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Volumen 2. Temas
Historizar la energía como lógica de dominación ayuda a desnaturalizar la conexión entre energía y trabajo.
El poder de los combustibles fósiles se puede combatir en muchos frentes, desde la reivindicación de la justicia ambiental en los movimientos indígenas que se niegan a permitir la extracción y el vertido de combustible y al tránsito de tuberías, hasta el análisis detallado de las prácticas de las empresas de combustibles fósiles que difunden el negacionismo climático y sobornan a políticos para que se opongan a actuar sobre cuestiones climáticas. Estos movimientos están comprometidos no solo en la lucha contra los combustibles fósiles y con los esfuerzos para impedir la crisis climática, sino que también luchan contra los relatos dominantes acerca de los combustibles fósiles en la opinión pública que vinculan el petróleo y el gas con bienestar y progreso.
Los relatos son importantes para estabilizar relaciones jerárquicas de poder. Por ello, hace ya un siglo, el filósofo marxista italiano Antonio Gramsci alentó el prestar atención al senso comune o sentido común. El sentido común se compone de relatos que han llegado a entenderse como una verdad colectiva. Se trata de relatos múltiples y, en ocasiones, contradictorios, pero Kate Crehan ha apuntado que “los relatos que se vuelven hegemónicos son los que reflejan el mundo visto desde el punto de vista de los gobernantes, en lugar de los gobernados”. Esta asociación entre relatos y poder significa que cualquier transformación social implica también un cambio en la lógica del discurso. Gramsci señalaba que Marx también afirmó implícitamente “la necesidad de nuevas creencias populares, es decir, una nueva lógica y con ella una nueva cultura y una nueva filosofía”.
La energía también tiene sus narrativas hegemónicas. Están cubiertas de polvo de carbón y manchadas de petróleo. Ha surgido un relato de la lógica de los combustibles fósiles desde el punto de vista de las empresas que los producen. Su influencia se ha extendido más allá de los negacionistas y de las élites climáticas, hasta llegar incluso a afectar a las diversas formas de energías renovables. La lógica de los combustibles fósiles conecta energía, trabajo y bienestar. Transmite el sentimiento de que tener más energía y trabajar más (usar la energía para mover la materia con fines de lucro) es un bien no adulterado, un logro tanto desde la ética de la productividad como desde una cosmovisión social darwinista en la que los vencedores de la evolución son aquellos individuos que ganan la lucha por los escasos recursos. Renunciar a la energía suena a sacrificio y ascetismo en el mejor de los casos, y a muertes e injusticias desenfrenadas en el peor. De hecho, la conexión entre energía y trabajo sigue siendo la defensa pública más común y repetida de los combustibles fósiles (la pérdida de combustibles fósiles se asocia con empleos perdidos) y puede afirmarse que ha apoyado la relación occidental con la energía desde su aparición en los núcleos industriales del siglo XIX.
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