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La Fiesta de la Primavera (el Año Nuevo chino), narrado a través del espejo occidental

Es difícil para un occidental saber qué se siente en la Fiesta de la Primavera, el Año Nuevo Chino. La festividad más semejante que conocemos es nuestro propio Año Nuevo y en cierta manera guarda similitudes con este, pero no ha de caerse en el error de restarle relevancia por ello. Su naturaleza y sabor son distintos, y los variados colores de uno se reducen en el otro a un intenso y vivo rojo que por doquier celebra el fin del invierno y da la bienvenida a la esperada primavera.

 

La Fiesta de la Primavera

6 de febrero de 2019

 

Si queremos apreciar de una manera más fiel lo que se siente en esta celebración, siempre con las limitaciones propias de lo que puede conocerse a través de un escrito y que quedará lejos de lo que recomiendo encarecidamente experimentar en persona, debemos ponernos en perspectiva y empezar esta explicación con el inicio del invierno. De mis largas estancias en universidades chinas, el invierno es la estación del año que me resulta más diferente a la de mi ciudad. China es enorme y, dependiendo de si nos dirigimos al norte o al sur, las estampas invernales que dejan sus ciudades difieren mucho entre sí. En las del norte, los días se acortan significativamente y las noches se vuelven más frías, el disco del sol reduce su recorrido en el horizonte alejándose del zénit que alcanzaba en verano y la luz del día pierde su tibieza. La temperatura cae de los cero grados y los estanques de parques y universidades se congelan.

 

La Fiesta de la Primavera

Fuegos artificiales en la celebración del Año nuevo Chino en Shanghai.

En esa época del año en Occidente sólo el consuelo de la cercanía de la Navidad da calor. Surge espontáneamente, como una reminiscencia natural de algo que tiene que suceder todos los años, una recompensa merecida e ineludible al padecimiento sufrido durante los meses del frío. Es un tiempo de reclusión con el calor familiar y con las amistades, de esparcimiento y regalos, con los que aclimatarse para poder hacer frente más tarde al último tramo de la época invernal en los meses de enero y febrero. El hecho de estar sumergido en una cultura milenaria, completamente diferente, no aleja este sentimiento que brota cada año obviando que nos encontramos a miles de kilómetros de nuestro hogar.

Sin la Navidad de occidente

Pero en China no hay Navidad. O al menos no como un transeúnte occidental esperaría encontrarla, sentirla, palparla. Llega noviembre y las calles permanecen sin grandes adornos significativos que nos recuerden que nos acercamos a ella. Se acerca diciembre y advertimos que por fin empiezan a engalanarse tímidamente las avenidas, especialmente las tiendas, que parecen no querer quedarse atrás en esa celebración mundial que festejan por todo lo alto las principales capitales del mundo. Aun así, queda lejos de la vistosa luminaria navideña a la que estamos acostumbrados en Occidente. Nada cambia a sus ojos, seguimos acudiendo a nuestros trabajos, a nuestras clases, sin que ningún ambiente de fiesta altere nuestro ánimo.

Llega por fin la Navidad, las reuniones familiares, los platos típicos que tanto gustan, esos regalos que permanecen en el envoltorio a miles de kilómetros, todo lo vemos pasar a través de la pantalla de la computadora o del teléfono móvil gracias al milagro de Internet que nos acerca la imagen de nuestros seres queridos y cuya falta se hace más dura cuanto más lejos estamos de nuestro hogar. Los rostros que nos echan de menos desfilan uno por uno por la pantalla, de los que nos despedimos agitando la mano.

La Fiesta de la Primavera

La bienvenida a la primavera

El invierno sigue su paso que se recrudece con el frío enero que nos hiela los pies y el cansancio del semestre crece cada día. Justo entonces nos percatamos de que algo flota en el ambiente. No surge de pronto, es como un murmullo que se hace audible a nuestros oídos llegado diciembre y no es por el fin de año que conocemos, es por lo que va a acontecer tras él. Advertimos las excitadas conversaciones de colegas que consultan los precios de los últimos boletos para volver a sus casas. Todo el mundo espera saber con certeza cuando puede dejar el trabajo por vacaciones de invierno.

 

Habíamos estado demasiado ocupados prestando atención a nuestra desolación sin advertir un sentimiento de vuelta al hogar que hasta ahora no habíamos apreciado. El último día de clase asistimos asombrados a una verdadera marea humana de estudiantes que, arrastrando maletas y pesados bultos, se arremolinan en torno a estaciones de autobuses, estaciones de tren y aeropuertos. En el plazo de sólo dos días el campus, una ciudad universitaria entera, sufre una dramática despoblación. La noche se vuelve cerrada y solitaria como no la hemos visto nunca, acostumbrados a que conviva allí una cifra de alumnado que supera las varias decenas de miles. Los comercios, que viven de esa marea estudiantil, callan también, bajan sus persianas metálicas y no vuelven a abrirse en varias semanas. Las ventanas de los edificios se vuelven oscuras, los aularios guardan silencio y sabemos que nosotros también hemos de hacer las maletas si no queremos perdernos la gran fiesta de la Fiesta de la Primavera, el Año Nuevo chino.

La Fiesta de la Primavera

Millones de chinos se desplazan estos días a sus lugares de origen para celebrar en familia la Fiesta de la Primavera.

Desplazarse en esas fechas por este país es toda una experiencia en sí misma. Los autobuses van repletos de gente y el equipaje se hace difícil de colocar en su interior. Los desplazamientos en una nación tan grande son necesariamente largos. Pero, a pesar del cansancio acumulado por el incómodo viaje que ya dura demasiado, cuando llegamos a una estación de servicio puede apreciarse en quienes salen de sus vehículos para estirar las piernas, un emotivo sentimiento de impaciencia que nos une a todos y que puede leerse en los ojos cuando se cruzan nuestras miradas: “estamos volviendo a casa”.

Cuando por fin llegamos al hogar de una familia china, la calidez que veníamos reclamando los últimos meses se ve colmada con creces: entramos en la vivienda de la que nos abren las puertas y nos reciben los ornamentos de la Fiesta de la Primavera que aparecen bien dispuestos por las habitaciones, sin resultar excesivos. Nos hacen sentarnos enseguida y no tardamos en abrazar entre nuestras manos frías venidas de la calle una deliciosa taza de té y descubrimos a nuestro alcance todo tipo de ricos pastelillos. No nos dejan respirar, a nuestro alrededor las preguntas se suceden, nos acompañan en todo momento con sus amables sonrisas. Hablamos de todo, nos reímos juntos…

 

Conforme llegan todos los invitados, asistimos a bellas estampas, reencuentros entre padres, hijos, primos… Nos vemos a nosotros mismos faltando el pasado año a hacer lo mismo con nuestra verdadera familia, pero estamos de celebración y la buena compañía y la deliciosa comida hacen imposible que se abra paso ningún atisbo de tristeza o melancolía.

La Fiesta de la Primavera

Elaboración de los “jiǎozi”.

Comida en abundancia

La Fiesta de la Primavera supone comer en abundancia y hacerlo a la orilla de mesas ataviadas con deliciosos platos. La cocina china es indiscutiblemente excelente allá donde vayamos y las familias demuestran una gran pericia al preparar complicados guisos de memorable sabor que no podremos dejar de evocar cuando regresemos a nuestro país. La gastronomía de aquí tiene el don de transformar el paladar occidental y cautivarlo para siempre. En el futuro, sus gustos, aromas y texturas no dejarán de ser rememorados.

 

Después de cada copioso banquete nos piden ponernos de pie para ayudar a digerir mejor la estupenda comida. Nada mejor, entonces, que salir en familia al parque más cercano, si el tiempo y la temperatura lo permiten, y pasear con tranquilidad para bajar la comida y prepararse para el siguiente festín culinario. Allí descubrimos que las demás familias del vecindario también hacen lo mismo. Disfrutan de este tiempo de fiesta para estar cerca de sus seres queridos, hablar con tranquilidad y sin prisas, lejos del trabajo, recuperando el tiempo perdido por las obligaciones diarias. Comer juntos es una excusa, lo importante es reencontrarse. A nuestro paso disfrutamos de los farolillos rojos que cuelgan de las ramas desnudas de los árboles y que se recortan en intensos cielos azules, encendidas puestas de sol o anocheceres mágicos.

 

Cuando el frío aprieta regresamos al apartamento de la familia china y allí, en torno a una finamente tallada mesa de madera, pasamos las horas sirviéndonos té y, una vez más, hablando de todo. Aprendemos los entresijos de la preparación de esa sana bebida mientras pensamos que deberíamos de mantener esta saludable costumbre en el futuro y mostrársela a nuestros familiares.

La Fiesta de la Primavera

Llega la noche del último día del año, la Nochevieja. Todo el mundo se viste con alguna prenda de color rojo y juntos en familia formamos una cálida imagen. A la cena, en la que no puede faltar pescado, y cuyo plato no podemos terminar ya que agotaríamos la abundancia que nos trae para el año nuevo, le siguen frutas, dulces, golosinas, mientras vemos en familia el programa de fin de año de la televisión.

Tocan las doce por fin y las ristras de petardos se encienden en las calles, los fuegos artificiales iluminan el cielo nocturno, ahuyentando con su música estridente los malos espíritus y nos alumbran el rostro con una sonrisa de diversión y placer. La de nuestras amistades chinas parece traída de una etapa temprana casi olvidada, la de sus infancias.

La Fiesta de la Primavera

Los fuegos artificiales y la pirotecnia son una de las tradiciones más arraigadas de la Fiesta de la Primavera.

Tras esto llega el momento de la entrega del famoso sobre rojo, que se da a jóvenes y pequeños de la casa. Con él disfrutan los adultos al verse reflejados en los ojos llenos de ilusión de la generación más joven y con esto se completa esta noche tan especial. Muchos días de felicidad le siguen a este hasta culminar con el Festival de los Farolillos, y se disfrutan sin prisas, degustándolos, como el buen té que compartimos. La Fiesta de la Primavera es una ventana a la vida y a la felicidad, necesaria e ineludible, aunque sea en calidad de invitado.

 

En definitiva, todo lo que podría echar en falta de la Navidad reluce con un nuevo color en la Fiesta de la Primavera. Hoy en día, allá donde esté, siempre llevo ambas celebraciones en mi corazón.

 

Artículo de Alberto Soler
安瑞 

Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.
Número 52. Volumen I. Enero de 2019.

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