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Volumen 4: Estudios
—En una sociedad que condenaba a las mujeres tanto por la sencillez como por adornarse, el uso del maquillaje se convirtió en un acto desafiante de supervivencia.—
"Todos odian ver el maquillaje en su esposa", declara el personaje Lionardo en el tratado renacentista I Libri della Famiglia (Sobre la familia) (1433), "pero nadie parece capaz de evitarlo". La belleza, en la Europa moderna, era algo más que superficial. Era un reflejo físico de la salud, la moralidad y la posición social de un individuo. Ocultar o mejorar el rostro verdadero con artes cosméticas era intrínsecamente subversivo. Sin embargo, las mujeres lo hacían constantemente, rompiendo reglas para cumplir con las expectativas sociales.
En una sociedad que cuestionaba abiertamente su valía y limitaba su capacidad para ganarse la vida, las mujeres estaban obligadas a depender de su apariencia para demostrar su valor y asegurarse así un futuro económico. ¿Eran los cosméticos una ayuda ingeniosa o un engaño peligroso? Esta pregunta estuvo en el centro de un debate que duró siglos y que se volvió cada vez más complicado a medida que las mujeres comenzaron a agregar ingredientes metálicos y minerales a su maquillaje. Estos cosméticos de origen alquímico tenían el poder no solo de ocultar, sino de alterar permanentemente el rostro. Las personas más críticas denunciaron estas prácticas y las calificaron como peligrosas. Sin embargo, para algunas mujeres, los beneficios sociales de una buena presencia superaban las preocupaciones sobre sus daños colaterales. Estas innovaciones de la química, como tantos desarrollos tecnológicos desde entonces, plantearon preguntas espinosas sobre los costes del progreso.
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