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«Fue una noche memorable. La llamaré la noche de la Saturnia» - Junio

  • 10 junio de 2025

Jean-Henri Fabre – Souvenirs entomologiques, serie 9, capítulo «Le Grand Paon». Diorama compuesto por ejemplares machos procedentes de la colección docente del Departamento de Zoología de la Universitat de València. Reproduce una de las láminas fotográficas que acompañan la serie Souvenirs entomologiques, realizadas por Paul H. Fabre, hijo del autor.

 

Jean-Henri Fabre dedica todo un capítulo de los Souvenirs entomologiques a lo que él llama «La noche del Gran Pavón» (Saturnia pyri). El relato tiene lugar en Aviñón (Francia) el 6 de mayo de 1870. Aquella tarde, de un capullo recogido meses antes en los alrededores de su casa, emergió una hembra. Fabre la dejó bajo una campana de malla en su gabinete de trabajo, con la simple intención de liberarla más tarde.

Hacia las 21 h, la casa se llenó repentinamente de machos: se congregaron cerca de cuarenta a pesar de la oscuridad absoluta y de la vegetación que rodeaba el edificio. Para Fabre, aquel «baile nupcial» demostraba que los machos eran guiados por alguna emanación invisible procedente de la hembra.

Como era habitual en Fabre, inició una serie de experimentos y observaciones para averiguar el funcionamiento de aquel sistema de atracción. Como los machos se diferencian de las hembras, especialmente por sus antenas pectinadas, recortó las de un grupo de 24 machos capturados la noche anterior y los liberó. Ninguno de ellos volvió a encontrar a la hembra la noche siguiente, mientras que los machos a los que no se les habían recortado las antenas volvieron a aparecer. Con ello, concluyó que las antenas son el órgano receptor del estímulo.

También experimentó con cambios de lugar. Trasladaba a la hembra a diferentes habitaciones cada tarde, incluso dentro de cajas que, además, colocaba dentro de otras, y estas dentro de armarios o en sótanos, etc. A pesar de ello, los machos volvían a localizarla. Así, dedujo que la señal atravesaba muros y cubiertas vegetales, y que, por tanto, no podía ser ni visual ni acústica.

Sin embargo, se equivocó en la interpretación del siguiente experimento. Para probar si se trataba de un producto odorífero, colocó naftalina y otras sustancias volátiles y olorosas alrededor de la jaula; la atracción no disminuyó. Por tanto, concluyó que tampoco se trataba de un compuesto químico y llegó a pensar que la señal podía deberse a ondas de radio o ultrasonidos.

Pero la respuesta definitiva la obtuvo al año siguiente, cuando, para su sorpresa, en primavera, los machos seguían acudiendo en busca de la hembra a la misma caja donde había estado recluida el año anterior, aunque el cuerpo de esta ya había sido retirado tras su muerte, ya que esta especie, en su fase de mariposa, solo vive un par de semanas.

Así, el misterio quedó resuelto: Fabre infirió la existencia de un «efluvio» químico, extremadamente potente y específico, que nuestro olfato no percibe, pero que los machos detectan a distancias de al menos centenares de metros, posiblemente kilómetros, con sus antenas.

Hoy sabemos que la hembra de Saturnia pyri emite un cóctel dominado por el (Z,E)-9,11-tetradecadienil acetato, acompañado de pequeñas cantidades de aldehídos y alcoholes homólogos. Esta feromona sexual se detecta a concentraciones del orden de pocas partes por billón; los machos son capaces de seguir el olor a más de 1 km, y en otros satúrnidos se han registrado vuelos de 5–10 km en condiciones óptimas. La mayoría de mariposas nocturnas –y un número ingente de insectos y otros invertebrados– utilizan feromonas sexuales para localizar a su pareja.

La noche del Gran Pavón es el primer ensayo moderno que demuestra, con método experimental, que la atracción sexual de algunos insectos depende de una molécula volátil imperceptible para el olfato humano. El descubrimiento fue crucial, y desde hace décadas se aplica extensamente para controlar, vigilar o confundir plagas agrícolas y forestales: difusores sintéticos imitan a la hembra, atraen o desorientan a los machos y reducen la puesta de huevos sin emplear insecticidas.

Incluso en nuestras casas, cuando colgamos un pequeño difusor comprado en el supermercado para prevenir la aparición de polillas de la harina o de la ropa, estamos aprovechando –sin saberlo– aquella observación casual que Fabre realizó el 6 de mayo de 1870 en un pequeño pueblo de los alrededores de Aviñón.

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