VISITAS GUIADAS POR EL COMISARIO DE LA EXPOSICIÓN: INSCRIPCIÓN
Lo que singulariza el exterminio perpetrado por los nazis es la planificación exhaustiva tanto del crimen masivo como de su invisibilización. Los verdugos, a partir de un momento concreto, mataron en lugares apartados. Destruyeron a sus víctimas, diseminaron sus restos e intentaron disipar las huellas de su existencia. No contentos con quemar los cadáveres, también arrojaron los archivos al fuego. De ahí que toda investigación sobre el asunto, la artística incluida, deba consistir en unir pedazos dispersos de documentación que el azar nos ha legado, piezas salvadas: vestigios, huellas.
Pero antes de que Alemania promulgara el Decreto Noche y Niebla –que es el nombre con el que eufemísticamente se conoce la disposición de 1941 que amparaba las prácticas de desaparición forzada de personas–, ya los fascistas españoles, alzados en armas contra el gobierno legítimo de la Segunda República, habían iniciado su propia guerra de exterminio sembrando el territorio ocupado de cadáveres inhumados en fosas comunes. Sin nombres ni fechas. Sin causas ni procesos.
Setenta y nueve años después de la «liberación» de Auschwitz, entendido el nombre no solo en su especificidad espacial sino como epónimo de un vasto sistema de exterminio sin precedentes, acontecido en el núcleo mismo de la vieja y culta Europa, son muchos los países que, coincidiendo con el auge de partidos ultranacionalistas y de extrema derecha, están revisando su memoria de la Shoah y minimizando su papel en el asesinato de millones de judíos, gitanos y eslavos, pero también de opositores políticos, de disidentes religiosos, sociales y sexuales. El propio Estado de Israel, nacido a la sombra de ese inmenso crimen, lleva años contraviniendo la legislación internacional con el establecimiento de asentamientos en los territorios palestinos ocupados, a cuyos habitantes, concentrados en campos de refugiados, ahora mismo bombardea indiscriminadamente.
El sueño de la razón nunca deja de producir monstruos. Los pinceles de Artur Heras, como antes los de Goya o de Picasso, trazan sus formas cambiantes.
Heras no es un pintor de nubes, como el Vladimir de Rilke, sino de ideas: sus imágenes no sólo reflexionan sobre la realidad de la que emergen o sobre las tradiciones plásticas a las que aluden, también meditan acerca de su propia condición de imagen, de representación. Las suyas son, utilizando la expresión del filósofo Walter Benjamin, imágenes que piensan (y que se piensan). Heras no busca conmover ni agitar, sino entender, comunicar e interpelar.
Esta exposición, titulada HALT!, que en alemán significa “alto” e indica “resistencia”, remite a momentos dramáticos de la historia contemporánea europea de estremecedor recuerdo y, al mismo tiempo, apelan a la necesidad de hacer frente a su plausible repetición bajo la forma, si no de un eterno retorno de lo idéntico, sí del posible regreso de lo muy parecido.