Estudiantes en la manifestación del pasado miércoles

El pasado día 10 de abril un grupo de estudiantes recorrió el centro de Valencia reclamando una educación más democrática y el fin de la recién implantada Selectividad.

12/04/1975

Vivimos tiempos convulsos, nadie lo negará. El delicado estado de salud del generalísimo dibuja un horizonte de incertidumbre en lo político y en lo social. Aprovechando el momento de confusión general, enemigos de la patria, alborotadores y saltimbanquis de toda clase se dedican a realizar movilizaciones, huelgas, manifestaciones, manifiestos y otras impertinencias similares.

En este sentido, uno de los colectivos con mayor efervescencia es el estudiantil quienes, impulsados por la falta de sensatez propia de la juventud, reclaman —vaya usted a saber por qué— una, según ellos, mejor educación: más “libre”, menos “autoritaria” y menos “clasista”. Es decir, procuran una utopía política y un sinsentido arquitectónico: una escuela sin clases.

Esta semana hemos sido nuevamente testigos de una típica movilización de estudiantes en nuestras calles. Armados con pasquines, gargantas y pancartas, un pintoresco grupo de jóvenes recorrieron las calles céntricas de la ciudad reclamando lo suyo. Rebotaron sus ecos en insignes monumentos como las Torres de Serranos, la Plaza de la Virgen o la Plaza de la Reina, y ante las miradas de los viandantes, quienes respondían de muy variadas formas a la presencia de los alborotadores: incredulidad, simpatía, complicidad, rechazo, hastío... Mientras repartían pasquines con información subversiva, vertían cánticos y lemas variopintos: “Menos pantanos, más escuelas”, “¿Quién votó a los reyes Godos?”, “Educación en libertad”, “Aquí no aprueba ni Dios. Jesucristo: 4,9”. Así, entre la ocurrencia y el mal gusto, transmitieron un mensaje de libertad y democracia, o lo que es lo mismo, de comunismo y masonería.

Una estudiante intenta pervertir a un hastiado viandante

Organizándose en la Plaza de la Reina

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Un joven comunista

Su impertinencia no les salió de balde, naturalmente, y en más de una ocasión tuvieron que poner pies en polvorosa cuando las fuerzas del orden se disponían a disolver el tumulto. Al grito de “¡que vienen los grises!”, los jóvenes estudiantes se dispersaban por las calles adyacentes, como hacen las cucarachas al descubrirles su escondrijo. Cansados de huir de la siempre alerta y en forma policía armada, en poco tiempo cejaron en su empeño revolucionario y la ciudad volvió a su serenidad habitual.

Los jóvenes, acobardados, huyen de los grises

Este tipo de acciones son cada vez más habituales. Las reclamaciones de los estudiantes no están siempre fuera de toda razón, y es pertinente el diálogo, pero siempre dentro de un orden. No debemos dejar de mostrar nuestro rechazo a aquellos que buscan acabar con una paz que tanto tiempo y sangre ha costado construir.

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