
Apocalipsis y revelación en Gaza
Bajo el fuego, los combates y los escombros la gente limpiaba las calles, sembraba la tierra, abría escuelas y se celebraban bodas. ¿Pero por qué son así?
La última imagen que tengo es el viaje en coche por la carretera central de Saladino, entre cráteres, edificios destruidos y columnas de humo. Cruzando la Franja, desde la ciudad de Gaza al norte hasta el paso de Rafah al sur. Por la ventana veo cómo los agricultores siguen transportando las verduras en sus carros, cómo los vendedores esperan a los clientes sentados en las puertas de las tiendas, y cómo los trabajadores de la limpieza barren lo que queda de las calles. “Si llega el fin del mundo y estás sembrando, sigue sembrando” es un dicho profético conocido en toda Palestina.
Mientras en el Sur del mundo los apocalipsis son el día a día, en el Norte parece que también preocupa acercarse hacia allá. A contracorriente, reflexionan Yayo Herrero y José Luis Vicente: “En los escombros surgen también posibilidades de vida”. Desde aquí podemos intentar comprender qué significa sembrar y vivir bajo las peores condiciones posibles. Preguntemos a nuestros abuelos y abuelas que sobrevivieron a una guerra y una posguerra.
Una mañana de abril veo en los campos de Khuza'a a una joven pareja con su hijita. Siegan juntos el trigo. Con los abuelos y las abuelas, con los hermanos y las hermanas. Con primos y primas, con vecinos y vecinas. Arrodillados, trabajan juntos. Sobre sus cabezas truenan aviones de guerra. Más allá de la valla, los francotiradores les apuntan. Y en ocasiones disparan a matar. La familia sonríe, y siento paz, alegría y fortaleza. ¿Qué secreto hay en sus corazones que nosotros desconocemos?
Gaza es sólo una franja minúscula, un oasis junto al mar, un gueto en llamas, un campo de concentración martirizado. Es la ciudad que Alejandro Magno conquistó y destruyó hace veinticuatro siglos. Gaza, la que conecta África, Asia y Europa. La tierra en la que la madre intenta proteger a sus hijos, escondidos dentro de sus entrañas. Para que así, la máquina de guerra guiada por inteligencia artificial no pueda localizarlos. En las ruinas lo han dejado escrito: mientras queden olivos y tomillo, permaneceremos.
David Segarra









