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Confinadas desde el principio: desigualdad en el hogar y violencia de género

Autor: Christopher Campbell

Desde 2003 la violencia de género ha causado 1.071 víctimas mortales en España a fecha de 29 de octubre de 2020. Está universalmente presente y se ejerce con independencia de -aunque condicionado por- el nivel social, cultural y económico de las mujeres. Pero ¿cuál es el origen de esa violencia?

6 de noviembre de 2020

 

Elisa Simó Soler
Contratada Predoctoral FPU
Departamento de Derecho Administrativo y Procesal de la Universitat de València

 

Desde 2003 la violencia de género ha causado 1.071 víctimas mortales en España a fecha de 29 de octubre de 2020[1]. Está universalmente presente y se ejerce con independencia de -aunque condicionado por- el nivel social, cultural y económico de las mujeres. Pero ¿cuál es el origen de esa violencia?

“La teoría crítica feminista introduce la perspectiva de género como herramienta metodológica y redefine la realidad.”

El feminismo como movimiento social y como corriente doctrinal se opone a la consideración patriarcal de la superioridad masculina por naturaleza y al androcentrismo teórico que ha tomado al hombre cisgénero, heterosexual, blanco, con recursos económicos, sin discapacidad y con plenas capacidades reproductivas como sujeto constitucional único. La teoría crítica feminista introduce la perspectiva de género como herramienta metodológica y redefine la realidad. Pone a las mujeres en el centro, en un plano de igualdad como sujetas político-jurídicas y las visibiliza y, junto a ellas, sus reivindicaciones y sus necesidades específicas.

Una de sus demandas es la deconstrucción de los roles de género. El patriarcado asigna unas funciones determinadas a mujeres y hombres que colocan a las primeras en una posición de inferioridad y subordinación. Para entender cómo esta estructura social opresiva se ha perpetuado en el tiempo hay que unir dos marcos teóricos de análisis.

“El resultado es que son las mujeres las encargadas de cubrir las necesidades vitales desde el espacio privado designado al efecto.”

El primero lo desarrolla Carole Pateman, teórica política y filósofa británica[2]. En él se establece que hay un contrato sexual anterior al contrato social. En virtud de ese contrato, las mujeres quedan relegadas al espacio privado, dominado por los hombres, en el que ellos tienen igual acceso sexual a las mujeres. A su vez, el espacio público permanece ocupado por hombres.

El segundo lo formula el sociólogo danés Gøsta Esping-Andersen[3]. En su clasificación los modelos de Estado de Bienestar se organizan según el peso que tiene la familia, el Estado y el mercado para suministrar los servicios esenciales para la vida. En el caso español calificado como “male bread-winner”, la familia es la unidad central, el Estado subsidiario y el mercado marginal. Traduciendo, dentro de la familia es el hombre el que trae el pan a casa. Es decir, es quien sostiene a la familia mientras que la mujer ocupa un rol secundario de cuidadora.

“El confinamiento ha renombrado la casa como un espacio de reproducción de las desigualdades en un sistema patriarcal.”

La fusión de ambos modelos permite entender la consolidación de la desigualdad de género en el tiempo. Tal y como está estructurado el Estado de Bienestar español, las instituciones no proveen los servicios básicos y lo hace la familia. Pero Carol Pateman advierte: esa familia, en realidad, se reduce a las mujeres porque en las disposiciones del contrato sexual se estipula que son ellas las que habitan el espacio doméstico. El resultado es que son las mujeres las encargadas de cubrir las necesidades vitales desde el espacio privado designado al efecto.

“Los cuidados tienen que ser problematizados y debe darse ese punto de inflexión en el que el trabajo reproductivo entre a formar parte de la agenda política.”

La pandemia por Covid-19 ha agravado esta desigualdad y ha puesto de manifiesto la desproporcionada carga de cuidados que asumen las mujeres. El confinamiento ha renombrado la casa como un espacio de reproducción de las desigualdades en un sistema patriarcal. Las mujeres han tenido siempre una presencia invisible o invisibilizada debido a la importancia del trabajo productivo, reservado al género masculino, en el desarrollo económico del capitalismo neoliberal y la consideración del ámbito profesional como un rasgo identitario más. Cuando nos preguntan a qué nos dedicamos, las personas respondemos que somos médicas, abogadas, ingenieras, magistradas, periodistas, pero nunca se nos ocurriría decir que somos limpia-cristales, friega-suelos, quita-polvo, plancha-camisas, cocina-tápers o arregla-cuartos. No nos olvidemos que se trata de un trabajo no remunerado y no reconocido socialmente. Que en ocasiones se externaliza a manos de mujeres migrantes precarias. Que conlleva una importante carga física, psicológica y moral. Que lleva aparejado obligaciones, pero no derechos. Y que se realiza a diario, sin vacaciones y sin el que no podríamos vivir.

Dicho esto, si acordamos que la desigualdad patriarcal es la causa de la violencia y que el hogar es un espacio de reproducción de las desigualdades hay que intervenir el espacio privado. Del mismo modo que la violencia de género pasó de considerarse un problema privado a ser una cuestión pública, los cuidados tienen que ser problematizados y debe darse ese punto de inflexión en el que el trabajo reproductivo entre a formar parte de la agenda política. Dedicar recursos y medios para generar una política de cuidados podría tener un efecto positivo en la vida de las mujeres y reducir, en definitiva, la violencia ejercida sobre ellas en todas sus formas.

“La convivencia impuesta por ley entre agresor y víctima incrementó el control sobre la vida de las mujeres de forma que era innecesario emplear la fuerza para someterlas. Estaban donde ellos querían, vigiladas y sin autonomía.”

Durante el confinamiento disminuyó el número de víctimas mortales y también la ratio de denuncias. Esta reducción podría entenderse como una mejoría en la situación de las mujeres. Sin embargo, aumentaron las llamadas al 016 y se ha comprobado la prevalencia de la violencia psicológica de control y la adaptabilidad de los malos tratos a las circunstancias de reclusión. La convivencia impuesta por ley entre agresor y víctima supuso un incremento del control sobre la vida de las mujeres de forma que era innecesario emplear la fuerza para someterlas. Estaban donde ellos querían, vigiladas y sin autonomía.

La crisis del coronavirus abre una ventana de oportunidad para la política y las transformaciones estructurales que reconozcan el derecho a las mujeres a vivir una vida libre de violencia. La impronta que deja el feminismo y que la pandemia pone en evidencia es que hay que reconsiderar la realidad, aquello que creíamos que era universal y válido, porque en esa escritura de la historia las mujeres ni han estado contempladas ni han sido ellas quienes la han escrito.

 

[1] Para más información revisar el Portal Estadístico http://estadisticasviolenciagenero.igualdad.mpr.gob.es/ y la página de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género https://violenciagenero.igualdad.gob.es/home.htm

[2] PATEMAN, Carole, El contrato sexual, Barcelona, Editorial Anthropos, 1995.

[3] ESPING-ANDERSEN, Gøsta, Los tres mundos del Estado de Bienestar, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1993.