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NO HAY ESPACIO, TODO ES TIEMPO
África en la memoria. Calo Carratalá

Arbol
Baobab en la carretera de Iringa, 2019. © Calo Carratalá

 

El paisajismo, tan ligado a la tradición pictórica, se revela en los últimos años como uno de los campos de investigación más fértiles dentro del arte contemporáneo. Si en siglos anteriores la práctica artística descubría paisajes al mundo, hoy subyace un cambio de paradigma, una llamada que alerta a velar por su preservación. El paisaje “a proteger” contemporáneo prevalece frente al paisaje “a descubrir” que inspiró el espíritu romántico, adquiere nuevas connotaciones y se convierte en objeto de reflexión estética, ecológica y ética.

Hace más de tres décadas que la experiencia del viaje marca el punto de arranque de las colecciones de Calo Carratalá, se revela esencial en su trabajo y supone en su trayectoria un aliento que le sitúa en una búsqueda constante de perfeccionamiento y elevación de su pintura.

Las abruptas, desoladas e imponentes montañas nevadas de Noruega, las recónditas selvas del Amazonas o los inspiradores paisajes africanos son algunas de las temáticas sobre las que, casi de una manera obsesiva, vuelve una y otra vez demostrando una férrea inquietud por indagar en la frágil senda que separa figuración y abstracción, arte y naturaleza.

 

Carratalá lleva casi toda su vida descifrando el mundo a través de una magistral e íntima caligrafía que alienta imágenes que beben de la historiografía artística para instalarse de forma sutil y valiente en la contemporaneidad. Así, desde planteamientos técnicos impecables, nos acota fragmentos, perspectivas, contraluces, que evocan emoción y perpetuidad.

Sus obras nacen del gesto libre, expresionista, componiendo rasgos concisos, rayados, certeros y corregidos, que anclan su firmeza en talento y tenacidad, en el valor de lo interiorizado, de lo asumido.

No hay espacio, todo es tiempo. África en la memoria es un proyecto site-specific realizado para este centro universitario, inspirado en sus series sobre Tanzania y Senegal, lugares sobre los que lleva trabajando desde 2018. El artista recrea este espacio transformándolo en refugio y templo pictórico donde concitar pálpito, luz y ese fulgor del soplo detenido que perpetúa la memoria del paisaje aprehendido. Los sentidos recorren la hondura y la magia de vegetaciones, malezas, reflejos, aguas y cielos. El asombro, la quietud que precede al desasosiego, la melancolía y la plenitud trascienden levedad y premura. Frondosidad enigmática arrebatada de espesura y nitidez, resplandor de verdes, azules o blancos, aleación de aire, color y tiempo.

En el claustro, erguidos, aguardando los pasos del visitante, se alzan dibujados tres baobabs, árboles fuertes y venerados, especie milenaria de raíces profundas que hoy muere en África de manera misteriosa. Carratalá los compone en sanguina sobre fondo blanco mostrando su singularidad y la sangre de su belleza herida. El deseo de repetir su imagen no deja de ser una reflexión sobre la vulnerabilidad que ronda esta época incierta.

Tiene la ciencia del dibujo el aura de entroncar con lo eterno, de engarzar generaciones de artistas, de fundirse con civilizaciones y culturas remotas. La misma técnica que desde la prehistoria contribuyó a representar visiones, ideas y sueños sigue hoy reflejando nuestro entorno, capturando la sensación del instante y la conciencia del recuerdo. La cadencia, la precisión marcada trazo a trazo, la inmediatez del atisbo, la verdad intuida ante la imagen fugaz, la interpretación expresiva de líneas y sombras, hacen del dibujo la práctica esencial del arte, la disciplina más pura, la expresión primera.

Marisa Giménez Soler, historiadora del arte y comisaria de la exposición.