La ciencia tiene una relación muy tempestuosa con su espacio de producción. Aspira a suministrar verdades universales que, no obstante, han de ser obtenidas en algún lugar y momento concreto. Este deseo de universalidad se refleja en los artículos científicos, en los que apenas se informa de las características espaciales y geográficas de los laboratorios. Por ejemplo, en el famoso artículo de James Watson y Francis Crick publicado en 1953 en la revista Nature, que contiene la famosa propuesta de la molécula del ADN, no aparece casi ninguna mención de los lugares donde se obtuvieron los datos empíricos y se diseñaron los famosos modelos tridimensionales. No se describe ningún detalle del famoso Cavendish Laboratory de la Universidad de Cambridge, donde trabajaron los autores del artículo o del King’s College de Londres, donde Rosalind Franklin realizó sus famosas imágenes de difracción de rayos X. ¿Podrían haberse efectuado estas famosas investigaciones en cualquier otro lugar? Esta es la impresión que se obtiene al leer este texto, igual que pasa en tantos otros artículos de ciencia. Todo indica que los espacios de ciencia no importan. De la misma manera que ocurre con el uso de los verbos impersonales, que parece desdibujar la existencia de personas concretas detrás de las investigaciones, las convenciones propias del lenguaje científico hacen desaparecer las peculiaridades geográficas y espaciales. Si para transformar las investigaciones en objetivas se elimina el sujeto, para convertirlas en universales resulta necesario hacer invisible el contexto espacial. Así, mediante estos recursos teóricos, los laboratorios se transforman en placeless places (lugares sin lugar, en sentido literal).
Y, aun así, los estudios sobre la ciencia de las últimas décadas han señalado la gran importancia del entorno espacial y el contexto geográfico en la producción de saberes. “Dame un laboratorio y moveré el mundo”, afirmaba Bruno Latour en uno de sus provocativos artículos, con un título que parodia la famosa frase atribuida a Arquímedes. Latour, como otras personas que investigan la ciencia en acción, se ha preguntado por los procesos que transforman los laboratorios en espacios de creación de datos de validez universal. Según Latour, juntamente con la invisibilidad de los espacios, los laboratorios han de gestionar adecuadamente las reglas de admisión y las tensiones entre ciencia pública y privada. Para que puedan funcionar disciplinadamente, las puertas de los laboratorios han de estar cerradas al público. Solamente las personas que puedan acreditar determinados saberes disciplinarios tienen permitida la entrada. Pero para poder “mover el mundo” (o transformarlo, que de eso se trata) los saberes han de circular fuera del laboratorio, atraer el interés de personas externas y propiciar nuevas prácticas sociales y culturales que resulten significativas. Los artículos científicos en revistas especializadas son insuficientes en este sentido. Se requiere la circulación de personas, de objetos y de prácticas.
Una vez superada la mitología cientificista que los rodea, los laboratorios parecen caracterizarse por tensiones complejas. Solo pueden expresar sus características mediante términos contradictorios: espacios invisibles, pero con fuertes restricciones de acceso, y al mismo tiempo bastante permeables para la circulación de saberes y prácticas que tienen que permitir su legitimación social. Parece que los laboratorios tienen que segregar y conectar al mismo tiempo para poder producir verdades con aspiración de universalidad.
Los laboratorios, como otros espacios sociales, están cargados de varias capas de significado. Su arquitectura puede representar imágenes idealizadas de la ciencia (por ejemplo, una relación entre teoría y práctica). Al mismo tiempo, su forma particular condiciona las ideas que allá se producen. Michel Foucault empleó la expresión “heterotopía” para referirse a las singularidades que comparten los laboratorios con otros tipos de espacios como cuarteles, manicomios, museos, bibliotecas, monasterios o prisiones. Se trata de espacios que permiten segregar y disciplinar, pero manteniendo siempre su conexión con la sociedad, sin la cual sus producciones no tienen sentido. En las heterotopías coexisten varios sistemas sociales y representaciones culturales, según se adopte el punto de vista de visitantes o residentes, estudiantes o docentes, prisioneros o carceleros. Cada espacio tiene su propia división del trabajo, reglas de sociabilidad y economía moral, con formas particulares de atribuir autorías y recompensas. Puede haber personas que desarrollan funciones cruciales, pero que apenas son mencionadas en las publicaciones científicas a causa de las convenciones aceptadas.
Pero no solo en los laboratorios se hacen experimentos, ni toda la actividad que se desarrolla es experimental. Hay muchos tipos de laboratorio según la disciplina implicada, desde la física hasta la biología molecular. También son variadas las funciones que se realizan, por ejemplo de investigación o de enseñanza. Hay laboratorios dedicados al control de calidad, la detección del crimen o el análisis clínico. Otros tienen más relación con la industria, la alimentación y la producción de bienes de consumo.
No toda la ciencia es experimental ni se desarrolla exclusivamente en los laboratorios. Muchas investigaciones se hacen al aire libre, sin puertas ni ventanas. Ejemplo de esto son desde la investigación sobre el comportamiento animal hasta los trabajos de epidemiología que buscan estudiar las enfermedades. Estas investigaciones suelen designar un espacio o conjunto de espacios que sirven como fuente de verdad científica (o truth-spots, según la expresión de Thomas F. Gyerin). En estos casos los rasgos espaciales importan. Se han de describir con detalle para demostrar su representatividad en el tema estudiado. La circulación de saberes de un lugar a otro puede ser más complicada que en el caso de los laboratorios. Por ejemplo, podemos preguntarnos ¿en qué medida las particularidades de los países nórdicos, donde se hicieron las primeras investigaciones sobre lluvia ácida, pueden servir para estudiar problemas como los que afectaron a la zona dels Ports en los años ochenta y noventa del siglo XX?
Otros espacios como las “granjas de experimentación”, que permiten desarrollar nuevos pesticidas, diseñar adobes o probar semillas en nuevos terrenos, se encuentran en una posición intermedia entre el espacio cerrado del laboratorio y la naturaleza indisciplinada. También podrían situarse en este punto intermedio las salas de autopsia, los jardines botánicos o los museos de historia natural. Es evidente la gran diversidad de reglas de sociabilidad que existen en estos espacios de ciencia. También son diversos los residentes, los visitantes y los regímenes de exhibición de objetos, que condicionan miradas y lecturas, sin eliminar la capacidad creativa de los públicos.
Más inclasificables son los espacios en los cuales trabajan las personas que se dedican a las matemáticas, donde el mismo espacio y sus representaciones abstractas pueden ser la materia de investigación. Las representaciones sociales de los espacios son también temas centrales de la cartografía. Sabemos que las divisiones cartográficas informan tanto de la ciencia como de las ideas políticas de una época. Por otra parte, las personas que trabajan desde el ámbito de la ingeniería o de la arquitectura no solamente pretenden estudiar los espacios. También tienen que imaginar otros nuevos y hacer transformaciones. Muchos espacios de ciencia, como algunos de los que se reproducen aquí, no pasarán de ser planos de papel. Otros se llevaron a cabo, con más o menos fortuna y fidelidad, y desaparecieron para dar paso a nuevos edificios. Solamente unos pocos se transformaron en “lugares de la memoria”, y han sido preservados para ejercer nuevas funciones simbólicas durante celebraciones de todo tipo.
Los artículos científicos no suelen tratar estas cuestiones espaciales. Tampoco describen los procesos que hacen que la ciencia sea universal. Parece asumirse que, una vez establecida en un lugar concreto, la verdad científica adquiere las cualidades divinas de la omnipresencia y la ubicuidad. En realidad, los estudios sobre la ciencia han revelado que su circulación comporta procesos que son complejos. Requieren métodos de calibración y estandarización para hacer posible la reproductibilidad de los experimentos. Supone también la circulación de saberes prácticos y de personal altamente especializado y disciplinado. En definitiva, la circulación de la ciencia exige la creación de “inmutables móviles” (especímenes, instrumentos, calibraciones, etc.) que viajan a través del mundo sin perder su identidad.
A pesar de estos esfuerzos, cuando la ciencia circula se transforma. El movimiento solo comporta cambios ligeros o reformulaciones más o menos amplias, particularmente cuando los saberes se enfrentan con las culturas de acogida. Estas circulaciones se desarrollan en diversas escalas geográficas: local, regional, nacional y global. Pueden también tener lugar entre diversas disciplinas, por ejemplo, entre física y medicina, o entre matemáticas o química. También se producen transformaciones cuando los saberes circulan entre el mundo académico y la cultura escolar, y dan lugar a reformulaciones (disciplinas escolares) que pueden tener vida propia. En cada uno de estos casos, la circulación de la ciencia es producto (o provoca) injusticias y conflictos. También puede desestabilizar el saber científico y restar credibilidad: lo que es aceptado como ciencia en lugar puede ser considerado brujería en otro (y viceversa). En definitiva, la universalidad de la ciencia no se consigue mediante complicados procesos de transporte y traducción dentro de un espacio social con marcados desequilibrios.
La circulación de la ciencia no tiene lugar solo en territorios académicos y fuertemente disciplinados. También ha de circular a través de la esfera pública, a través de puntos de encuentro entre expertos y profanos. Esta circulación no es unidireccional. A menudo se produce también en el sentido inverso en forma de saberes populares, intereses cruzados y resistencias. En este mismo sentido también haría falta considerar todas las formas variadas de lo que actualmente se llama “ciencia ciudadana”. La prensa es otro de los territorios en los cuales se produce esta circulación de saberes académicos, a través de traducciones, lecturas e invenciones que son también de ida y vuelta. Incluso el ámbito doméstico ha sido un espacio importante para la ciencia. En los salones del siglo XVIII se desarrollaron muchos experimentos y reuniones cruciales, con un papel más destacado para muchas mujeres que encontraban aquí menos limitaciones de acceso y participación. La mayoría de las academias europeas no permitían el acceso a las mujeres durante buena parte del siglo XX, a veces mediante argumentos basados en la ciencia de la época. En definitiva, los espacios de la ciencia están también condicionados por el sesgo de género y por desigualdades sociales de todo tipo, tanto en el pasado como en el presente, tal como ha denunciado un número reciente de la revista Nature en septiembre del 2016: http://www.nature.com/news/science-and-inequality-1.20652. Los espacios hablan de estas desigualdades, y al mismo tiempo pueden contribuir a reforzarlas o mitigarlas, tanto a escala local (entre personas) como global (entre territorios).
“La ciencia no tiene patria.” La frase suele atribuirse a Louis Pasteur y se usa muchas veces para recalcar el carácter universal de la ciencia. Es mucho menos conocida la continuación de este discurso del microbiólogo francés pronunciado en 1888: “Si la ciencia no tiene patria, el hombre de ciencia tiene que tener una, y a esta tiene que referir la influencia de sus trabajos en el mundo.” La frase completa sugiere ideas más concuerdas con las comentadas aquí: el contexto nacional en el cual se desarrolla la actividad científica condiciona enormemente tanto los contenidos como las posibilidades de éxito. Un breve repaso por las nacionalidades de los premios Nobel permite comprobar rápidamente la desigualdad de oportunidades para llevar a cabo investigación científica de calidad según los países. El éxito de los trabajos científicos depende de los recursos disponibles, así como de la valoración social para la ciencia en cada lugar. Algunos autores han hablado de “estilos nacionales” de ciencia, concepto muy discutible que permitiría distinguir, por ejemplo, la ciencia japonesa de la norteamericana. Otros autores, en cambio, han señalado la importancia de la ciencia en la construcción de los estados-nación durante los dos últimos siglos, tanto mediante la producción de saberes necesarios para la burocracia estatal (por ejemplo, cartografía, ingeniería o policía científica), como través de la fabricación de imaginarios colectivos mediante la división cartográfica, la exaltación de la natura propia o la conversión de científicos en héroes de la patria mediante cuadros, estatuas y celebraciones.
Este breve repaso indica que, cuando se hace hincapié en los aspectos más espaciales y geográficos de la ciencia, se pueden romper muchos mitos cientificistas. Esta situación se debe de precisamente a la relación enrevesada entre la ciencia y los espacios, tal como se ha visto con los ejemplos anteriores. A pesar de las aspiraciones de universalidad y objetividad, la ciencia no está más allá del bien y del mal, forma parte de sociedades y culturas determinadas, a las cuales modifica a su vez, sin que resulte posible entender la actividad científica fuera de estas circunstancias. Estudiar los espacios permite profundizar en características de la ciencia que no suelen aparecer habitualmente en las obras de divulgación.
Este será el objetivo de la sección que iniciamos ahora, donde haremos recorridos por los Espacios de Ciencia del País Valencià. Los protagonistas serán observatorios, hospitales, universidades, manicomios, ateneos, jardines, tribunales, museos, aulas, prisiones, leproserías, fábricas, salones, sanatorios, academias y laboratorios de todo tipos, así como otros espacios relacionados con la ciencia, la tecnología y la medicina.
José Ramón Bertomeu Sánchez, Institut d’Història de la Medicina i de la Ciència “López Piñero”
Personajes y espacios de ciencia es un proyecto de la Unitat de Cultura Científica i de la Innovació de la Universitat de València, que cuenta con la colaboración del Institut d'Història de la Medicina i de la Ciència 'López Piñero' y con el apoyo de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología y del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad.