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EL TEMPS SUSPÉS
Els camps per a persones refugiades palestines al Líban

Una mujer carga con su hijo por una calle del campo de refugiados de Burj  El-Barajneh, Beirut, 2019 © Germán Caballero
Una mujer carga con su hijo por una calle del campo de refugiados de Burj El-Barajneh, Beirut, 2019 © Germán Caballero

 

 

 

El temps suspés: els camps de persones refugiades palestines al Líban es un proyecto de comunicación social per a acercar a la población general, tanto jóvenes como mayores y sin distinción de sexo o procedencia la realidad de la población, mayoritariamente palestina, que vive en los campos de refugiados para personas refugiadas palestinas en el Líban. 


La propuesta tiene como eje principal una exposición fotográfica del fotoperiodista Germán Caballero alrededor de la cual gira el resto del proyecto: proyecciones de películas o documentales y mesas redondas. 

 

 

 

 

Edificios del campo de refugiados de Shatila,Beirut, 2019 © Germán Caballero

 

 

 

 

El pueblo palestino vive en una situación de diáspora continuada desde hace más de setenta años. 1948 fue el año de la creación del Estado de Israel, sin embargo también fue el año de la Nakba (“catàstrofe” o “desastre” en àrab) palestina. Unas 750.000 personas palestinas fueron expulsadas de les sus casas y tierras mediante un proceso que ahora denominamos de limpieza étnica. Según los últimos estudios, 615 localidades palestinas fueron borradas del mapa y/o fueron vaciadas de su población nativa palestina. Este fenómeno no fue casual; el movimiento sionista, que no representaba ni representa el judaismo ni les persones judías, llevaba colonizando Palestina desde finales del siglo XIX. En ese momento Palestina pertenecía al Sultanato Otomán, sin embargo con la derrota de este en la Primera Guerra Mundial, el Reino Unido incorporó Palestina a su imperio y apoyó al sionismo. Después de la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unit decidió abandonar Palestina, la ONU intervino y este fue el contexto adecuado que el movimiento sionista llevaba décadas esperando para crear un Estado colonial exclusivamente o mayoritariamente judío en el máximo territorio posible de Palestina. Este fue el motivo principal de la Nakba.

 

Así, la mayor parte de las personas palestinas -musulmanas, cristianas o de ninguna religión- se convirtieron en refugiadas. Quedaron dispersas en unos 40 campos instalados provisionalmente en los países árabes cercanos de Líbano, Transjordania -después Jordania- y Siria, así como Cisjordania -incluyendo Jerusalén Este- y la Franja de Gaza, los dos únicos territorios de Palestina que no fueron ocupados por las fuerzas sionistas-israelíes el año1948 y que quedaron hasta 1967 en manos transjordanas y egipcias, respectivamente. De esta manera, desde 1967, Cisjordania, la Franja de Gaza y sus campos de refugiadas y refugiados están bajo ocupación militar y bajo colonización del Estado de Israel, el cual continúa buscando el máximo territorio con el mínimo de población palestina y va consiguiendo que -como escribió el poeta palestino Mahmoud Darwish- “la tierra se hace más estrecha” para el pueblo palestino. En definitiva, esta es la situación de una población en situación de refugio más duradera en la historia contemporánea.

 

Actualmente la UNRWA (la agencia de la ONU creada en 1949 para atender las necesidades de las y los refugiados palestinos y que hoy resulta fundamental para proveer de educación y alimentación a esta población) ofrece asistencia a más de 5.000.000 de personas palestinas. La diáspora palestina en todos estos años las i los ha dispersado per todo el mundo, más allà de los países del Levante Mediterráneo.

 

 

 

 

Un grupo de jóvenes pasa la tarde en la calle en el campo de refugiados de Burj Shemali, Tyro, 2020 © Germán Caballero

 

 

 


Se considera refugiado o refugiada palestino a las "personas que vivían de forma habitual en Palestina entre el 1 de junio de 1946 y el 15 de mayo de 1948 y que  perdieron su casa así como sus medios para vivir como resultado del conflicto de 1948". Actualmente también se considera refugiado o refugiada palestina los y las descendientes de estas personas que no han podido volver a su lugar de origen. A pesar de que la Asamblea General de las Naciones Unidas declararó a través de su Resolución 194 del 11/12/1948 que las personas refugiadas tenían y tienen derecho al retorno a sus casas, tenen dret al retorn a les seues cases, desde el mismo 1948 el Estado de Israel se ha negado a cumplir con este derecho. 


Una de las primeras manifestaciones de resistencia simbólica en la Nakba llevadas a término por las y los refugiados palestinos fue la designación de nombres de los nuevos barrios, calles o secciones de los campos de personas refugiadas. Por ejemplo, este fue el caso, entre otros, del campo de Xatila, en el Líbano, donde diversos nombres relativos a su ordenación interna remitían a las localitadades palestinas de donde provenían las personas palestinas desplaçadas. Igualmente, a partir de 1948 se estendió la costumbre de llamar a muchas niñas palestinas con el nombre de municipios palestinos como Baysan, Haifa, Safad, Jafa, Jenín o como la misma Palestina (en árabe Falastin o Filastin).

 

 

 

 

Jammal Abed Harami tiene 37 años. Refugiada palestina, nació en un campo de refugiados en Siria sin embargo la guerra
civil la obligó a huir a Líbano junto a su marido. Este la abandonó cuando a ella le detectaron un cáncer de mama. Su hijo
ha superado un tumor en la garganta, sin embargo ahora no puede hablar y ella sola saca adelante a su familia friendo
pescado en una tienda del campo de refugiados de Burj El-Barajneh, Beirut, 2020  © Germán Caballero

 

 

 


En este contexto, las y los refugiado vivían "esperando" la tornada. Este período, esta espera, se consideraba un "tiempos suspendido", sin embargo conforme pasaba el tiempo comenzó a producirse una provisionalidad inacabable, un "present etern". La Nakba no sólo estaba presente, sino que era "el presente".

 

En concreto, el Líbano fue el lugar de llegada de muchas y muchos refugiados palestinos el mismo año de la Nakba. Es necesario destacar que el Líbano era y es el país con más diversidad religiosa del Levante mediterráneo. Durante la etapa de la Nakba y hasta ahora existen entre 15 y 20 grupos religiosos relevantes diferentes, la mayoría islámicos y cristianos. Los más numerosos eran y son el islam sunnita, el islam xiïta y el cristianismo católico maronita. El equilibrio de poderes entre ellos era frágil y problemático, ya que el colonialismo francés del Mandato (1923-1946) desarrolló diferentes estrategias para profundizar en sus divisiones y favoreció los sectores cristianos. Sea como sea, en este país, las y los refugiados palestinos han jugado un rol decisivo en la su construcción política y social desde la Nakba. Los campos de refugiados y refugiadas provisionales pronto pasaron a ser permanentes. De las tiendas de campaña al cemento para una situación que se les planteó como provisional y que aún hoy perdura sin perspectiva de mejora.

 

 

 

 

Yasser Abed Al-Halim observa el techo de su casa junto a su hijo, que ja estaba en malas condiciones
y la onda expansiva de la explosión de agosto en el puerto de Beirut hizo que se hundiera,
campo de refugiados de Burj El-Barajneh, Beirut, 2020 © Germán Caballero

 

 

 

 

Los palestinos y las palestinas del Líbano no han llegado nunca a ser considerados ciudadanos y ciudadanas de primera como la resta de personas libanesas. Han desarrollado un papel fundamental en el país -muchas veces como mano de obra barata- y tuvieron un papel destacat en la Guerra Civil Libanesa (1975-1990). Aún así, pagaron muy caro verse involucrados en este conflicto bélico. Miles de personas palestinas refugiades fueron asesinadas durante la guerra, y padecieron atrocidades y masacres como las de Karantina, Tel al-Zaatar y la más conocida, la de Sabra y Xatila de 1982. Se calcula que, durante tres días, miles de civiles palestinos fueron asesinados en Sabra y Xatila a manos de paramilitares de extrema derecha de la Falange Libanesa con la connivencia del ejército de Israel.


Los campos para personas refugiadas son hoy en día barrios precarios dentro de las ciudades libanesas, una clase de guetos donde se amontonan miles de personas en condiciones infrahumanas sin acceso a agua potable. Los campos, originalmente pensados para los palestinos y palestinas de manera temporal, son hoy poblados también para personas refugiadas sirias que se refugian de la guerra en su país y de otras nacionalidades vulnerables en el Líbano como personas llegadas de Bangladesh que no pueden pagar un alquiler fuera de los campos.


Los espacios de los campos son los mismos que cuando se construyeron, ya que las delimitaciones originales no se han modificado. Aún así, la población que habita se ha multiplicado. Por ejemplo, el campo de Xatila en Beirut fue diseñado en 1949 para 500 unidades familiares y en 2018 lo habitaban, según la UNRWA, más de 10.000 personas. El campo de Burj al Barajneh se creó en 1949 para 3.500 personas y actualmente la UNRWA calcula que viven casi 20.000 personas. Todo esto ha generado un crecimiento vertical sin ninguna planificación urbanística, sin espacios verdes o zonas de esparcimiento para niños y niñas o para hacer deporte, además de la falta de infraestructuras básicas no sólo de agua potable, sino también de gestión de aguas residuales o de una red de alumbrado.

 

 

 

 

Una moto cargada de garrafas de agua en el campo de refugiados de Burj El-Barajneh, Beirut, 2020 © Germán Caballero

 

 

 

 

En estas condiciones de vida, los problemas son muchos y muy diversos. La falta de infraestructuras básicas y el amontonamiento provoca problemas de salud físicos y mentales para la población. Por otra parte, la falta de formación superior de mucha de esta población así como la prohibición de muchas profesiones para las y los palestinos o directamente de todos (excepto trebajos de limpieza o relacionados con trabajos agrícolas para personas sirias) genera precariedad y pobreza. También es muy notoria la desesperación de la gente joven delante de estas realidades, situación que les aboca a la emigración o a problemas cada vez más presentes en los campos como los relativos a la drogadicción. 


Igualmente, las desigualdades de género también están presentes. Generalmente, las mujeres se ocupan de los trabajos reproductivos y domésticos y los hombres del trabajo remunerado. También existen grandes desigualdades entre mujeres y hombres en los espacios públicos o en los cargos políticos y sociales de los campos, mayoritariamente ocupados por los hombres.


Uno de los puntos más peligrosos en los campos es la red de alumbrado precaria y caótica. Los cables de tota clase cuelgan por todas partes y muy a menudo provocan explosiones, incendios y electrocuciones morltales a la población de los campos. Otro es la precariedad de las viviendas, construidas muchas de ellas por no profesionales de la construcción, sino por las mismas personas que buscan refugio y no tienen alternativa. Esto genera accidente por hundimientos parciales o totales de las viviendas.

 

Todas las franjas de edad padecen precariedad en los campos: la gente mayor no tiene pensiones o subsidios públicos y ha de trabajar o vivir de familiares más jóvenes.

 

 

 

 

Un home plena marraixes d’aigua potable al camp de refugiats de Shatila, Beirut, 2020 © Germán Caballero

 

 

 

 

Les tensiones políticas internas en los campos también generan situaciones de peligro entre la misma población que los habitan. Actualmente, la seguridad de los campos está en manos de milicias palestinas, excepto en el campo de Mieh Mieh. La mayoría de campos tienen acceso abierto, sin embargo en el sur del Líbano los campos próximos a Saida y Tir están cerrados con controles del ejército libanés. Ocurre lo mismo en el norte en el campo de Nahr el-Bared en Trípoli.

 

En la actualidad, la situación económica y social en los campos de refugiados para personas palestinas en el Líbano es extremadamente difícil, como en algunos sentidos lo es también en el resto del Líbano. Son muchas los motivos recientes. 


En primer lugar, la inestabilidad política es constante desde que el gobierno elegido en las urnas -con el primer ministro Rafiq Hariri a la cabeza- dimitió en bloque el 29 de octubre de 2019 después de semanas de protestas en las calles con un masivo seguimiento. Un gobierno provisional de tecnócratas asumió el poder con la figura de Michel Aoun como presidente para volver a a levantarlo, sin embargo después de la explosión en el puerto de Beirut de 2020 y con una precaria situación económica dimitió. Finalmente e octubre de 2020 nuevamente Rafiq Hariri volvió al poder todo ello con fuertes protestas en las calles. 


En segundo lugar, la crisis económica es dramática. La libra libanesa ha perdido gran parte de su valor respecto al dólar norteamericano, moneda en la que se pagan las importaciones, lo que ha generado un encarecimiento de los productos básicos e hiperinflación, dejando al 50% de la población en situación de probreza y con un 35% de tasa de paro. 

 

 

 

 

Bassam Afifi, de 60 años, vende patatas en el campo de refugiados de Shatila, Beirut, 2020 © Germán Caballero

 

 

 

 

En tercer lugar, existen problemas sociales derivados de la gran acogida de centenares de miles de personas refugiadas sirias -algunas fuentes hablan de más de un millón-.  

 

Y por último, más recientemente, la epidemia de COVID-19 y sus consecuencias socioeconómicas sobre la población más débil, así como la explosión del puerto de Beirut de agosto de 2020 han apuntalado esta situación de inestabilidad, inquietud y tensión. Si la situación del Líbano en general es muy complicada, la de los campos es dramática.

 

Jorge Ramos Tolosa, profesor y doctor de Historia Contemporánea de Universitat de València (su tesis doctoral tuvo Mención Internacional y recibió el Premio Extraordinario de Doctorado) y autor de “Los años clave de Palestina-Israel” (Marcial Pons, 2019), “Palestina. Una història essencial” (Sembra Llibres, 2020) i “Una Historia contemporánea de Palestina-Israel” (Los Libros de la Catarata,2020)

 

 

 

 

Niños jugando a videojuegos en un ciber del campo de refugiados de Beddawi, Tripoli, 2020 © Germán Caballero