En general, todos los libros, y especialmente los incunables y manuscritos medievales, se han visto expuestos, desde el principio, a su deterioro. Situados ante el acantilado: los han malogrado una conservación inadecuada, la consulta frecuente, constante e intensa por parte de los usuarios-lectores; así mismo, el paso del tiempo los ha envejecido y, en ocasiones, también la materia tratada ha sido considerada obsoleta.
Alcanzado este punto, las personas encargadas de su custodia han estimado que ciertos volúmenes, atendiendo tanto a su estado físico como textual, eran inútiles. A partir de este momento se les proporcionaba otra utilidad, transformándolos en materiales destinados a ser reutilizados. Muchos de aquellos libros, maltrechos y desvencijados, se vendían en el mercado de segunda mano, donde acudían diferentes profesionales para aprovisionarse de los pergaminos y papeles, viejos y deteriorados, con la intención de reciclarlos en sus respectivos oficios.
