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Jornada Archivando el patrimonio documental de la ciencia y de los movimientos sociales

  • 18 febrero de 2025
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Dibujo realizado por Juan Bautista Bru del megaterio hallado en el río Luján

 

Bajo el título Archivando el patrimonio documental de la ciencia y de los movimientos sociales, se celebraron los días 23 y 24 de enero de 2025 unas jornadas sobre historia, ciencia y archivos en el Palacio Cerveró, sede en Valencia del Instituto Interuniversitario López Piñero (IILP), organizadas por Francesca Antonelli (Università di Bologna), Luz Narbona (IILP-UV) y Ximo Guillem (IILP-UV).

 

Archivos: una mirada poliédrica en un entorno de cambio

La conferencia inaugural corrió a cargo de Joan Boadas, archivero municipal de Girona y Cronista Oficial de la ciudad, que declaró que su objetivo era convencer a los que todavía no lo estuvieran de la trascendencia que tiene la documentación en la actualidad, la que ha tenido históricamente y la que tendrá de cara al futuro. Explicó cómo tuvo que adaptarse a diferentes cambios tecnológicos durante sus cuarenta años de carrera, aunque afirmó que los fundamentos conceptuales de su profesión se mantienen inalterables, e indicó que un cambio importante en los archivos municipales fue la transformación de archivos de una institución (un ayuntamiento) a un archivo de todo un colectivo (la ciudad).

Boadas planteó que la amnesia impide imaginar el futuro, y que una sociedad sin memoria no puede imaginar su futuro y se ve condenada a vivir en el presente. Por ello, la humanidad ha construido depósitos de memoria desde tiempos remotos para combatir la amnesia colectiva y, de ese modo, asegurarse de que las generaciones venideras pudieran imaginar su futuro. Estos depósitos son los archivos, las bibliotecas, los museos y otros centros de documentación. A continuación, expuso que los pueblos sin archivos, sin documentos, han de ver cómo su propia historia la escriben otros, y esos otros serán los que dictarán su futuro. Explicó que, a lo largo de la historia, después de una guerra, los vencedores se afanan en destruir los archivos de los vencidos, y lo hacen no tan solo para borrar el pasado de los derrotados, sino para que estos no puedan construir su futuro.

También destacó que, aunque tienen puntos en común, los archiveros no son historiadores, y que, pese a los estereotipos, a los archiveros les interesa conservar el pasado para beneficio de las generaciones futuras, puesto que los documentos (incluyendo en ese término los datos) son materia de la memoria, incluso la memoria de la memoria, y que sin documentos, sin datos, no hay conocimiento, no solo en historia sino en cualquier otra disciplina.

Archivos de ciencia: Una mirada desde la historia de la ciencia

En la siguiente ponencia, Xavier Roque (Institut dHistòria de la Ciència - UAB) habló sobre Los archivos de la ciencia y la práctica de la ciencia contemporánea y de cómo las diferentes maneras de practicar la ciencia se reflejan en diferentes prácticas archivísticas. Como ejemplo, puso el caso del CERN que, 25 años después de su fundación, creo un archivo y formó un grupo de historiadores que redactaron la historia oficial de ese organismo transnacional. Ese archivo se consolidó como una parte integral del CERN con una financiación adecuada a sus necesidades, y ha servido para impulsar la investigación y la proyección pública del CERN. Según afirmó, los archivos de grandes instituciones como el CERN, o la UNESCO, no se pueden comparar con los de los grupos pequeños de investigación, que trabajan con un presupuesto modesto y, sin embargo, hacen un trabajo de primera línea. La recuperación de la historia y de los archivos de estos pequeños grupos depende en muchos casos del azar y de la iniciativa de los propios protagonistas o de los historiadores. Un ejemplo es la historia de los metalúrgicos negros en Jamaica, con un conocimiento experto en la manipulación del hierro pero que no habían dejado huella en los estudios históricos.Xavier Roque concluyo mencionando las palabras anteriores de Joan Boadas respecto de que, sin memoria, no se puede imaginar el futuro y argumento que tenía la sensación de que la comunidad científica tiene una ignorancia deliberada del pasado, lo que le permitiría construir libremente el futuro, sin ninguna ligadura.

A continuación, tomó la palabra Marta Velasco (Departamento de Ciencias Médicas - Universidad de Castilla La Mancha). para hablar de «Mujeres y archivos biomédicos: metodologías para mirar y clasificar de otras formas» y tener la oportunidad para seguir reflexionando sobre archivos de mujeres científicas, su presencia, sus ausencias y sus rastros, además de sobre metodologías para mirar los archivos actuales de otra manera de modo que permitan recoger individualidades y construir memorias colectivas. Marta Velasco presentó tres ejemplos de archivos de científicas: los de la genetista estadounidense Phoebe Curtis Reed Sturtevant (1898-1989); de la genetista española María Monclús Barberá (1920-2012); y de la bioquímica española Margarita Salas Falgueras (1938-2019). El caso de Phoebe Sturvetant, cuya historia se ha plasmado en la película The Fly Room, es un ejemplo de archivo inexistente, lo cual es muy habitual en los casos de mujeres científicas, con documentos diseminados por archivos institucionales, y archivos de su marido. En cuanto a María Monclús, parte de su archivo se encuentra almacenado en el Centro de Recursos para el Aprendizaje y la Investigación, de la Universitat de Barcelona, pero su contenido digitalizado está incluido dentro del archivo dedicado a su marido, Antonio Prevosti Pelegri. Otra parte del archivo está en manos de sus hijos, y una tercera parte está dispersada por los archivos de colegas suyos con los que colaboró.

Margarita Salas fue la cofundadora, en 1974, del Centro de Investigaciones Biológicas (CIB) del CSIC, y conservó una gran cantidad de cuadernos de laboratorio y otros productos de sus investigaciones, material que estaba almacenado en un armario del sótano del CIB. Cuando le pidieron a Margarita Salas que vaciara el armario porque hacía falta el sitio, esta demostró sensibilidad por la preservación del material y no lo quiso tirar, pero tampoco sabía qué hacer con él. Por suerte, Margarita Salas le contó el problema a la historiadora de la ciencia, Ana Romero de Pablos, y esta, que consideró que el material era relevante y necesario para los que se dedican a la historia de la ciencia, se puso en contacto con el CSIC y consiguió que financiaran el traslado, en 2011, del material a la biblioteca Tomás Navarro Tomás, donde se encuentra actualmente el Archivo Margarita Salas. El caso de Margarita Salas ilustra bien el desdén que existe por la preservación de manuscritos, correspondencia, y cuadernos de laboratorio y de campo, un material que se suele descartar en mudanzas y jubilaciones, así como el rechazo que los propios centros de investigación muestran a albergar la documentación.

Archivos de ciencia. Una mirada desde el archivo

Posteriormente, Rebeca Sánchez (Unidad de Recursos de Información Científica para la Investigación–Delegación del CSIC en la Comunidad Valenciana) presentó la ponencia «Archivos para la ciencia en el CSIC» en la que empezó explicando que, en el CSIC, se ha producido una integración de fondos de archivos históricos en las redes de bibliotecas. Esta integración ha producido una situación que le puede resultar singular a los dedicados al mundo del archivo, y es la aparición de archiveros trabajando en bibliotecas. Según afirmó, se considera facultativa, no «dificultativa», y su lema es in dubio, pro acceso [ante la duda, a favor del acceso], facilitando a los demás el acceso a lo archivado y siguiendo el lema del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios: Sic vos, non vobis [así vosotros, no para vosotros], un trabajo hecho por los archiveros, pero no para ellos, sino para todos los demás. Por otra parte, considera que la profesión de archivero está imbuida de una angustia vital, siempre temiendo por la posible pérdida de documentación, ya que son conscientes de que, sin una adecuada gestión, se producen pérdidas, siendo frecuentemente más peligrosas las debidas a la desidia y la ignorancia que las intencionadas.

Una actitud del personal del CSIC que desde el servicio de archivos están intentado hacer cambiar es el concepto de donación. Cuando la documentación que genera el personal, tanto de gerencia como de investigación, se traspasa al archivo, eso no es una donación, es una transferencia. En la práctica, a veces, los archiveros sí están recibiendo una donación porque el material ya estaba en la casa de alguien y los archiveros la van a recibir. Hace falta una política de gestión de archivos y documental que regule esa transferencia. Un ejemplo de buena práctica, aún por completar en su totalidad, es la transferencia (que no donación) del archivo del historiador de la medicina valenciano Luis García Ballester desde el Grupo de Historia de la Ciencia de la Institución Milá y Fontanals a los archivos de dicha institución. Rebeca Sánchez concluyó su ponencia exponiendo que, ante el hecho de que no es posible conservarlo todo en un archivo, la decisión de qué conservar y qué no se convierte en la piedra angular de la archivística, y la conservación y la eliminación han de ser conscientes, no por azar o por desidia.

A continuación, Irene Manclús (Archivo Histórico de la Universitat de València) en su  ponencia «El archivo histórico y la investigación» planteó los retos profesionales a los que se enfrentan los archiveros, como son el recoger con conocimiento; evitar pérdidas catastróficas, por ejemplo, las causadas por la reciente Dana de 2024, que afectó a diversos archivos municipales; y lograr concienciar a las instituciones de la necesidad de personal archivero. También es necesario un relevo generacional, pero con un mínimo de formación en archivística. Precisamente la falta de formación específica de los archiveros influye en la percepción social que se tiene de ellos. Los archiveros también han de pelear por conseguir que se realice la transferencia de documentación, luchando con la actitud de «yo quiero que lo de los demás esté en el archivo, pero lo mío me lo quiero quedar yo». Pero, incluso, aunque se realice la transferencia, los archiveros se encuentran con la carencia de espacios de almacenamiento, o con espacios con goteras o en lugares inundables. Finalmente, afirmó que los investigadores tienen el reto de ser conscientes tanto de que generan un archivo de investigación, como del valor archivístico de su trabajo histórico, por lo que Irene Manclús hizo un llamamiento a los investigadores para que colaboren con los archivos de sus instituciones en decidir lo que vale la pena conservar y ayudar a describir lo conservado.

Ciencia en los archivos de los movimientos sociales

Las jornadas siguieron con la presencia de Alberto Berzosa (Universidad de Murcia / Universidad Autónoma de Madrid) y de Jaume Valentines (Institut dHistòria de la Ciència – UAB).

Berzosa, un historiador del arte que ha trabajado sobre todo en el campo de los archivos del movimiento ecologista y de los movimientos de liberación sexual, contó el caso de cuando, en la biblioteca de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, los documentos relacionados con la homosexualidad se catalogaban en la sección de sexualidad y desviaciones sexuales, junto al masoquismo, el sadismo y travestismo. Así pues, no es de extrañar que, a raíz de los movimientos de liberación sexual del colectivo LGTBIQ+ que surgieron en España en los años 70 se tuviera que llevar a cabo una reescritura en primera persona de la historia de ese colectivo, lo que no solo dio lugar a nuevos archivos sino, también, una revisión de los relatos científicos, morales, legales y políticos, además de crear nuevas categorías que pudieran clasificar mejor las nuevas realidades.

Por su parte, Jaume Valentines presentó un mapa de archivos del activismo científico que incluía grupos tan diversos como ecologistas, antinucleares, anarquistas, nacionalistas, LGTBIQ+ e, incluso, fascistas y anticatólicos. Grupos que produjeron una gran cantidad de material preservable tan variado como, por ejemplo, revistas, fanzines, tebeos, chapas, casetes y pintadas.

Conocimiento, archivos y burocracia en el mundo tardo-colonial: de la administración de los reinos al comercio de manuscritos y a las ciencias del siglo XIX

La última ponencia de las jornadas corrió a cargo de Irina Podgorny (Universidad Nacional de La Plata, Argentina), quien habló de las cadenas de comunicación que existieron, entre los virreinos americanos y la metrópoli en España a partir de la administración a distancia y de los cuerpos de funcionarios creados para ello. La burocracia de la monarquía hispánica fue una gran productora de documentos necesarios para gobernar el Imperio, en el que los escritos se hacían por triplicado, sin contar las copias que los escribientes o los copistas, se guardaban para sí mismos. Fue tal la importancia de los formularios y documentos en la administración del Imperio que, en palabras de Irina Podgorny, «el mundo de la monarquía hispánica se arma bajo el reino del papel». Estos documentos no solo acabarían en los archivos en España, como el de Simancas o el Archivo General de Indias, o en los distintos archivos que se fueron estableciendo en diversas regiones de América, sino también en oficinas de la Administración como intendencias o tribunales de cuentas, así como en bibliotecas de claustros y de iglesias. Pero estos archivos no eran un lugar donde se generara conocimiento histórico para otros, eran archivos que servían para administrar y gobernar y con un acceso restringido (por ejemplo, cuando Alexander von Humboldt accedió a los archivos de la Nueva España lo hizo con una autorización real).

Al llegar el siglo XIX, las guerras de independencia, tanto en América como en España, hicieron que el control de acceso a los archivos se relajara. Algunos responsables de los antiguos archivos virreinales, conscientes de su valor económico, se apropian de documentación y la venden como un medio de supervivencia tras el desarme de la administración colonial.

Irina Podgorny usó como ejemplo el megaterio, un mamífero extinguido, estudiado a partir del siglo XVIII y del que se cuenta la anécdota de que, cuando el rey de España vio un esqueleto de megaterio, pidió que le mandaran uno vivo, lo cual, más que señal de la ignorancia del rey, es señal de que, en la época, no se tenía el concepto de que hubiera especies animales extinguidas. Cuando se encontraron por primera vez huesos de un megaterio (en el río Luján, en Argentina), se dieron instrucciones para que, antes de extraerlos de la tierra, un miembro del Real Cuerpo de Ingenieros los plasmara en dibujos, lo cual indica que trasladar el hallazgo al papel se consideraba más importante para su supervivencia que los propios huesos. Una vez los huesos se montaron en Argentina para trasladarlos a Madrid, también se hicieron dibujos, el más famoso, el que realizó el ilustrador valenciano Juan Bautista Bru. De todos estos dibujos se realizaron diversas copias que se distribuyeron por distintos archivos que, tras los procesos de independencia de las colonias, se vieron expoliados como forma de sobrevivir.

En definitiva, estas jornadas han permitido reflexionar sobre las múltiples facetas que contiene el concepto de archivo, mostrando el valor que, tanto para la ciencia como para la historia de la ciencia, tienen los archivos.

 

Jonathan Bustos, estudiante de prácticas extracurriculares del Máster Interuniversitario de Historia de la Ciencia y Comunicación Científica