confisaludmental
Nuestro estudio se llevó a cabo con un grupo de usuarios que viven en una residencia de adultos y que, por ello, tienen derecho a una plaza de centro de día ocupacional (CDO). Asisten al CDO de lunes a viernes, en horario de 9:00-17:00h y luego se van a la residencia que esta colindante, dentro del mismo edificio. Desde que se inició el confinamiento, el 13 de marzo de 2020, se han ido sucediendo una serie de normativas estatales y autonómicas dirigidas a este colectivo, según iba cambiando la situación sanitaria.
1. En marzo de 2020, en la fase de confinamiento extremo (toda la población) los usuarios de la residencia quedaron confinados en un único grupo burbuja donde se relacionaban todos los residentes entre ellos. El CDO estaba cerrado para todos (internos y externos a la residencia). En este momento, al haber sido una decisión tan abrupta y dada la incertidumbre existente en la sociedad a nivel general, se optó por flexibilizar los horarios (la hora de despertarse y de irse a dormir, por ejemplo), las actividades (proliferaron actividades conjuntas en el comedor como juegos de cartas) y hombres y mujeres que al estar en plantas diferentes generalmente no coincidían en horarios de comedor, etc. pudieron interactuar con un cierto grado de libertad.
2. En mayo, pasaron a estar sectorizados por grupos estables de convivencia, es decir, cada uno sólo podía interactuar con las personas de su misma planta. En una planta estaban los hombres; en otra las mujeres de más edad y en otra, las mujeres más jóvenes. Ninguno de ellos podía acceder a los CDO. Esto supuso un retroceso importante en la flexibilidad de las normas y en el margen de libertad que habían disfrutado en el período anterior.
3. En junio se les permite volver al CDO, pero en los mismos grupos estables de convivencia y sectorizados, es decir, sólo pueden interactuar entre sí los hombres, por un lado, las mujeres mayores, por otro y las mujeres jóvenes por otro. Sólo cambia el contexto, de manera que, en lugar de estar todo el tiempo en la residencia, a partir de junio pueden ir al centro, pero están las mismas personas sin poder contactar con nadie de fuera ni con personas de otros grupos de convivencia de la misma residencia, retomando los estrictos horarios y actividades anteriores.
4. En noviembre, ante las nuevas amenazas sanitarias, se les retira la posibilidad de salir de la residencia para ir al CDO. De manera que siguen interactuando los mismos grupos estables de convivencia, y además, con la restricción de acceso a los CDOs.
5. En enero de 2021 mejora la situación sanitaria y se les permite volver a los CDOs abriendo el contacto a grupos burbuja, es decir, todos los residentes pueden interactuar (hombres y mujeres de diferentes edades).
6. En junio de 2021 se vuelven a reunir con sus compañeros del CDO, es decir, vuelven a los talleres con sus compañeros que son usuarios de la calle llegando a una situación de nueva normalidad.
7. El 14 de julio, con el nuevo brote se vuelve a los grupos burbuja, pero se les permite asistir al CDO.
impacto, confinamiento, salud mental, adultos, discapacidad intelectual
- Gil Llario, M.dolores
- PDI-Catedratic/a d'Universitat
- Director/a de Departament
- Fernandez Garcia, Angustias Olga
- PDI-Ajudant Doctor/A
- Castro Calvo, Jesus
- PDI-Titular d'Universitat
- Responsables de Gestio Academica
- Coordinador/a Practiques Ext Centre
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IRENE MARÍA DÍAZ RODRÍGUEZ
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A través del presente estudio se ha pretendido dar a conocer a la comunidad científica el alcance de las consecuencias que una situación de confinamiento puede tener en PDFI, ahondando en su salud mental, calidad de vida y necesidades de apoyos. En un primer momento, los estudios realizados con población normotípica en relación a su salud mental y calidad de vida durante el confinamiento (Brooks et al., 2020; Ribot Reyes et al., 2020), nos llevaron a hipotetizar, erróneamente, que en la fase extrema del confinamiento en la que se limitó totalmente la movilidad ciudadana (momento 2), las PDFI, al igual que el resto de la población, presentarían los peores niveles de salud física y mental. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, los resultados obtenidos aluden a que, en esta primera fase del confinamiento, el bienestar de las PDFI que quedaron confinados en su residencia (no en la unidad familiar) no sólo no se vio deteriorado, sino que mejoraron muchos de sus indicadores. Estos resultados son totalmente comprensibles si tenemos en cuenta que su limitado acceso a la información dificultaba aún más su comprensión de la dimensión del problema y facilitaba la disminución de la sensación de ansiedad e incertidumbre que experimentábamos aquellos que seguíamos la contradictoria y alarmante información que proporcionaban los medios de comunicación. Todo esto, sumado a la oportunidad que se les presentó para interactuar con libertad entre ellos y a la flexibilización de rutinas y obligaciones que se respiraba en el recurso, potenció algunas dimensiones de su calidad de vida y de su salud mental. Sin embargo, cuando dentro del propio recurso los residentes fueron sectorizados en pequeños grupos estables independientes, limitándose así sus contactos y el espacio en el que podían desarrollar sus actividades diarias, su salud mental y su calidad de vida empeoraron drásticamente. En grupos vulnerables como las PDFI, el encierro puede inducir o aumentar la soledad, lo que, en este caso, habría incentivado los sentimientos de depresión y los altos niveles de ansiedad (Bennardi et al. 2019), contribuyendo a la disminución de su calidad de vida. Asimismo, en la dirección que esperábamos, sí que parecen mejorar progresivamente con la flexibilización de medidas y la implantación de una pseudonormalidad, aunque sin reestablecerse los niveles previos a la pandemia. Estos resultados sí que parecen encajar con los reportados por otras investigaciones con población general que se hacen eco de las secuelas y consecuencias psicológicas derivadas del confinamiento y de la situación de pandemia mundial (Sandín et al, 2020). Por otro lado, en relación a sus necesidades de apoyo, la alteración de su rutina diaria y del contexto en el que la llevaban a cabo, así como el incremento de las medidas de salud y seguridad hasta ahora inauditas, produjo un aumento en los apoyos requeridos desde el comienzo de la situación de pandemia que no bajaron hasta alcanzar una situación de mayor normalidad. A pesar de ello, teniendo en cuenta que se trata de un colectivo que se enfrenta a una realidad bien diferente y en el que los problemas de salud mental están muchos más extendidos (Vigo et al., 2016), cabe destacar los bajos niveles de calidad de vida sobre los que divagan sus puntuaciones, así como los elevados apoyos que precisan en el desarrollo de su día a día, algo que les convierte en un colectivo más vulnerable al impacto biopsicosocial de la enfermedad y a las medidas tomadas para su control (Courtenay, 2020). Por este motivo será de vital importancia seguir de cerca su evolución e intervenir en la línea de lo expuesto en los resultados con el objetivo de paliar posibles secuelas que acentúen su desarrollo vital y sus habilidades diarias.