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Simeón Saiz Ruiz. J’est un je

Centre Cultural La Nau, Sala Martínez Guerricabeitia

 

Horario: de martes a sábado de 10 a 13.30 horas  y de 16 a 20 horas. Domingos de 10 a 14 horas. ENTRADA LIBRE

Horario de verano
En agosto de martes a domingo de 10 a 14 horas.

Visita visual

“Matanza de civiles en Sarajevo por proyectiles caídos junto al mercado principal el lunes 28 de agosto de 1995. Víctima en la barandilla (A partir de imagen aparecida en Tve-1)”, 1998

Simeón Saiz Ruiz es un artista con una dilatada carrera que comenzó muy pronto en su Cuenca natal con el apoyo de Fernando Zóbel y siguió después en lo que constituyó a buen seguro un segundo aprendizaje en Boston y Nueva York, a principios de los años ochenta, justo en el momento de la eclosión de un amplio abanico de estilos todos nombrados con un neo delante: neoexpresionismo, neogeo, neoconceptual y que quizás supusieron los últimos istmos de la historia del arte contemporáneo. Desde entonces se ha caracterizado por trabajar en series de estilos y contenidos muy diversos y normalmente concentradas en periodos de ejecución rápidos y resueltas mediante un corto número de obras, pues el pintor ha evitado siempre la repetición.

La primera exposición que Simeón Saiz Ruiz, ganador de la bienal Martínez Guerricabeitia en 1999, realizó con el título de J’est un je data de 1996. Lleva trabajando pues más de una década en esta serie de cuadros sobre las pasadas guerras de los Balcanes basada en las imágenes de prensa y televisión que aparecieron durante el conflicto. La serie se comenzó en la fase final de la guerra en Bosnia-Herzegovina, cuando más recrudecida estaba la violencia en esta zona, continuó con el estallido en Kosovo, y sigue hoy en día vigente como demuestra la negociación en torno al proceso de independencia de Kosovo.

Los cuadros en su comienzo imitaban el ilusionismo propio de la fotografía y el vídeo desde los procedimientos propios a la pintura para ir deslizándose de una forma lógica y natural hacia la imitación del píxel de la televisión. Este cambio venía propiciado por la importancia que adquirió para el autor enfatizar el carácter documental de las fuentes.

 

 

 

La exposición que se presenta, coproducida entre la Universidad de Salamanca, la Universidad de Valencia y la Junta de Castilla-La Mancha, permite mostrar la serie con una amplitud que el pintor no ha podido realizar hasta ahora. Por un lado en las sedes de Salamanca y Valencia se podrán ver los cuadros de la última fase, aquellos que precisamente, por la laboriosidad de su ejecución nunca se han visto juntos hasta esta ocasión. Y en la de Toledo, se podrá ver toda la obra que constituye la serie a fecha de hoy, y por primera vez se podrá apreciar la secuencia de las imágenes en diez posiciones que estructuran la serie.

 

 

 

Las fotografías procedentes de la prensa y la televisión son refotografiadas situadas en cada una de las diez posibles inclinaciones respecto al objetivo de la cámara, que van desde una visión casi rasante a una posición frontal. Método que da lugar a todo un abanico de deformación de la imagen que va desde una compresión casi límite de las formas que las hacen irreconocibles, hasta la imagen original sin deformación alguna. Este procedimiento ordena la serie en una secuencia que introduce un proceso de desvelamiento conforme el espectador va pasando de unas imágenes abstractas a otras reconocibles cada vez con más nitidez.

 

 

 

La dificultad del reconocimiento y la imposibilidad de que la imagen te abandone una vez se ha llevado a cabo el reconocimiento se convierten en tema de la obra. A través de ese recurso el autor pretende que al espectador le sea difícil desentenderse de las imágenes, todas de víctimas del conflicto. La posibilidad de ver todas las imágenes juntas le permitirá al espectador comprobar si la repetición de escenas de víctimas inhibe su efecto traumático o si por el contrario manifiesta lo abyecto, lo que ha quedado fuera de la imagen y que puede aparecer sin embargo en su mente.

La serie no enjuicia a los agentes en el conflicto ni distingue entre víctimas, todas ellas civiles, sino que más bien dirige la atención hacia nuestra  recepción y a cómo en esa recepción se ponen en tela de juicio nuestras convicciones sobre cómo, cuándo y dónde se puede generar violencia. Al final la obra pretende condenar el horror de la guerra civil y disuadir al espectador de utilizar la violencia en nombre de una identidad, sea ésta la que sea, la de un estado, una nación, una cultura, una religión, una raza, una clase o un género.