Aaju Peter: “La supervivencia del pueblo inuit es prácticamente un milagro”

  • 16 noviembre de 2016
 
Fotograma Aaju Peter

ANNA BOLUDA. Fotos: Miguel Lorenzo. Es una de las activistas más visibles de la comunidad inuit, el pueblo que habita las zonas del ártico en cuatro estados diferentes y que, con motivo de la prohibición europea de importar pieles de foca, se enfrenta a un grave problema de supervivencia. Aaju Peter ha venido a la Universitat de València para hacer una performance en la Nau y una conferencia en el Instituto de derechos humanos con un objetivo claro: acercarnos al desconocido mundo inuit y los retos a los que se enfrenta.

El desconocimiento que tenemos en el resto del mundo de la cultura inuit (termino preferido al de esquimal, que significa “comedores de carne cruda” y tiene una cierta carga peyorativa en algunos países) es flagrante. Más allá de los iglús, los cayacs y una peculiar manera de besarse frotándose la nariz (que, además, ¡no es cierta!), prácticamente no sabemos nada de los pobladores de las zonas más septentrionales del planeta. Y, al mismo tiempo, “las decisiones tomadas por las instituciones europeas han acabado con su única fuente económica”, explica esta activista.

Aaju Peter nació en Groenlandia en el año 1960, estudio en Dinamarca y desde 1991 vive en Iqaluit, en Nunavut, al noroeste de Canadá. En el año 2012 recibió la Orden de Canadá, la máxima condecoración civil del país. Además de activista, es abogada, artista, diseñadora de moda con pieles de foca y recuperadora de las tradiciones inuit. Los tatuajes que lleva en las manos y la cara están relacionados con esto: tatuarse por todo el cuerpo era una tradición de las mujeres inuit hasta que llegaron los misioneros cristianos, que lo prohibieron. Hace poco más de una década que unas cuantas de ellas decidieron recuperarlo.

 

¿Cuál es la situación actual de los inuit?

Ahora mismo somos unas ciento cincuenta mil personas repartidas por Groenlandia, Alaska (Estados Unidos), Siberia (Rusia) y Canadá, que es donde yo vivo. En Canadá la mayor parte de la población se encuentra en Labrador y al norte de Quebec. En Nunavut, que es un territorio muy extendido, viven treinta y dos mil personas, y en Iqaluit, mi comunidad, somos unos siete mil habitantes. Nuestra economía se ha basado durante décadas en el comercio de pieles, pero desde la prohibición europea el mercado se ha hundido. Tampoco podemos venderlas a los Estados Unidos ni a Rusia. Los cazadores ya no pueden mantener sus comunidades como lo han hecho históricamente. Ahora mismo, de todos los países industrializados, los inuit somos el que tenemos menos seguridad alimentaria: no tenemos ingresos y traer cosas de fuera es extremadamente caro. Vivimos en Canadá, un país rico del primer mundo, en condiciones del tercer mundo. La situación es insostenible y por eso estoy aquí, para explicar nuestra realidad.

 

¿En qué consiste la prohibición europea sobre productos de foca?

Primero de todo hemos de pensar que nadie debería prohibir nada a nadie. La prohibición europea para los productos de foca impide venderlos en Europa. Incluye una excepción para la caza tradicional inuit, pero aun así, no hemos podido vender una sola piel desde 2009, y antes de eso los precios ya habían colapsado: de los cien dólares por piel a menos de diez. La legislación europea ha arruinado nuestra única fuente de ingresos, y creo que los ciudadanos europeos han estado engañados sobre este tema: las grandes organizaciones contrarias a la caza de focas, que son muy poderosas y han presionado muchísimo a los políticos, han mentido sobre la realidad de la caza de focas.

 

¿En qué han mentido? ¿Y cuál sería la solución para los inuit?

En los años setenta, cuando comenzaron las campañas en contra de la caza, había un millón y medio de focas. Ahora hay más de siete millones: son demasiadas, no es sostenible. Europa ha de corregir el error que ha cometido con sus prohibiciones y permitirnos cazar de nuevo. La protección de las focas, basada en conceptos morales sobre bienestar de los animales, ha llevado a una superpoblación y estamos llegando a un punto en el que cabe considerarlas como una plaga. Ya están afectando negativamente al medio ambiente, porque consumen más de diez mil toneladas de pescado cada año. Nosotros queremos volver a cazarlas para venderlas, y así recuperar la industria y controlar la población de focas. Estos días, viajando por España, he visto jamones colgados a tiendas y restaurantes, con orgullo. Eso es lo que queremos: estar orgullosos de los productos de foca. Además de la piel, la carne de foca es muy valiosa, es muy nutritiva y totalmente natural, y deberíamos de poder comercializarla. Este es mi objetivo: hacer entender a los europeos los beneficios que podemos obtener de las focas. Es fundamental que podamos recuperar nuestra fuente de ingresos. Porque sin economía se ponen en peligro también todos los otros derechos que tenemos como población indígena: si no nos podemos mantener, perderemos la cultura, la lengua, todo. En este momento la supervivencia de los inuit es prácticamente un milagro.

 

¿Con esta situación de falta actual de recursos económicos, cómo es la vida de los jóvenes inuit?

Tenemos una gran cantidad de jóvenes: el sesenta por ciento de nuestra población tiene menos de veinticinco años. La tasa de abandono escolar es del setenta y cinco por ciento. Uno de los problemas más graves que tenemos es que no hay oportunidades para aquellos jóvenes en nuestra comunidad, ahora que no podemos cazar. Las tasas de desocupados son muy elevadas. No tenemos nada que hacer, es una situación muy complicada. Y no tienen otro lugar donde ir. Pensad que vivimos muy alejados, para viajar hemos de ir en avión, no tenemos carreteras, en mi territorio ni tan siquiera tenemos puerto. Y aun así algunas personas de nuestra comunidad van a la universidad en otros puntos de Canadá, al sur. Para algunos es duro adaptarse a esta vida, porque vienen de pueblos muy pequeños y con una vida muy tradicional, pero otros consiguen formarse. Prácticamente todos vuelven al Ártico cuando acaban, porque la vida al sur es muy diferente de la nuestra. Mis hijos –Tiene cinco– han tenido la opción de formarse en la vida moderna, y uno de ellos, por ejemplo, es experto en internet. Pero el problema es que no tienen opción de seguir la vida tradicional de los inuit.

 

¿No hay otra salida?

Ahora algunos están tratando de dedicarse a la minería, pero no es suficiente. Otra opción sería desarrollar el turismo, que podría ser una buena fuente de ingresos. Cada año tenemos más cruceros que nos visitan ahora que el hielo se deshace y se puede navegar por el Ártico, pero hemos de hacer un esfuerzo para mirar de beneficiarnos de esta industria. Hemos de hacer que la gente quiera venir a conocer la última cultura cazadora del mundo, enseñarles a hacer iglús, que el viaje sea toda una experiencia. Otra opción sería juntar ciudades inuit y ciudades europeas, y que la gente de aquí pudiera ir allí y los de allí venir aquí. Esto facilitaría que nos conocieran, que nos entendieran. Hay un gran potencial en el turismo, pero necesitamos recursos para ponerlo en marcha, hoy por hoy no tenemos las infraestructuras necesarias.

 

¿Cómo afecta el cambio climático a vuestra comunidad?

Hace más de veinticinco años que comenzamos a notar los efectos. Yo recorro el Ártico en cruceros de turistas desde hace quince años y he visto que, en algunos puntos, lo que nosotros llamamos “hielo que nunca se deshace” se ha reducido veinte o treinta metros, y cada vez es más rápido. Además, nosotros necesitamos la nieve para los desplazamientos entre comunidades, y ahora llega un mes más tarde y se va un mes antes. Esta afectando a las plantas, los animales y las personas. La unión de los efectos del cambio climático y la prohibición europea de los productos de foca es letal para los inuit.