en el angosto pasadizo.
4
En los confines de la locura
El
camino era ahora descendente. Las paredes y el techo casi nos ahogaban
con su proximidad. Víctor iba delante de mí y yo le
seguía procurando no desbocar la imaginación. No
puedo recordar durante cuanto tiempo descendimos por aquel
infernal pasadizo, pero debió ser bastante. Al fin,
noté que el suelo recuperaba la horizontalidad, y al poco rato
nos encontramos en una cámara oblonga que contrastaba por su
enormidad con el camino que acabábamos de seguir. Me
quedé boquiabierto contemplando aquel inmenso recinto casi
carente de ornamentación. Y digo casi porque muy lejos del punto
donde nos encontrábamos creí distinguir una especie de
manchas en la pared. Se lo hice saber a Víctor y hacia
allí nos encaminamos caminando con precaución.
Desde lejos pude apreciar que se trataba de cuadros de gran
tamaño, y enseguida, al aproximarnos más advertí
que se trataba de retratos de las monstruosidades que poco antes
habíamos hallado en sus sepulcros. Víctor y yo nos
quedamos embobados mirando aquellos cuadros, en los que destacaba la
profunda malignidad del rostro de aquellos seres diabólicos.
- Debieron ser los señores de este castillo -me aventuré
a suponer-
- Puede ser, pero, ¡vamos!, poco hay que hacer en este
sitio.
Y mi amigo, sin añadir nada más echó a andar
resueltamente hacia lo que parecía la salida de la gran sala.
Llegamos hasta ella en apenas un par de minutos. Allí
había una puerta provista de una manivela de considerables
dimensiones. Víctor se puso a tantearla y mientras yo le miraba
reparé en que a ambos lados de la puerta, en la pared de piedra,
aparecían esculpidos unos signos y figuras que por un
momento me recordaron a la escritura jeroglífica antigua.
- ¡Mira ...!
No pude terminar la frase porque Víctor, lanzando una
exclamación de júbilo, acababa de abrir la puerta. Sin
esperarme, enfocó la linterna al interior. Yo estaba
detrás de él, algo ladeado y no podía ver lo que
había al otro lado de la puerta. Al ver que Víctor
permanecía sin moverse durante más tiempo del que
parecía aconsejar la prudencia en caso de que allí dentro
no hubiera nada anormal, me alarmé y le toqué en un
hombro. Dió un respingo, y se volvió con rapidez
mirándome durante unos segundos como si no me hubiera
reconocido. Pero se repuso con rapidez y, tomándome por el
brazo, me dijo:
- Parece ser que hemos llegado al lugar dónde podremos encontrar
algunas respuestas. Vamos, y no te preocupes. No pueden
hacernos nada.
Y sin darme tiempo para reflexionar me condujo a través de la
puerta.
Y los ví. Allí, a la incierta luz de las linternas,
pudimos contemplar dos hileras de cubículos transparentes
enfrentadas entre sí. Cada una de las hileras constaba de cinco
módulos que parecían contener un fluido transparente. Y
en este fluido flotaban unos inconcebibles seres. Como si
hubiéramos sido zombies caminamos hacia el primer módulo
de la hilera situada a nuestra izquierda, y se nos congeló la
sangre en las venas al contemplar el indecible horror que reposaba en
su interior. Se trataba de un ser globular, enorme, de piel roja de la
que salían múltiples apéndices córneos.
Tenía dos pequeños ojos, que estaban abiertos y
parecían contemplarnos desde una región más
allá del propio infierno. Una horripilante boca semiabierta
dejaba entrever numesosos dientes.
Salí de mi aterrado ensimismamiento cuando sentí la mano
de Víctor en mi brazo apretando con fuerza. Le miré y
ví su mirada de horrorizada incredulidad.
- ¿Qué es esto, Victor? ¡Por Dios!
Me asombré de escuchar mi propia voz, que había salido de
mi garganta como un graznido. La respuesta de mi amigo reveló
bastante más aplomo del que yo sentía en aquellos
momentos:
- No lo sé, intentemos averiguarlo.
Víctor me colocó ante el segundo módulo, y
allí pudimos ver otro horripilante engendro. Se parecía
al primero en que presentaba un cuerpo globular, pero éste
segundo ejemplar únicamente tenía dos cuernos y
poseía, en cambio, un par de apéndices laterales
semejantes a garras. Presentaba un solo ojo. En el fondo del recipiente
que contenía al monstruo pude distinguir dos pequeños
bultos que no pude estudiar con claridad pero que me produjeron una
repugnancia casi intolerable. Parecían crías de algo ...
En el tercer módulo se encerraba un monstruo astado que
aterraba por su corpulencia y su aspecto de increíble
malignidad. Aparecía encorvado y su boca, que dejaba ver
una potente dentadura, estaba contraída en una mueca
demoníaca.
Después de contemplar estos horrores, el cuarto monstruo nos
pareció casi amigable. Tenía forma humana, con dos
extremidades locomotrices y dos extremidades superiores. Pero cualquier
parecido con un ser humano se extinguía cuando se apreciaban los
numerosos apéndices espinosos que brotaban de su cuerpo y, sobre
todo, cuando se contemplaba aquel rostro que traslucía un
abismal e infinito horror.
El contenido del quinto y último módulo de la hilera nos
dejó pensativos durante un buen rato. Allí pudimos ver un
ser bastante semejante al que ocupaba el cuarto módulo, pero a
diferencia con éste el que contemplábamos ahora
aparentaba ser menos maligno y, hasta podría decirse,
"más humano". Tenía bastante menos vello corporal que
aquél otro, y también sus apéndices espinosos eran
más débiles y menos numerosos. Asimismo, su rostro,
aunque aterrador, carecía de la demoníaca
malignidad que ostentaba el primero. No parecía sino que
este nuevo ser fuera algo así como una evolución mejorada
del primero. Me quedé intrigado y pensativo durante un rato, con
una idea imprecisa pero inquietante revoloteando en mi interior.
Al no poder concretarla la abandoné y, dándome la vuelta
me encaré con los módulos de la hilera que se encontraba
detrás nuestro. Aquello fue demasiado y retrocedí dando
tumbos hasta que noté que Víctor me sujetaba con firmeza.
Le miré y ví en su rostro reflejarse el asombro y el
horror.
Ante nosotros se erguían, imponentes y sobrecogedores, lo que
sin duda eran unos seres híbridos en los que se mezclaba de
horrenda y repulsiva manera lo biológico y lo
mecánico. Atónitos y horrorizados pudimos ver dos
monstruosos arácnidos de enorme cabeza cerebriforme que llevaban
implantadas armas de letal apariencia. Había también un
ser deforme e hinchado en el cual las extremidades superiores
habían sido sustituidas por lo que parecían lanzallamas o
lanzacohetes. Y había igualmente un engendro
semiesquelético sobre cuyos hombros descansaban unos artefactos
cilíndricos de los que no pusimos en duda su poder destructor. Y
había .... ¡el horror infinito y abismal! Una
monstruosidad que me acecha desde entonces en mis numerosas pesadillas.
Pude ver un ser gigantesco, rezumante de malignidad, que tenía
un implante mecánico en su brazo izquierdo que debía ser
poco menos que un lanzamisiles. No hay manera de describir estos
horrores sin riesgo para la cordura.
Aun así, recuerdo que estuvimos todavía un buen rato en
aquella espantosa estancia. Y de nuevo fue Víctor quien
tomó la iniciativa cuando me dijo en voz baja que recordaba
haber visto unas inscripciones en las paredes de la sala contigua, y
que quería examinarlas. Sin darme tiempo para decir siquiera que
yo también había creido verlas, me dijo:
- Ya hemos estado demasiado tiempo en este sitio, y es hora de volver.
Mientras yo miro esos signos tú fotografía a estas ...
cosas.
Y entregándome una pequeña cámara que había
sacado de su bolsa de mano salió rápidamente de la
habitación. Resolví terminar cuanto antes porque no
quería quedarme junto aquellos engendros ni un momento
más del necesario. Había terminado ya de fotografiar a
los cinco híbridos que acabábamos de ver y me
disponía a volverme hacia la otra hilera cuando escuché
aquel grito inhumano y espectral procedente de la estancia a la que
había vuelto mi amigo. Nunca olvidaré la horrenda
modulación de aquel alarido, que parecía proferido
por un alma expuesta a los más abismales horrores. Por un
momento me quedé paralizado de espanto, pero reaccioné de
la única manera posible cuando, a pesar de la inhumanidad del
grito, pude no obstante reconocer que había sido Víctor
de quien había salido tan espeluznante sonido. Traspasé
el umbral corriendo.
Y allí, en el suelo, retorcido y sollozando convulsivamente
ví a quien hasta momentos antes había sido un hombre
valeroso y resuelto hasta lo indecible. Cuando de un manotazo le
separé las manos, que tenía crispadas sobre el rostro,
apenas si reconocí a mi amigo, tal era el horror que deformaba
sus facciones. Me miró sin verme durante unos breves segundos y
entonces, por un momento, pareció recobrar la cordura.
Agarrándome con inusitada fiereza, y con su rostro a escasos
centímetros del mío, gritó:
- ¡No mires, por Dios! ¡¡No mires eso si quieres
vivir cuerdo el resto de tu vida!!
En sus ojos de loco había una súplica y una ansiedad que
me conmovieron profundamente. Por un momento no entendí a
qué se refería Víctor, pero mis dudas se disiparon
cuando ví que sus ojos se desviaban de mí y se centraban
en las inscripciones que cubrían la pared a nuestra espalda.
Intenté girame pero mi amigo me agarró con extremada
violencia.
- ¡No mires, no mires! -repetía mientras sollozaba
amargamente-
Y entonces, no pudiendo soportar durante más tiempo la
asfixiante
tensión a la que se encontraba sometido, Víctor se
desmayó en mis brazos. No sé por qué hice lo que
hice, no lo sé ¡Ójala hubiéramos salido
inmediatamente de allí sin volver la vista atrás! Pero
con una determinación para la que ni siquiera hoy
encuentro
explicación razonable, volví a la estancia que
contenía a aquellos seres monstruosos y reanudé la
sesión fotográfica hasta que terminé con el
último. Luego, volví junto a Víctor, que
seguía inconsciente en el suelo, y fotografié las
inscripciones que con tanta urgencia y desesperación me
había dicho mi amigo que no mirara. ¡Desgraciado de
mí!
55
La
herencia del infierno
Regresamos. No sé cómo, pero lo conseguimos. Como en una
pesadilla recuerdo haber arrastrado a mi inconsciente amigo hasta salir
de aquella horrenda fortaleza, y muy vagamente recuerdo haber
caído mil veces y haberme levantado otras tantas, siempre con
una idea fija martilleándome en el cerebro: ¡adelante,
adelante! La travesía del pantano fue una experiencia
alucinate, y sólo Dios sabe cómo conseguí
orientarme de vuelta al Portal. Al fin, cuando ya las fuerzas iban a
abandonarme definitivamente, entreví en la lejanía el
opalescente resplandor que denunciaba la presencia del Portal.
Recobré las fuerzas justas para llegar hasta allí, y con
un supremo esfuerzo me dejé caer a través de la barrera
agarrando con fuerza el cuerpo inerte de Víctor.
No quise saber detalles de nada, ni del tiempo transcurrido, cuando me
desperté en una cama de un hospital. Bastante más tarde
los médicos me confesaron que habían llegado a temer por
mi salud mental, pero que había conseguido superar el trance.
Con mucha precaución y delicadeza me informaron asimismo que mi
amigo no había tenido tanta suerte y que su mente se
había perdido irremisiblemente. Lloré en silencio cuando
me lo dijeron y no pude animarme a verle en aquel estado.
Preferí recordarle como aquel hombre fuerte y animoso que fue
capaz de abrir una puerta a lo desconocido allende la razón.
Cuando recibí el alta médica me encontraba bastante bien,
incluso con la suficiente motivación como para reanudar mis
tareas docentes. Trancurrieron varios meses hasta que me sentí
con fuerzas para enfrentarme de nuevo con mi terrible experiencia
pasada. Yo mismo revelé las fotografías que tomé
en aquella horripilante habitación y me reconfortó
comprobar que asimilé bien el trance de contemplar de nuevo
aquellos indecibles horrores. Pero había algo que se me
escapaba, era consciente de ello y no acertaba a precisar de qué
se trataba. Sentí que era algo relativo a ciertas
enigmáticas palabras que había pronunciado mi desgraciado
amigo durante el camino de regreso hacia el Portal, palabras que
recordaba bien, pero a las que no sabía encontrar el sentido.
Era evidente que mi amigo estaba enloquecido y que deliraba, pero aun
así ... ¡Aquí, aquí,
están aquí! Estas habían sido
sus palabras.
Y un día, de repente, lo ví. Y me quedé anonadado.
Pude salir indemne de aquella revelación por algún
resorte oculto que preservó mi mente de la locura, supongo. En
efecto, Víctor tenía razón cuando dijo que estaban aquí. Porque a
través de aquel Portal no nos trasladamos a ningún mundo
paralelo o lejano, sino que únicamente habíamos viajado en el tiempo.
¡Habíamos estado en una era pretérita de la propia
Tierra! Todo encajaba ahora: Un mundo que el Rastreador había
seleccionado casi inmediatamente porque era ¡este mismo mundo! un
mundo habitable, con una luna que no reconocí porque estaba
mucho más próxima de lo que ahora está. Una Tierra
abismalmente antigua en la que crecían las Sigilarias.
¡Dios! ¿quienes habían sido aquellos seres
espantosos?
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¡Ojala este interrogante se hubiera añadido a la extensa
lista de cuestiones sin respuesta! De haber sido así no
estaría ahora donde estoy, con la mente disuelta y sólo
esporádicamente consciente cuando mi espíritu emerge
inválido desde el olvido suscitado por los
fármacos. Ahora entiendo por qué Víctor
gritó de aquella manera espeluznante, y comprendo que su mente
se rompiera en mil pedazos al no poder asumir lo que se presentó
diáfano ante sus ojos. Y eso mismo se me reveló un
infausto día cuando me encontraba examinando aquellas
inscripciones que fotografié en la fortaleza. Ví
una secuencia de dibujos muy explícitos que representaban los
diferentes estadios de la evolución de uno de aquellos seres
infernales, y era evidente (por un revelador dibujo de una doble
hélice situada sobre cada una de las representaciones) que
aquella evolución había sido inducida mediante
manipulación genética. El primero de los dibujos,
evidentemente el punto de partida del experimento, representaba a uno
de los seres que pude ver muertos en la fortaleza, aquel bípedo
portador de espinas. La secuencia ponía de manifiesto una
evolución en la que los apéndices espinosos iban
desapareciendo gradualmente al tiempo que el ser iba adquiriendo una
posición más erecta. Si puedo pedir algo a Dios le pido
ahora, tanto en mi nombre como en el de mi desgraciado amigo, que nos
permita sumirnos en el olvido de la muerte y que nos rescate del horror
de vivir sintiéndonos a nosotros mismos. No puedo, no puedo
seguir mirándome después de haber visto que el
último esquema de la secuencia de aquella manipulación
genética -el producto final acabado- representaba de una manera
explícita e indiscutible ¡el
cuerpo de un ser humano!
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